Ruperto Vázquez Ovando/Opinión en línea
Al fin, AMLO se inclina ante el TLC
La reforma salinista más combatida por López Obrador y la izquierda que le sigue, la apertura comercial con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, recibió ayer un sorpresivo y saludable espaldarazo de… López Obrador.
Se tardó 25 años, un cuarto de siglo, pero al fin entendió. Se atrevió a decirlo, por lo menos.
Esperemos que no tengan que pasar otros 25 años antes de dar su respaldo a las reformas peñistas que tanto ha difamado, porque son tan buenas para México como el TLC.
Sostuvo López Obrador en una declaración formulada ayer, que ante los amagos de Trump de romper las negociaciones sobre el TLC, los inversionistas y empresarios debían tomar las cosas con tranquilidad ya que “no va a pasar nada, no hay nada qué temer (sic), es pura politiquería”.
De manera sorpresiva afirmó que no se puede romper la relación comercial entre México y Estados Unidos, y aseguró que en caso de que se establecieran aranceles a las mercancías que se exportan desde México a Estados Unidos, los consumidores estadounidenses tendrían que pagar más por los artículos que se consumen.
Lo anterior no lo dijo Jaime Serra ni Herminio Blanco, sino Andrés Manuel López Obrador.
París bien vale una misa, dicen que dijo el aragonés Enrique IV al convertirse al catolicismo para reinar en Francia.
Los Pinos bien valen un aplauso al TLC.
Suena raro, pero así es: de la noche a la mañana López Obrador se manifestó en favor de una política central del cambio de modelo para el país que existía hasta José López Portillo.
Él siempre, y hasta hace apenas unos días, ha sostenido que México perdió el rumbo cuando se abandonó la ruta seguida en esos sexenios previos a 1982.
Hablamos de estatismo, control de precios, control de cambios, proteccionismo, monopolios y fronteras cerradas al comercio con el mundo.
La pregunta ahora es si le creemos a este López Obrador, o al de todos los días de los 25 años anteriores.
Sería extraordinario que explicara qué lo hizo cambiar de opinión. Y que no se trata, como él le atribuye –acertadamente- a Trump, de una estrategia política.
Hay que tomar con pinzas esta declaración de López Obrador, en que da un respaldo tácito al TLC, y dice que “no hay que temer” a la reacción verbal de Trump que amenaza con echarlo abajo.
Y que explique qué lo hizo salir de su error. Cómo fue que estuvo equivocado durante tanto tiempo. Por qué azuzó a los mexicanos contra los artífices y promotores del Tratado.
Sea como sea, que López Obrador se haya puesto del lado del TLC, después de haberlo combatido por tantos años, crea un momento de saludable unidad nacional.
En efecto, Donald Trump viajó a la frontera sur de su país para asustarnos con que no cree que se llegue a un acuerdo en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Así hay que reaccionar, como hizo el gobierno de Peña Nieto, el sector privado y López Obrador: no hay que preocuparse ni insultarlo: es su manera de negociar.
Si ofendiera a México, ahí sí habría que levantarse de la mesa y contestar, pero estas palabras pronunciadas en Phoenix se las lleva el viento.
El peso, tan sensible a los vaivenes de la negociación, prácticamente no se movió.
Ya aprendió el mercado a conocer a Trump. Los mexicanos, de todos los signos políticos, también.
Bienvenido el cambio de López Obrador.
Aunque sería más creíble si ofreciera una disculpa a los que calumnió, insultó y satanizó durante 25 por “vender a México”.
Ya cambió. O eso dice.