Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Desde el Vaticano, se dio a conocer este domingo una carta del Papa Francisco, firmada el pasado 17 de julio, «sobre el papel de la literatura en la formación eclesial».
Se trata de un documento histórico por su trascendencia universal del conocimiento.
Medida de inicio para la formación sacerdotal, el Papa pensó luego que lo mismo podía decirse respecto a la formación de todos los agentes de pastoral y de «cualquier cristiano», por «la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal».
Algo que tiene mucho que ver, además con su propia trayectoria personal, como cuenta él mismo en este texto.
Entre 1964 y 1968, cuando tenía treinta años, Francisco fue profesor de literatura en un colegio jesuita de Santa Fe, Argentina, en los dos últimos años de bachillerato.
Una de sus misiones era orientar esa lectura, tanto de El Cid, que debía enseñar, como de Federico García Lorca, o autores contemporáneos que preferían sus alumnos.
Francisco, confiesa que a él le gustan los autores «trágicos», porque en sus obras vemos la «expresión de nuestros propios dramas».
En el caso de los seminarios, cree que «la literatura no encuentra actualmente un lugar conveniente», pues se considera un mero «entretenimiento», algo «no esencial», ajeno a la formación y experiencia pastoral de los futuros sacerdotes.
“Este enfoque no es bueno», sostiene Francisco, porque implica un «grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros sacerdotes, que se ven así privados de tener un acceso privilegiado al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano, a través de la literatura».
El objeto de la carta es «proponer un cambio radical acerca de la atención que debe darse a la literatura en el contexto de la formación de los candidatos al sacerdocio».
La buena alternativa de un libro
El texto de la carta destaca la lectura en sí, pero también de forma dialéctica, es decir, como algo que puede ser de ayuda en momentos muy concretos frente a otras realidades.
Un buen libro puede ser:
«un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien»;
La forma de escapar y sobrellevar la «tormenta» de esos «momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso, y cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma… hasta que consigamos tener un poco más de serenidad»;
Evita «que nos encerremos en esas anómalas ideas obsesivas que nos acechan irremediablemente».
Bien sirve para «abandonar la obsesión por las pantallas y por las venenosas, superficiales y violentas noticias falsas», un riesgo que ve particularmente peligroso en los seminarios.
Qué aporta leer literatura
De la extensa carta pueden darse las razones con las que el Papa justifica el fomento de la lectura entre los seminaristas, y en general en todos los itinerarios de formación cristiana:
El lector es «activo»: «reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo… Cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal».
«Para un creyente que quiera, sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas concretas, la literatura se hace indispensable… ¿Cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas… si ignoramos… sus creaciones?».
«Gracias al discernimiento evangélico de la cultura, es posible reconocer la presencia del Espíritu en la multiforme realidad humana, es decir, es posible captar la semilla ya plantada de la presencia del Espíritu en los… contextos sociales, culturales y espirituales».
«Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la carne de Jesucristo; esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos… Una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes más sensibles aún a la plena humanidad del Señor Jesús».
«La lectura produce efectos muy positivos. Ayuda a adquirir un vocabulario más amplio, y por consiguiente, a desarrollar diversos aspectos de su inteligencia. También estimula la imaginación y la creatividad”
Mejora la concentración, calma el estrés y la ansiedad.
«Nos prepara para comprender y, por tanto, para afrontar las diferentes situaciones que pueden presentarse en la vida. En la lectura nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas».
«Recorriendo este camino, que nos vuelve sensibles al misterio de los otros, la literatura hace que aprendamos a tocar sus corazones».
«Para los cristianos la Palabra de Dios y todas las palabras humanas, dejan el rastro de una intrínseca nostalgia de Dios, tendiendo hacia esa Palabra. Se puede decir que la palabra verdaderamente poética participa analógicamente de la Palabra de Dios».
«La literatura representa un ejercicio de discernimiento, que afina las capacidades sapienciales de escrutinio interior y exterior del futuro sacerdote en donde se despliega el escenario del discernimiento espiritual personal, donde no faltarán las angustias e incluso las crisis».
«El ejercicio de la lectura es, entonces, como un ejercicio de discernimiento, gracias al cual el lector está implicado en primera persona como sujeto de lectura y, al mismo tiempo, como objeto de lo que lee».
«Esto es para lo que sirve la literatura, para desarrollar las imágenes de la vida, para preguntarnos sobre su significado. En pocas palabras, sirve para hacer eficazmente experiencia de vida».
«Es necesario y urgente contrarrestar esta inevitable aceleración y simplificación de nuestra vida cotidiana, aprendiendo a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar. Esto es posible cuando una persona se detiene a leer un libro».
«Es necesario recuperar modos acogedores de relacionarnos con la realidad, no estratégicos ni orientados directamente a un resultado”.
“Distancia, lentitud y libertad son rasgos de una aproximación a la realidad que encuentra en la literatura una forma de expresión».
«La literatura expresa nuestra presencia en el mundo, lo asimila y lo digiere, captando lo que va más allá de la superficie de la experiencia; sirve entonces para interpretar la vida, discerniendo sus significados y tensiones fundamentales».
«Leyendo un texto literario se activa en nosotros el empático poder de la imaginación, que es un vehículo fundamental para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás».
«Cuando se lee un relato, gracias a la visión del autor, nos volvemos más sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos y podemos entender un poco más sus fatigas y deseos, vemos la realidad con sus ojos».
«La literatura no es relativista… No neutraliza el juicio moral, sino que le impide que se vuelva ciego o superficialmente condenatorio”.
“Y al contemplar la violencia, limitación o fragilidad de los demás tenemos la posibilidad de reflexionar mejor sobre la nuestra».
«La literatura educa su mirada a la lentitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio».
Descontaminar el discurso eclesial
«Confío en haber puesto de manifiesto en estas breves reflexiones», resume Francisco, «el papel que la literatura puede desarrollar educando el corazón y la mente del pastor o del futuro pastor en la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces».
«En este sentido», concluye, «la literatura ayuda al lector a destruir los ídolos de los lenguajes autorreferenciales, falsamente autosuficientes, estáticamente convencionales, que a veces corren el riesgo de contaminar también el discurso eclesial, aprisionando la libertad de la Palabra».
Recientemente, Francisco inspirado en una reunión con estudiantes en el Vaticano, recitó un poema de Borges, que cautivó al mundo al darle un momento terrenal a su alocución con los recuerdos de su infancia, y de maestro de literatura, y ahora da su renovación inspiradora a la iglesia universal cristiana. Así las cosas.