Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
El asesinato de Manuel Buendía 33 años después
Los paseos de Bartlett y Zorrilla
A principio de los ochenta, Manuel Bartlett solía recibir en su residencia de Lomas de Chapultepec a José Antonio Zorrilla Pérez, con quien después de permanecer un rato en el interior salía a caminar por la banqueta. El aire íntimo de esas conversaciones entre el entonces secretario de Gobernación y el titular de la Dirección Federal de Seguridad habría de ser evocado por uno de los guardaespaldas de Zorrilla durante el proceso penal al que éste fue sometido por el asesinato del periodista Manuel Buendía.
En su declaración ministerial, el escolta de Zorrilla, Oscar Salvador Fabila Contreras, dijo que en varias ocasiones acompañó al funcionario a la casa de Bartlett: “siempre llevando consigo su portafolios y entraba a dicho domicilio tardando en salir del mismo quince o veinte minutos con dicho portafolios, algunas veces acompañado del señor Bartlett y caminaban por la acera algunos minutos”. (“Conclusiones ministeriales”, página 53, tomo 20 del expediente judicial del caso Buendía).
Esa escena de Bartlett y Zorrilla confirma la cercanía entre ambos y contradice la versión que durante todos estos años ha sostenido el ex secretario de Gobernación, cuya estrategia para deslindarse del asesinato de Buendía ha consistido en decirse alejado de Zorrilla e ignorante de la trama criminal urdida por su subordinado. Además, le otorga credibilidad a una de las primeras declaraciones de Zorrilla tras ser detenido en junio de 1989, cuando recordó públicamente que no era “autónomo” al frente de la DFS, implicando con ello que el homicidio no había sido obra solamente suya.
Como hay una historia y numerosos registros de su omnipresencia como secretario de Gobernación, y desde luego de la incondicionalidad que le profesaba Zorrilla desde la DFS, los intentos de Bartlett por desligarse del crimen han resultado inútiles. Su propia biografía hace imposible imaginarlo ajeno a un acontecimiento que en todo lleva la marca del Estado.
Bartlett llegó a un grado superior de cinismo cuando declaró: “Desconozco cuándo salió del país Zorrilla y en qué condiciones”. Pero ¿quién va a creer que el entonces secretario de Gobernación no supo cómo viajó Zorrilla a España en mayo de 1985, después de haber sido despojado de la candidatura del PRI a diputado y en medio del escándalo público por el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar?
Un dato crucial sale a flote
Los treinta días que antecedieron a la ejecución de Manuel Buendía el 30 de mayo de 1984 ofrecen, aun con el paso del tiempo, pormenores que demuestran la existencia de un cerco que se fue cerrando en torno al columnista y desmienten la versión oficial que concibe el crimen como un hecho aislado, ajustado solamente a la lógica demencial de Zorrilla.
Hoy se sabe que aquel día, horas antes de morir, el periodista buscaba con urgencia, a través del director de Pemex, hablar personalmente con el presidente Miguel de la Madrid para comunicarle “algo importante”. (Salvador del Río, “Ultimas llamadas de Manuel Buendía”, “Enfoque”, Reforma, 14 de octubre de 2012).
Para contextualizar este dato y los acontecimientos de aquel mayo de 1984, debe recordarse que en las semanas previas, con el pretexto de protegerlo, Zorrilla había asignado a Buendía un equipo de guardaespaldas integrado por agentes de la DFS, cuya ocupación real era mantenerlo vigilado. El objetivo de esa tarea encubierta habría de ser confirmada después, cuando se conoció que Zorrilla había ordenado incluso rentar un departamento en las proximidades de las oficinas de Buendía para alojar a los espías. Y aunque la escolta le fue retirada por la incomodidad que le provocaba al periodista, la vigilancia se mantuvo hasta el último momento. El crimen, en consecuencia, fue cometido por un grupo de agentes de la DFS y bajo los ojos de otro grupo de la misma corporación, posiblemente el mismo que en cuestión de minutos llegó al sitio del homicidio y tomó en sus manos las investigaciones, que durante cinco años, lógicamente, no arrojaron ningún resultado.
Los días 4 y 14 de mayo, Buendía dedicó su “Red Privada” a reproducir y analizar un documento elaborado por los obispos de la región del Pacífico Sur, en el que éstos alertaban sobre el crecimiento del tráfico de drogas en esa región y advertían en ello la posible complicidad de funcionarios públicos. Asimismo, el columnista realizó dos visitas al secretario de la Defensa, el general Juan Arévalo Gardoqui, y a mediados de mes dijo a cuatro periodistas amigos suyos que investigaba los vínculos de funcionarios públicos con el narcotráfico. Finalmente, tuvo un altercado vía telefónica con Zorrilla, del que su esposa, la señora Dolores Abalos, informó después en una declaración ministerial. Buendía confió a su esposa que Zorrilla mantenía nexos con el narcotráfico y que ese había sido el origen de la discusión telefónica, ocurrida probablemente el 14 de mayo.
Que estos acontecimientos hayan desembocado el 30 de mayo en la llamada de Buendía a Mario Ramón Beteta, el director de Pemex, en busca de su intervención para ser recibido por el presidente De la Madrid, sugiere la existencia de una situación que llegaba a su límite. Buendía sabía que era perseguido y quería informar de ello al presidente, o bien quería ponerlo al tanto de los nexos que había descubierto entre Zorrilla y posiblemente otros funcionarios con los cárteles del narcotráfico. O las dos cosas. Hoy podemos afirmar con toda seguridad que Zorrilla conoció al instante la gestión telefónica de Buendía, espiado como estaba, y que ese hecho apresuró el asesinato, consumado cuatro horas después de la conversación con el director de Pemex, quien presumiblemente no alcanzó a presentar la gestión que le fue solicitada.
Por otra parte, los sucesos posteriores a la ejecución del columnista: el descubrimiento y desmantelamiento del gigantesco rancho El Búfalo, el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, el cese de Zorrilla y la desaparición de la DFS, y enredadas en todo ello las acusaciones lanzadas por el gobierno de Estados Unidos contra el gobierno mexicano y particularmente contra Bartlett por la muerte de Camarena, comprueban que Buendía seguía pistas correctas sobre las complicidades entre el poder y el narcotráfico.
El Búfalo embistió la renovación moral
A 33 años del asesinato, todavía está en veremos si Zorrilla realmente actuó por su cuenta, impulsado por el pánico de ver expuestas en la columna de Buendía sus relaciones con narcotraficantes, o si ejecutó el crimen por el pánico y las órdenes de sus superiores para impedir que el periodista jalara de más la hebra que eventualmente lo habría conducido hasta el rancho El Búfalo, por esa fechas a su máxima capacidad de producción de mariguana bajo la protección de soldados del Ejército y agentes de la DFS.
Lo que es un hecho es que las denuncias que el periodista formuló acerca de los nexos de funcionarios públicos con el narcotráfico ponían en predicamento la “renovación moral” que el presidente De la Madrid adoptó como eje de su gobierno. Un indicio de que el crimen pudo haber tenido ahí su origen, es que el simple dato de que horas antes de morir Buendía pidió hablar con el presidente se tardó veintiocho años en ser revelado por sus poseedores. Fue preciso que De la Madrid muriera para que saliera a la superficie hace cinco años.
La versión oficial es que el homicidio de Buendía fue obra exclusiva de Zorrilla, y según Bartlett con su absoluto desconocimiento. El ex presidente De la Madrid se ocupó incluso de anotar en sus memorias la impresión de que Zorrilla había enloquecido al frente de la DFS. Por otra parte, es significativo que las investigaciones tuvieran un tope en Zorrilla. Eso queda de manifiesto en el expediente de las causas penales abiertas contra el ex director de la DFS.
Que se sepa, la única ocasión en que Bartlett parece haber tenido la tentación de revelar lo que sabe del asesinato de Buendía fue cuando en 1993 se disponía a tomar posesión del gobierno de Puebla y se vio amenazado por sus enemigos en el PRI. Para desactivar señalamientos que se le hacían, Bartlett amagó con revelar en un “Libro Blanco” lo que sabía en torno al asesinato de Buendía y Camarena Salazar. «Eso sí sería un best-seller», habría dicho. Pero la intervención del presidente Carlos Salinas de Gortari desactivó los amagos y Bartlett calló. (“Bartlett: en el laberinto del poder”, El Norte, 17 de enero de 1993)
Si de veras Zorrilla actuó solo, presa del delirio de poder, sin que sus jefes se dieran cuenta, entonces ¿por qué el secretario de Gobernación y el presidente lo protegieron después con todo el poder del Estado? ¿Por qué fue mantenido a salvo de la ley y enviado a España en un exilio dorado, y sólo hasta el cambio de gobierno fue detenido? Son preguntas cuyas respuestas acaso se encuentren en aquellos paseos de banqueta.
Por aquellas fechas empezó a desbarrancarse el país.