Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Nos quedamos sin contrapesos
Todos los contrapesos del poder presidencial están siendo cooptados, avasallados o doblegados.
El combate a la corrupción se usa como arma para aplastar a los que osan decir que no.
Prácticamente todo el país quiere que haya éxito en disminuir la corrupción, pero este legítimo anhelo nacional el gobierno lo emplea a manera de camuflaje para quitar adversarios del camino y empoderar a sus personajes obscuros.
Se atacan de manera selectiva los efectos de la corrupción, mientras se acumula un poder absoluto en el Ejecutivo. Ahí está y estará siempre la madre nutricia de la impunidad y de las conductas ilícitas.
Si quieres que te perdonen tus negocios turbios, tener puestos públicos, créditos en la banca del gobierno e influencia en tu gremio, ponte bajo el alero de López Obrador y se abrirán las puertas del cielo nuevamente.
Así no se construye un país mejor ni se defiende una patria.
Los contrapesos naturales del poder presidencial están siendo anulados o sometidos por el miedo.
Solo nos quedan 50 senadores y uno que otro dirigente empresarial, pues a los demás los están usando.
En la Suprema Corte hemos visto una extravagante cargada de su presidente en favor de un proyecto político, el de AMLO, en lugar de la discreta pero firme defensa de la Constitución y de los jueces.
Hace unos días destituyó al juez que dio amparos contra la construcción del aeropuerto en Santa Lucía. Se anunció que también lo “investigan” por corrupción.
Todo el peso del Estado para un juez porque tiene una casa de 17 millones de pesos, y todo el respaldo del gobierno federal a Miguel Barbosa que compró la casa del ex presidente Miguel de la Madrid, sin haber trabajado un solo día en el sector privado.
La justicia no es pareja, sino que opera como mecanismo de control político.
El mensaje es el terror contra los que dicen no a los desaciertos del poder presidencial.
Juez que se oponga a los proyectos prioritarios del presidente puede ser linchado y además cesado.
Dos o tres días antes, un juez “cambió de opinión” sobre amparos que había otorgado a un colectivo que exige “no más derroches”, también sobre el aeropuerto de Santa Lucía.
¿Y por qué cambió de opinión?
Porque le echaron encima a la secretaría de la Defensa Nacional, con un recurso para que revocara los amparos.
El juez “reflexionó” ante un acto evidentemente intimidatorio, pues no contaba con el respaldo del presidente de la Corte, que ha hecho saber que sus simpatías están en otro lado.
Tampoco hay mayores contrapesos que vengan del sector privado de la economía.
La mayoría de los dirigentes empresariales parecen recitar el poema de Niehmöller (vinieron por los judíos y yo, como no era judío, no hice nada. Luego vinieron por los cristianos…etc) porque creen que se van a salvar solos.
No hay posibilidades de hacer cambiar de opinión a Morena en el Legislativo, donde el poder del Ejecutivo dicta de manera aplastante y sin discusión.
La realidad está ahí: sólo 50 senadores (y algunos, pocos dirigentes del sector privado) resisten y le dicen no a López Obrador y a su partido cuando se exceden.
En menos de un año el gobierno habrá aplastado a los organismos autónomos que se había dado la democracia mexicana.
Ya le cerraron el paso a Luis Raúl González Pérez para permanecer al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Se trata de uno de los juristas más valientes del país pues no teme ir contra la opinión del presidente en turno ni en sentido contrario de lo que exige la turba.
Desde el gabinete lo descalificaron con insultos que replicó el presidente de la República.
Igual pasó con la Comisión Reguladora de Energía y está en vías de suceder lo mismo con el Instituto Nacional Electoral.
Cincuenta senadores, con sus virtudes y defectos, son el endeble valladar para impedir cambios constitucionales que consoliden un régimen absolutista.
El resto de los equilibrios ha sido eliminado a través del acoso, el atropello y la negación del diálogo en la Cámara de Diputados.
Y los contrapesos que quedan están condenados a la extinción si no hay posturas firmes que los defiendan.
Hacia allá vamos.