Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
En la valoración de la política existe la propensión a centrar la atención en sus actores relevantes sean gobernantes, candidatos o dirigentes. Poco espacio conceden como objeto de análisis o estudio a la sociedad. Quien entiende a la sociedad tiene importante ventaja, y esa es la crónica del fracaso de los proyectos políticos del PRI y del PAN y el éxito de López Obrador. Sí, el mérito es de él no de Morena o sus candidatos.
López Obrador corteja con el nombre del pueblo a la sociedad como recurso para su propio empoderamiento. No es tema de representación democrática, sino de revelación doctrinaria asumirse exégeta único del pueblo. Estar con el pueblo es licencia para todo, incluso desentenderse de la ley. En cierto sentido se trata de reivindicar una democracia plebiscitaria, aunque no tanto porque hasta en eso hay trampa en la manera de consultar a la sociedad. Así, por ejemplo, el acto fundacional de la nueva presidencia autoritaria evidenció con la farsa de consulta para la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Muchas decisiones fundamentales del régimen no han sido objeto de consulta popular.
Entender a la sociedad no es tarea fácil ni sencilla porque se da en el terreno de lo imaginario, de las emociones, de las creencias que, parafraseando al poeta Paz, duermen en las capas más profundas del alma nacional, no de lo razonable. Los panistas de origen con acierto decían que para arribar a la democracia era fundamental construir ciudadanía, esto es, hacer del votante titular de derechos y obligaciones y no un pasivo recipiendario de beneficios sociales. Para efectos prácticos esto continúa siendo vigente para más de la mitad de los mexicanos.
Con López Obrador en el poder, la política social renunció a la pretensión de transformar a individuos y comunidades e integrarlos al proceso de transformación política y económica. En este gobierno se transitó al más puro clientelismo; votos a cambio de beneficios monetarios. En buena parte se tuvo éxito, pero el efecto electoral es temporal porque lo que se agradece, después se exige. Además, el deterioro de la red social es tan evidente que para muchos el beneficio se vuelvió irrelevante. Aun así, es revelador que en el segmento de los mexicanos beneficiarios de los programas Morena y sus candidatos prevalecen; en el otro segmento gana la oposición.
Aunque no es sencillo en tiempos de campaña, se requiere ver a la sociedad sin glorificarla, con realismo y con responsabilidad. El pueblo no siempre tiene la razón; decirlo sería suicida para quienes compiten por el voto y, efectivamente, no hay razón para conceder a la mayoría poderes sobrenaturales como para concluir que es infalible, que nunca se equivoca. En los orígenes de las dictaduras y totalitarismos más perniciosos ha estado el voto mayoritario, fenómeno que coincide con el deterioro de los valores ciudadanos y de las mediaciones institucionales como el parlamento y los partidos políticos. Además, las mayorías no son espontáneas se construyen por los políticos los partidos y el ambiente de opinión. Siempre será conveniente y necesario que la mayoría determine el gobierno, pero no significa que no se equivoque.
La sociedad en su mayoría concedió a López Obrador y a los suyos mandato inequívoco para gobernar. Es cierto que no pocos de quienes les votaron ahora se arrepienten, pero eso no cabe en la democracia representativa, sí en la plebiscitaria. El recurso de revocación de mandato, tan complicado e inconveniente, ni siquiera puede lograr que los ciudadanos participen en cantidades aceptables.
El arribo democrático del obradorismo no ha honrado las reglas del juego político que dan espacio a la sociedad para expresarse (intimidación a la libertad de expresión), para hacer al gobierno rendir cuentas, acotar y sancionar el abuso del poder, contar con paz social o para votar en condiciones de equidad y estricta legalidad. Más aún, se plantea la alteración de los fundamentos del edificio democrático; como señalara Lorenzo Córdova, derruir la escalera que les permitió acceder al poder.
Corresponde a la sociedad asumir su responsabilidad ante los comicios en puerta. El interés mayor no pertenece a partidos o candidatos, sino a la sociedad, y las posibilidades que la democracia le ofrece de ser el actor político fundamental para el porvenir, para defenderse así misma del poder y para definir a quien gobierna y el nuevo mapa de la representación política nacional.