Raúl López Gómez/Cosmovisión
El acuerdo: lo menos malo
La espada de los aranceles que nos puso Trump en el cuello sigue ahí. Ganamos tiempo, sólo eso.
El desdoro para el país de tener que soportar los arrebatos humillantes del presidente de Estados Unidos y que nos dicte la política migratoria, no nos lo quita nadie.
¿No había de otra? Sí, había varias.
Una de ellas era que el presidente López Obrador explotara y abiertamente nos formara en la fila de los países bolivarianos (Cuba, Venezuela, Bolivia), y no lo hizo.
Si alguna ganancia hay en este desdichado lance con Trump, hay que buscarlo en el terreno ideológico.
Hubo un golpe de realidad que ha puesto al nuevo gobierno del lado del libre comercio.
López Obrador se tuvo que definir y lo hizo de manera acertada.
Cuando se negociaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1992-93), el actual presidente y casi todos quienes le acompañan en su actual tarea de gobierno, marchaban y gritaban que se estaba “vendiendo a México».
López Obrador admitió en los hechos que se equivocó y que la mejor ruta para desarrollarnos es tener fronteras abiertas al comercio.
La forma en que se distribuyen los beneficios del libre comercio es de ahora en adelante la saludable discusión.
Se acabó el fantasma del México autárquico, que vive de lo que produce, como lo dijo tantas veces López Obrador en sus campañas presidenciales.
El presidente no ha dejado dudas de su compromiso con esa base para cualquier proyecto económico: exportar e importar sin mayores restricciones.
Sobresaliente es el hecho de que López Obrador haya valorado más los argumentos de Ebrard que los de su partido y del entorno «antigringo» que lo llevó al poder.
Con el evento de Tijuana, el presidente nos dijo que no solo está en favor de la globalización, sino que la entiende como inevitable y no llevará a México al aislamiento que tanto se temía.
La amenaza de ponernos aranceles de manera indiscriminada, habría sido un gran pretexto para que López Obrador lanzara una campaña nacional e internacional contra Estados Unidos y enfundarse en la bandera del socialismo del Siglo XXI.
No lo hizo. Y eso tiene el valor de una definición.
Perdieron los sectores chavistas del entorno presidencial que habrían estado felices con una ruptura con Estados Unidos.
No olvidemos que los dos partidos que llevaron a AMLO al poder tienen una dirigencia que defiende la vía bolivariana al socialismo y son férreos defensores de modelos cerrados. Perdieron.
El presidente mostró que puede cambiar de opinión cuando la realidad lo atenaza.
Es cierto que el acuerdo del viernes fue forzado por Donald Trump y más que acuerdo fue una imposición: lo tomas o lo dejas. Lo tomamos.
Con ello el presidente renunció a la demagogia inicial de su gobierno de ofrecer a centroamericanos vía libre por el territorio nacional para llegar a Estados Unidos a cometer un delito (entrar ilegalmente a ese país es un delito, según sus leyes).
Dio una voltereta positiva al cambiar de opinión y ya no ofrecer autobuses y apoyo económico para que los migrantes lleguen de manera rápida al norte, y sí en cambio habrá orden en la frontera sur.
Entre quedar bien con su clientela que quiere tener a México como un país más del agonizante bloque bolivariano o ser parte del gran proyecto de América del Norte, López Obrador optó por esto último.
El acuerdo alcanzado en Washington es malo. Pero pudo ser peor.