Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
La salud de todos.
El bienestar ciudadano depende de muchos factores, pero uno de los más importantes es la salud. No se trata solamente de la ausencia de enfermedad sino de la posibilidad de que cualquier ciudadano pueda ser bien atendido frente a cualquier contingencia.
La cobertura de los servicios de salud pública tiene un gran costo en todo el mundo en aras de garantizar la calidad para todos.
En la utopía, si la infraestructura hospitalaria, el personal médico auxiliar, general y especialista fueran suficientes para atender a todos los mexicanos en condiciones normales, aún así frente a malas decisiones o con la ausencia de políticas de prevención, vacunación y políticas de salud y bienestar los servicios pudieran colapsar.
México ocupa uno de los últimos lugares en gasto per cápita en salud, gastamos (quizá sería mejor decir invertimos) menos de la tercera parte del promedio de inversión entre los países miembros de la OCDE. Lo que ya nos indica que nuestros niveles de prevención y atención no son los mejores.
Somos más y vivimos más, por ello, las previsiones del gasto en salud indican que deberá superar el crecimiento del PIB en los próximos años si deseamos mantener en buen estado los servicios públicos de salud.
Pero en gran medida el incremento de este gasto se debe a la falta de corresponsabilidad ciudadana. Especialmente en México los malos hábitos de vida como el tabaquismo, el alcoholismo y el consumo de refrescos y otros productos azucarados ha elevado notablemente las tasas de obesidad, diabetes y otros padecimientos que pudieran prevenirse o evitarse con mejores prácticas de vida.
Todos estamos expuestos a las enfermedades, hay quienes por mala fortuna padecen consecuencias genéticas, otros padecen simplemente las enfermedades propias de la edad, u otros son atacados por algún cáncer. Los niños no están exentos de muchos de estos padecimientos que no pueden ser evitados.
Y frente a quienes tienen malas prácticas de vida, poco meditamos acerca de la importancia de la responsabilidad individual para el cuidado de la salud de los demás. Los servicios públicos de salud los pagamos todos. Un diabético o un obeso que no se cuidan, un alcohólico, un adicto al tabaco o a las drogas, quienes han decidido no poner nada de sí para mejorar su salud y prevenir un colapso, tarde o temprano requerirán atención hospitalaria y ocuparán un lugar que, ante situaciones extraordinarias como la que hoy vivimos debido a la pandemia, quitarán una cama a otro paciente, a un adulto, a un viejo o a un niño que sin ninguna culpa tiene cáncer, alguna enfermedad hereditaria o genética, o cualquier otra padecimiento.
La prohibición reciente de la venta de productos chatarra a los menores de edad es un acierto en materia de prevención de muchas enfermedades, pero también es una apuesta para que los servicios de salud atiendan a quienes los necesitan.
La responsabilidad individual va más allá de cuidarse a uno mismo, hoy frente a la pandemia no usar cubrebocas no es sólo un mal ejemplo. Quienes no los usan, no sólo se exponen innecesariamente, sino ponen en riesgo a los demás, puesto que, sin saberlo, podrían portar el virus y ser asintomáticos o no tener todavía los primeros síntomas. Esta irresponsabilidad, en caso de estar infectados, también podría llevarlos a una crisis de salud que requerirá medicación y probablemente hospitalización, ocupado así un espacio que quizá requiera otra persona. Adicionalmente, si utilizara los servicios públicos, el gasto generado los estaremos pagando todos, independientemente de que llevemos una vida responsable de nuestra salud o no.
Más allá de que podrían nuestros legisladores hacer algo al respecto, en primer lugar, debemos apelar a la solidaridad y al espíritu de comunidad para que todos cuidemos de todos. La analogía de que vivimos en un pequeño país que es como un barco es cada vez más evidente, si se hunde nos vamos a hundir todos.