Carlos Ramírez/Indicador político
Taibo, el tigre domado
Despuntaba para convertirse en líder de la fracción radical de Morena, la que impulsaría a las bases a exigirle al próximo presidente que cumpla su programa original, pero Paco Ignacio Taibo II dobló las manos. Se cortó las uñas el tigre.
«Reitero mi apoyo absoluto» al futuro gobierno de López Obrador, al cual daré «apoyo crítico desde la izquierda», escribió en un extenso y divertido artículo en La Jornada el reciente viernes.
Mejor imposible. El «respaldo absoluto» al presidente y «apoyo crítico desde la izquierda», son música para los oídos del futuro gobernante, como en su momento lo fueron los pronunciamientos del PPS y del PARM hacia los sucesivos gobiernos del PRI.
Dice que a Romo nunca le reclamó haber dicho que la reforma energética seguiría adelante y que México «va a ser un paraíso para los inversionistas extranjeros».
Mi respuesta, apunta Taibo, «fue preguntarme (sic) en nombre de quién hablaba Romo, porque en los congresos de Morena había quedado claro que no se negociaba con las reformas neoliberales. Quizá el tono con que hablé no era el adecuado».
En otra palabras, «yo nada más decía».
Y en opinión de Taibo, su inadecuado atrevimiento tuvo un final feliz: «El asunto fue materia de amplia circulación mediática, que trataba de confrontar a López Obrador con las dos posiciones. Andrés salió de la trampa señalando la pluralidad de Morena».
Vaya, vaya. O sea que no se trataba de exigir una definición respecto de las «reformas neoliberales», sino de salirse de la trampa. Era una cuestión retórica. Nada más.
Lo mismo sucedió con las arengas de Taibo para expropiar los bienes de los empresarios que amagaran al presidente con sacar su dinero del país. Retórica.
Explica Taibo que sus palabras fueron exhibidas «sin ver el contexto y el tiempo en que se habían producido las declaraciones».
Lo sacaron de contexto. Él nada más decía.
Ahora bien, uno también tiene derecho a formularse preguntas: ¿cuánto habría ganado el país si López Obrador, Taibo y compañía, no hubieran retrasado con marchas, plantones, tomas de congresos, zócalos llenos de manifestantes y golpizas a policías, la concreción de las reformas estructurales que ahora apoya uno y el otro nada más decía».
Hicieron un daño enorme.
El Tratado de Libre Comercio, al que tanto denostaron y combatieron para impedir que se firmara, resulta que ha sido una bendición para la economía del país y no una entrega de la patria a Estados Unidos.
Ahora que estamos de acuerdo, sería excelente que el próximo presidente completara la tarea: lograr que en el sur del país termine la oposición de caciques sindicales y tomadores de carreteras para que entre la inversión privada y que los estados sureños empaten su desarrollo con los del centro y del norte, donde están los beneficios del TLC.
Es una noticia excelente saber que no habrá marcha atrás a la reforma energética, lo que podría confirmarse en febrero cuando salga a licitación una nueva ronda de bloques para que la iniciativa privada explore y explote yacimientos sin que haya que invertir ahí el dinero de los contribuyentes.
Sería fantástico que las nuevas refinerías que planea el presidente electo se hicieran con capital privado, y destinar los recursos públicos a los proyectos de infraestructura de AMLO y a mejorar los servicios médicos para la población.
Claro, habría sido todavía mucho mejor si todas esas medidas «neoliberales» se hubieran tomado cuando se propusieron antes, y no haberlas retrasado hasta ahora que somos importadores netos de hidrocarburos.
Se frenaron esas reformas por la oposición activa de López Obrador y sus seguidores, con Taibo en las primeras filas de la marcha «contra la venta del país».
En pocas palabras: las reformas eran buenas, sólo que ellos querían el poder antes que el bien de México.
Y ya con el poder en la bolsa, ahora sí, venga el TLC, la energética, la fiscal, la de telecomunicaciones… y nada de «recuperar para la nación» los bienes del subsuelo ni las propiedades que el Estado tenía antes de «las reformas neoliberales».
Al cabo que ellos, como Taibo, nada más decían.