Raúl López Gómez/Cosmovisión
La abrupta visita a México del candidato republicano al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica Mr. Donald John Thrump, provocó una retahíla de críticas de todos aquellos que aprovechan cualquier detalle mal puesto de Peña Nieto para írsele directo a la yugular. Es cierto, hubo detalles que a los asesores en política exterior del Presidente no debieron habérseles pasado. En primera, debe tenerse mucho cuidado de invitar a un candidato así sea del país más poderoso de la tierra, porque lo correcto es que el aspirante mismo solicite la visita, no al revés. Los aspirantes son quienes andan a la caza de los votos. Si existiera la intención de invitar a alguien en particular, entonces se tendría el cuidado de crear la idea de que es el contendiente el del interés de la visita. De ser ésta opción, se hace una declaración pública informal vía twitter, por ejemplo, mostrando la apertura para recibir y atender, bajo las mismas circunstancias, a los otros candidatos.
Es recomendable que a los candidatos no se les reciba en la casa presidencial para no darle formalidad al discurso de estos, que en todas ocasiones es distinto cuando ya han ganado la elección. El discurso para ganar votos conlleva mayor carga emotiva. El discurso de quien lleva la formalidad del triunfo es más cauteloso, más medido. A ningún candidato de algún país extranjero debe recibírsele en la casa presidencial por que se podrían crear falsos compromisos edificados en la obsesión por ganar votos, y que pudieran involucrar al mandatario anfitrión como ocurrió con el susodicho Trump, con el tema del muro.
Los encuentros entre el jerarca y los candidatos extranjeros deben ser en un marco de respeto y fina cortesía, pero no solemnes. Preferentemente deben llevarse a cabo en algún estado de la República ante la presencia del Gobernador de dicha entidad, para delegarle parte de la anfitrionía y dejar a salvo la investidura presidencial en caso de algún imponderable como ocurrió con el blondo Trump. El escenario debe ser preferentemente casual para poder diluir cualquier circunstancia imprevista o comprometedora.
Cuando un gobierno formaliza una invitación a los candidatos, se coloca en una actitud de desventaja. Es el candidato el que tiene la obligación de acudir a cualquier lugar que considere rentable y externar argumentos que crea convencerán al público votante.
Los expertos en cuestiones diplomáticas, que todo presidente los tiene al lado de su oficina, debieron advertirle al Presidente Peña que Mr. Trump es divergente en sus criterios y sus ideas son una mezcla del odio anti inmigrante y la farándula veleidosa.
Para el gringo Trump la investidura presidencial no tiene más valor que cualquiera de los vestidos que portan las ganadoras del concurso Miss Universo que él patrocinaba. Todo esto debieron haberle expuesto al Presidente de la República sus asesores en la materia.
El concepto nacionalista del candidato republicano se circunscribe a la expansión de sus empresas, no más, y ve a los ciudadanos como sus potenciales clientes. Donald Trump se vende como un producto televisivo, como el conductor de esos programas que transforman la burla hacia unos en la risa de todos. Es indiscutible que maneja muy bien la parte mediática, sabe de eso. Ese fue el esquema que durante años utilizó en los concursos de belleza y reality shows, y vendió bien. Sabe llamar la atención y sabe cómo sacarle ventaja a cualquier cosa. Por supuesto que no se trata de un tipo loco, sabe lo que hace, que a los mexicanos no nos guste, es otra cosa. Su repentina visita a nuestro país le representó un par de puntos a su favor de acuerdo a mediciones de su popularidad. Esto comprueba que no solo a los mexicanos nos gusta el pan y circo, a los norteamericanos les encanta el espectáculo. Los dos puntos se los regalaron quienes se sintieron atraídos por el irreverente espectáculo que ofreció a sus paisanos, al meter a su juego al presidente mexicano. Le importó un comino que su arrogancia impactara negativamente en la imagen del presidente mexicano. Supo lo que hizo.
Que si la Hillary se enojó por que se le adelantó el rubio, la culpa es de ella por su reacción tardía. Además la que sabe de política y de campañas es ella, no él. Habría que recordarle que las emociones deben cederle el lugar a las estrategias proselitistas.
Si de veras no viene a México va a parecer ante sus paisanos como carente de visión e imaginación, y esa no es buena señal de quien aspira a gobernar un país Sin embargo, la candidata puede programar una visita a nuestro País pero con un formato diferente, para revertir los dos puntitos que ganó su contrincante. Si decide visitarnos, que no llegue a Los Pinos sino a la casa de la Virgen de Guadalupe,”La Patrona de los mexicanos”.
Después de un rezo y una sesión de fotos con el rebozo terciado, regresará a su país no con dos, sino con cuatro puntos, suficientes para ganar la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Todo es cuestión de preguntar.
*Este texto es responsabilidad absoluta del autor.