Bernardo Gutiérrez Parra/Desde el Café
Duele mucho perder el poder
Dicen los expertos que cuando una persona pierde un cargo laboral importante, tiende por naturaleza, a sumirse en un proceso de duelo y negación mental al saberse removido de la silla en la que se encontraba. Ocurre en el ambiente empresarial, y por supuesto, en cargos públicos. Lo que más duele, dicen, no es perder el ingreso económico por el cargo, (pues regularmente lo ganado alcanza para sobrevivir bien un tiempo), en realidad, lo que más duele es perder el nombramiento firmado por el jefe, enmarcado y colgado en la pared de la oficina; duele perder la pleitesía y el servilismo del que se gozaba; los choferes a la puerta de la casa; el lugar en el presidium cercano al que manda; el aplauso del puesto «rimbombante» mencionado por el maestro de ceremonias; los tres o cuatro celulares en la mano sin cargo al bolsillo propio…en fin, lo que duele es perder el poder por el poder, eso sí que duele.
Según estudios sobre consecuencias psicológicas que se experimentan cuando se pierde el poder, el afectado sufre primero por los rumores de su relevo, y ahora, con las redes sociales, sufre mucho más; después del rumor, viene, por lo regular, la llamada del jefe confirmando la salida del encargo, entonces sí, se cae en una fuerte depresión, y por mucho que el recién notificado se ría, levante la cara y diga que «ya se lo esperaba», o que «ya lo había platicado con el que manda», la verdad es que por dentro, sufre, aunque por fuera, parezca que no pasa nada.
Históricamente hablando, es más fácil ser removido de un cargo público que de uno empresarial. Basta hacer una revisión años atrás, para confirmar que siempre será más factible dejar en corto tiempo una oficina pública que una corporativa. Es muy común escuchar en los funcionarios aquello de que «no hay que tomarle cariño a una oficina en Palacio de Gobierno», pues mañana puedes ya no tenerla, o simplemente, aquello de «no debes poner en ella lo que no puedas meter con facilidad en una caja de cartón».
En la forma de salir del puesto está la manera de sobrellevarlo. Si un funcionario se va para ser colocado en otro encargo mejor o igual, no hay problema mental del todo, pero si se va para sentarse en «la banca» o a un puesto menor, entra aquello que en comunicación se llama «disonancia cognoscitiva», concepto inventado por el funcionalista León Festinger, en los años setenta.
La «disonancia cognoscitiva» se da cuando ante procesos de decepción, el afectado tiende a justificar su frustración minimizando el hecho, por ejemplo, si usted quería un BMW y sólo le alcanzó para un Jetta, pensará que el BMW era muy lujoso al grado de hacerlo secuestrable, o alguna otra razón para sentirse mejor…tal cual ocurre con el que pierde su poder y el nombramiento colgado en la pared de la oficina.
Ahora pensemos en todos los que hemos visto desfilar por Palacio de Gobierno, aquí en Veracruz, o bien, en Palacio Federal, sus gestos en entrevistas para los medios de comunicación, si es que no logran escaparse de los micrófonos. Primero, y por lo regular, aceptan el hecho, acatan la decisión de su jefe y externan su lealtad, diciendo que se retiran a negocios propios, o bien, a disfrutar de su familia; hay otros que comunican todo con el hecho de no asistir a la ceremonia protocolaria de su relevo.
Lo cierto es que cuando se acepta un cargo, público o privado, pero más en el Gobierno, hay que saber que en cualquier momento se puede ser removido, cambiado, relevado, es una ley de la vida laboral, pero caray, ¡qué trabajo cuesta aceptarlo! Lo dicen los que saben, los que lo estudian, pero sobre todo, lo dicen los que lo sufren.