
Raúl López Gómez/Cosmovisión
Durante un mes, se les observó con atención. Aun plenamente identificados, competían entre sí para quedar bien con sus patrocinadores, esparciendo odio y mentiras bajo la fachada de ser simples “ciudadanos”. Lo ineludible es que, detrás del puntero en las encuestas y en los círculos de opinión, hay miles de personas que lo respaldan con convicción.
¿La estrategia de sus detractores? Activarse los fines de semana para engañar al algoritmo, sostener injurias, golpear desde ciertos medios e inundar las redes con memes destinados al desprestigio. El tigre está amarrado, sí, pero si llegara a soltarse, no habría domador capaz de contenerlo.
Una vasta red de cuentas falsas ha cruzado reiteradamente la frontera entre lo electoral y lo personal, afectando incluso a su círculo familiar. No parece importarles. Como tampoco les incomoda atentar contra el prestigio y el buen nombre de empresarios, académicos y periodistas, a quienes están dispuestos a marginar si sus intereses no se alinean con los del “negocio”. Todo, con un desapego cínico que raya en la deshumanización.
Dicen que, reunidos, acumulan décadas de experiencia. Se han dedicado con disciplina a sembrar mensajes en internet, a agitar columnas en medios tradicionales y a cuestionar todo cuanto pudieron de él. En su modus operandi, intentaron reducir su popularidad. Pero, contra sus cálculos, tanto la numeralia como el ánimo popular apuntalan al que hoy es visto como el enemigo a vencer… aunque es, en realidad, amigo del pueblo.
La ciudadanía —politizada, despierta, consciente— no tardó en calificar como “ridículo” el desgarre de vestiduras, las pataletas, las protestas. Nunca lograron construir un discurso coherente. Un día, lo acusaban de ser un hombre acaudalado; al siguiente, de ser un ambicioso en busca de fortuna. Un día, lo tachaban de ignorante; al otro, lo pintaban como un maquiavélico estratega.
Lo preocupante, sin embargo, no son las consignas, sino los emisarios: aquellos que no contemplan que algún incauto pueda pasar, de un momento a otro, de las redes sociales a la acción directa.
La temporada electoral deja lecciones valiosas para reflexionar en este tiempo de veda. Una de ellas —repetida pero aún ignorada por algunos— es simple y profunda: concentrar el odio en un solo candidato, con la esperanza de que no llegue a la Casa de los Coatepecanos, es como abrirle un boquete al barco en el que viajamos todos.
Porque no se trata únicamente de un nombre, de un personaje más o menos polémico. Detrás de él hay miles de voluntades organizadas, conscientes, decididas. Y no son pocas.
En su momento, López Obrador advirtió con una figura potente: “El que suelte al tigre, que lo amarre”. Tiempo después, ese mamífero se encarnó en una histórica votación que cambió el rumbo del país.
Guardando las debidas proporciones y respetando los contextos, hoy, mientras en las redes se alimenta el odio y desde las cúpulas se ejecutan estrategias de sabotaje, el candidato ha optado por construir una sólida base social. Esa base —diversa, decidida, fiel— es su mayor protección y su verdadera fortaleza.
Ese es el pueblo al que alude cada día. Ese, y no el candidato puntero, representa el verdadero desafío para quienes ven tambalear sus privilegios.
Porque con cada acto de rabia, con cada campaña de desprestigio celebrada con sorna, desatan los nudos que mantienen al tigre contenido.