
Rinde protesta la Comisión de Profesionalización Periodística en Córdoba
XALAPA, Ver, 28 de septiembre de 2020.- Para Gemaly Padua Uscanga, leonera nacida en Chacalapa, municipio de Chinameca, el fandango, más que una fiesta popular de una región determinada o una tradición, es el reflejo mismo del espacio que lo forma y la sociedad que lo habita, por ello “si nuestra sociedad está fragmentada o es violenta, esto se reflejará en el huapango”.
Gemaly comenta que en el discurso de la historia y contexto del son jarocho recuperado hasta la fecha, éste cuenta con más de 300 años en estos territorios del sur de Veracruz, que surgió de la mezcla entre la cultura europea, las personas que trajeron esclavizadas de África y los indígenas, que fue una música prohibida por la Santa Inquisición y que ha resistido hasta nuestros tiempos, porque en ese andar se transmitió de generación en generación.
En este contexto, explica que éste no fue un proceso histórico pacífico, sino violento, y esa violencia ejercida sobre los ancestros sigue manifestándose de manera inevitable hasta nuestros días, disfrazada y justificada como prácticas o manifestaciones meramente culturales.
De esa violencia que podemos nombrar como ancestral, las mujeres, por el hecho de ser mujeres, seguimos siendo las principales víctimas, dice, y confiesa que se ha sentido acosada, vulnerable, en diversos espacios de la vida cotidiana.
“Conozco amigas, familiares, que también se han sentido de la misma manera, que han sido víctimas de violencia en sus diferentes escalas, que la hemos reproducido, que vamos aprendiendo a identificarla, la cuestionamos y buscamos herramientas a partir de la memoria y la colectividad para recuperar la capacidad de sentipensar otros mundos posibles, sanos, de acuerdo con el contexto que nos toque vivir”.
Comenta que la violencia también la sufren por el solo hecho de ser mujeres o por ser indígenas, por ser negras, “por ser indígena disidente sexual, por ser migrantes, por ser madres solteras, por decidir no ser madre, por decidir otras formas de crianza, por vestir falda corta o usar labial rojo, por ser niña, por defender la vida, por romper con lo establecido, y en esta ruptura, las tradiciones y las costumbres que nos alimentan el alma, el espíritu de las comunidades de las que venimos, no están exentas, así pasa con el fandango”.
Al respecto, considera que es necesario ser capaces de reconocer nuestros privilegios, en todos los espacios que habitamos, no separarlos de la realidad de la que somos parte y asumir el compromiso de ser lo que pensamos.
Respecto del uso del lenguaje inclusivo en el son jarocho, una propuesta actual de algunas mujeres jaraneras, subraya que “el lenguaje es importante, porque éste se construye y es cambiante de acuerdo con cada contexto”, además, históricamente ha sido otra forma de colonizar, hablar en término masculino para generalizar, en donde “lo que no se nombra no existe”, y por consecuencia se invisibilizan las diversas identidades, las disidencias.
Gemaly piensa que el lenguaje inclusivo no sólo puede aplicarse en el fandango, sino en todos los espacios de desarrollo personal y colectivo, ya que es una herramienta para reconocer las muchas formas que existen de concebir la vida, la tierra, lo que somos, cómo nos nombramos, y esto se debe respetar.
A pesar de ello, aclara que también se debe poner atención de dónde vienen o surgen estas propuestas, ya que en la búsqueda de visibilización, los conceptos pueden quedarse cortos para las comunidades y sus múltiples realidades, que superan los imaginarios académicos.
Actualmente, el lenguaje inclusivo se está planteando dentro de la versada en la música de jarana, en el son jarocho, rompiendo con los roles establecidos para las mujeres dentro de esta tradición y para denunciar la violencia machista en espacios de base comunitaria como el huapango.
Y esta práctica ha generado controversia dentro de algunos círculos de la música “tradicional”, en quienes la estudian, quienes la hacen, quienes viven de la música, la mayoría de éstos, varones, y ha logrado una de las metas del lenguaje inclusivo: incomodar.
Es importante señalar que Gemaly reconoce que estas discusiones no se están dando, o muy poco, entre mujeres de las comunidades en las que se llevan a cabo prácticas ancestrales como el huapango, pues su realidad es más compleja que lo que podemos asumir estando fuera de este contexto.
Mujeres con otras luchas no menos importantes, “como las que defienden su territorio con campañas de salud comunitaria entre mujeres en la sierra de Santa Martha, las que están buscando a sus familiares desaparecidos, las que migran para buscar un mejor modo de vida, las que se quedan en el camino, las que siembran su comida, las que echan tortilla”.
Por todo esto considera que es necesario retomar la memoria colectiva para que desde cada comunidad, con las experiencias propias, “se propongan formas de vida dignas para todas, todes, todos, todxs, pues también debemos entender que la tradición puede ser colonizadora, que el son jarocho como género musical también es colonizador cuando no se entienden los contextos de donde se ejecuta, cuando se pierde la práctica comunitaria, cuando desde otras perspectivas se asume que todos vivimos las misma realidades”.
Gemaly subraya la importancia de entender que el machismo también es colonial, clasista, racista, y la violencia que existe en nuestras prácticas culturales cotidianas son difíciles de reconocer cuando se ha normalizado y asumido por generaciones.
“Cuestionar nuestros privilegios y asumirlos, y abrir las posibilidades para lo que siga, pensar en una comunidad sana, construirla, y algún día quizá llegar a ser parte de la comunidad de comunidades, de la que el Feminismo Comunitario nos cuenta”.
Además, recuerda el papel importante que han asumido las mujeres no sólo en el fandango, pues han estado presentes en toda la historia de las comunidades, como las cuidadoras del territorio, organizando, procurando la salud, como sembradoras la tierra, cuidadoras del agua y el fuego, en todo aquello que da identidad.
“Pienso en el fandango o el huapango como algo que tiene vida, por su carga histórica, y entonces se tiene que procurar, como una responsabilidad también histórica que va más allá de una teoría social”.
“La tradición se va transformando, como lo ha hecho en más de 300 años, en el que se va abriendo camino para vernos, reconocernos, cuestionarnos, proponer caminos de vida que serán una herramienta más para dar claridad social a las generaciones que siguen”.
Y esta importancia de las mujeres, este avance, se va dando desde el conocimiento de las comunidades, desde la diversidad, desde la memoria, desde la organización, desde el contacto con la tierra y la naturaleza, desde la cercanía, más allá de las geografías, desde la creación de redes-alianzas, desde la complejidad de la colectividad.
“La división ha sido una fuerza comprobada que nos ha violentado a mujeres y a hombres, por lo que es necesario apostar por otros mundos, y encontrar puntos para relacionarnos de manera más humana es parte de nuestras herramientas”.
Por eso, está segura de la importancia de pensar en la colectividad como una forma de vida, como un organismo vivo que se interconecta con todo, con la naturaleza, con la espiritualidad, con la organización colectiva y si se desconecta de cualquiera de sus otras partes que lo integra no funciona igual para todas, todes, todxs, todos. No podemos tener luchas separadas; sol@s somos invisibles, junt@s somos invencibles.
Gemaly Padua es cofundadora del Colectivo Altepee, donde participa y coordina actividades con perspectiva de género, ha impartido talleres de son jarocho y es promotora de Salud Popular en Chacalapa y Minatitlán.