Raúl López Gómez/Cosmovisión
Si la calidad de un gobierno es la medida de su oposición, puede entenderse el deterioro de la vida pública nacional. Las oposiciones están mal, enfermas unas de ceguera, otras de soberbia y, la del PRI, de oportunismo en su dirigencia. Buena parte de la sociedad mexicana anhela una alternativa diferente a la existente; pero, al parecer, la oposición, MC incluido, ofrece la medicina del pasado, sin advertir que ha caducado.
Un caso ilustra la incapacidad de la oposición para articular cualquier narrativa razonable. Su maximalismo la hace ver semejante al presidente López Obrador, todo o nada, conmigo o contra mí, blanco o negro. La sociedad sigue derroteros diferentes. El descontento creciente con el régimen obradorista no significa una adhesión a los partidos opositores, menos si reproducen mucho de lo que se repudia.
El PRI vive su autodestrucción. No inició con Alejandro Moreno, sino con la venalidad del gobierno anterior, generalizada y de escándalo en la presidencia y en varios gobiernos estatales. Error monumental y confesión anticipada de fracaso fue postular a un candidato cuya mejor credencial era no pertenecer al PRI y ser afín al PAN, con la expectativa de que, al retirarle a la mala el registro al candidato Ricardo Anaya, los votos se sumarían a José Antonio Meade, sin advertir que la segunda opción de los votantes anayistas era AMLO y, después, el abstencionismo.
El PRI cavó su tumba; y al elegir a Moreno precipitó su debacle. Los mejores momentos del PRI han sido cuando se adhiere electoral, legislativa o políticamente al bloque opositor. Afortunadamente, en Coahuila se vive otra circunstancia y todo indica que prevalecerá con claridad. En el Estado de México podría dar la sorpresa si se construye una convincente alianza opositora, auténtica por el compromiso de sus partes de actuar como les corresponde, que se robustecería si Juan Zepeda fuera postulado por MC.
El PAN tiene la dirigencia más frágil cuando el país más le necesita. Es la fuerza con mayor credibilidad en los sectores urbanos, pero la sociedad no piensa en partidos, sino en oferta y formas nuevas que ofrezcan esperanza y acrediten una mejor opción. El candidato cuenta, pero es superado por el proceso para llegar a la nominación, porque da cuenta de voluntad de cambio y de reconciliar a la política con la sociedad. La elección primaria es el curso obligado y debe ser impuesto al PRI y PRD, eventualmente, a MC si hay una coalición opositora.
Mezquindad pura y llana la actitud de los opositores hacia Ricardo Monreal, no les resultó suficiente su congruencia y valentía al repudiar la iniciativa de reforma electoral de su presidente y líder. La exigencia de suicidio político fue absurda y a cambio de nada. Al contrario, el líder del PRD le retiró el lazo para transitar hacia una candidatura opositora. Mal hacerlo unilateralmente, peor, si acordado. El PAN, PRI, PRD o MC debieron decir que no excluyen al senador como opción y, si hay elección primaria, que podría participar. No fue así. Como quiera que sea, el senador Monreal persiste, a partir de sus actos, dichos, votos y conducta, como una opción consistente para alcanzar la candidatura presidencial.
Las oposiciones deben considerar el ambiente previo a la elección presidencial. En el escenario optimista, la oposición ganaría las dos elecciones de gobernador en 2023 o quizá perder por escaso margen el Estado de México; el mensaje del resultado sería el de una oposición competitiva para 2024, del que se desprenden triunfos en elecciones locales, mayoría opositora en las Cámaras y un resultado impredecible en la elección presidencial. En el otro extremo, en caso de ambas elecciones de gobernador, aun así sería irrepetible el resultado de 2018; habría gobierno dividido, alternancia en varios estados, incluso en la CDMX.
El mayor reto de las oposiciones es entender que la fuerza electoral no deriva de ellas mismas, sino del hartazgo social y de la posibilidad de canalizarlo por la vía electoral, como en 2018. Las condiciones son complejas, pero de singular oportunidad. Lo errático del presidente, el deterioro económico, la persistente corrupción y violencia asociada a la impunidad anticipan una lucha por el voto que demanda claridad, visión y capacidad para hacer de la emoción razón de sufragio opositor.