Samuel Aguirre Ochoa/La lucha de Antorcha en Coatepec
Las elecciones en un entorno democrático son por excelencia de resultados inciertos, particularmente si están a más de seis meses de la elección. En teoría, todo puede suceder.
La candidata de la oposición genuina enfrenta una situación adversa, pero no fatal. Puede ganar y hay condiciones para ello más allá de las virtudes y aciertos de una campaña, de lo que hagan los partidos o de la base no partidista que se le ha sumado.
El humor social plantea una elección competida. Varios son los temas. El terreno disparejo. Hay elección de Estado, no es un argumento, sino descripción. El jefe de Estado interviene públicamente en la contienda para favorecer a los afines y denostar a los opositores, además del uso ilegal de recursos a su alcance, como la información fiscal y financiera de la persona y empresas de Xóchitl Gálvez.
Los factores de poder, empresarios, organizaciones civiles y los medios son objeto de intimidación. La autocensura ha sido frecuente a lo largo de este gobierno, particularmente por las empresas de comunicación con mayor presencia.
El oficialismo genuino. Claudia Sheinbaum es una candidata con fortalezas y virtudes para competir con eficacia. La disciplina es una de ellas y el apego al discurso presidencial, otra. Su mayor fortaleza es el presidente López Obrador, aunque también supone retos en otros planos en la relación y en la construcción del liderazgo de quien aspira ser la primera presidenta de México.
Comparada con AMLO, Sheinbaum no es una candidata fuerte, pero sí firme y preparada. Sin embargo, la contienda en el territorio se anticipa más cerrada de lo que muestran los sondeos de intención de voto. El Frente.
Desde su origen el Frente anticipaba dificultades serias no tanto para el entendimiento entre las tres fuerzas políticas convocantes, sino para actuar en consecuencia a la exigencia pública de un cambio en forma y fondo del ejercicio de la política.
Fue prometedor el esquema novedoso para la selección del candidato presidencial, que coincidió con la irrupción de Xóchitl Gálvez. Hay desencanto por no actuar con lo previsto; de hecho, las dos decisiones más relevantes, la selección de candidato presidencial y el de la de la Ciudad de México se resolvieron a través del acuerdo cupular, a pesar de ser dos prospectos competitivos, con respaldo ciudadano y con atributos para un desempeño exitoso.
La campaña.
Lo menos que se puede decir del equipo que se integró en torno a la candidata presidencial es que hubo complacencia y para no pocos, incompetencia. Dejaron pasar el tiempo, Xóchitl pasó a la defensiva; se desdibujó; perdió atributos singulares de un candidato disruptivo como el humor, la respuesta inmediata y la alegría. Se perdió momentum bajo el inverosímil argumento de que las campañas todavía no empezaban.
No ha tenido el apoyo profesional para una empresa de tal complejidad y dos designaciones recientes dan idea de que la candidata lo entiende; Max Cortázar y Miguel Riquelme mucho pueden contribuir para mejorar.
Aun así, requiere empoderarlos ante el equipo existente y contratar a un productor de calidad y experiencia en comunicación y propaganda. Lo concurrente y los votantes. Las elecciones locales concurrentes son de la mayor importancia por los términos de la competencia en las de alcaldes y de gobernador.
Por el perfil de los candidatos, incluyendo el de los de Morena se anticipa el regreso de la alternancia y de la pluralidad a los órganos legislativos. Concurre, además, con un fenómeno que no se mide en encuestas convencionales. El electorado es más complejo ahora y el descontento es más amplio al que revelan los sondeos de opinión.
Esto ofrece a Xóchitl un tercio de los votos, cifra nada desdeñable, aunque insuficiente. El umbral de la victoria son diez puntos más, objetivo al alcance, sin duda.