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XALAPA, Ver., 3 de octubre de 2016.- Aún sonríe, y se carcajea, quizá por costumbre, por su carácter, porque la vida sigue aunque por dentro esté devastada. Su nombre es Adela de Anda Paz, mujer de trabajo, de mucho trabajo y esfuerzo, que a pesar de lo joven que se ve ya carga en su espalda 62 años, de los cuales, 4 han sido un completo infierno: divide sus horas para atender su negocio, su casa, y todos los días dedicar tiempo a la búsqueda de su hijo Carmelo Cervantes de Anda, desaparecido por soldados, marinos y policías de Veracruz, una de las 27 víctimas de desaparición forzada reconocidas por el Estado en esta ciudad.
Estamos en su local, el ruido de la plaza bulle, trae fólderes, cartas, oficios, su denuncia y fotos; de pelo cano, y corto, comienza a contar lo que ha narrado una y otra vez desde el 3 de agosto de 2012, el día que su hijo salió a recoger a un amigo a la central de autobuses, y no lo volvió a ver.
Tenía entonces 23 años, estudiaba el séptimo semestre de arquitectura, como señas particulares, una cicatriz en la ceja derecha, y en el pecho, derivada de una operación a corazón abierto, ya que nació con un soplo, queridísimo por sus padres, quienes le procuraron la mejor educación, es su único hijo, lo único que le queda a la señora Adela, después de la muerte de su esposo.
Comienza su relato: el último día que lo vio, fue el jueves hacia las dos de la tarde, iba a ver una obra, vestía un pantalón de mezclilla azul, playera tipo Polo roja, Carmelo le manda un mensaje a su novia, que no podrá verla porque irá a recoger a un amigo. Al otro día, no vuelve, ni llama, y la señora Adela le habla para saber de su hijo, pero la joven ya iba para su casa.
“Llega llorando y me dice que a Carmelo y a su amigo Julián les habían dado un levantón, entonces se me hace un nudo en el estómago, y me pongo a pensar rápido qué hay que hacer, tomo el teléfono, hablo al 066, doy los datos, y de ahí me dicen que lo buscarán en todas partes, y que me hablarían cada media hora”.
Acuden al Ministerio Público y levantan la denuncia, ya habían pedido la sábana de llamadas (registro de números y llamadas), les dicen que en ese momento no hay personal para repartir los 17 oficios, así que doña Adela se ofrece para hacerlo. Como siempre, “uno mismo hace el trabajo de ellos”. El teléfono de su hijo, registrado a su nombre, tenía localizador, “tenían todo para encontrarlo de inmediato, pero no hicieron nada”.
A su Carmelo lo levantan en la Colonia Mártires 21 de Agosto, en la privada 1, al amigo lo sueltan inmediatamente, desnudo, con los glúteos reventados por tablazos, una costilla rota, es de Nanchital y vivía con un amigo, oriundo de Minatitlán, tenían más de una década de ser amigos.
Esa noche Carmelo fue a dejar a Julián a su departamento, y de ahí los sacaron elementos del Ejército, de la Marina y de la Policía Estatal; según las declaraciones del amigo, las camionetas en las que se los llevaron tenían torretas, “es un dato muy importante, porque yo no sé si las camionetas clonadas también les ponen torretas”.
De la gente que se los llevó, dice, no era cualquiera, se veían musculosos, entrenados, altos, fornidos, con pasamontañas, “este muchacho declaró que eran del Ejército, y policías estatales”.
En su camino la señora Adela fue estafada por un abogado, Marcos Bosier (sic), quien incluso intentó estafar a más familiares de desaparecidos, a quienes les cobraba de 12 a 24 mil pesos, a ella le cobró 26 mil esta última cantidad. “Se aprovechan del dolor, de la necesidad de que las cosas avancen a cualquier forma”.
Lo que resta de 2012 y mediados de 2013 todo fue vuelta y vuelta, hasta que viaja a la Ciudad de México, ahí conoce a Juan Carlos Trujillo, integrante de la Brigada Nacional en Búsqueda de Personas Desaparecidas, quien por fin le explica cómo están las cosas, y la asesora, con ella fueron otros padres, tres en total, y a una por fin le entregaron a su hija, pero muerta.
En la Procuraduría General de la República (PGR) levantan otra denuncia, y al otro día acuden a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (Seido), “y de ahí han seguido puras investigaciones, citas y citas, y el caso es que no se avanza y no se sabe el paradero de mi hijo, van 4 años y 2 meses”.
Doble víctima
La delincuencia se ensaña, y aún así, Doña Adela no deja de sonreír, es amable, jovial, cualquiera que habla con ella podrá darse cuenta que fue la mejor madre para Carmelo, que comprende la juventud, “mi hijo, esa noche, me dijo que se iba a dar el rol con su amigo, que se iban a echar unas cervecitas, mi hijo me contaba todo”.
Pero la tragedia no viene sola, hace un año fue asaltada con lujo de violencia. Y aunque se ríe de esto, cuenta: los delincuentes la vigilaban, se memorizaron horarios, rutas, y una noche cuando regresó del trabajo, ya la esperaban en la cochera. La golpearon con sus pistolas, con sus puños, la amarraron de pies y manos y le dijeron que era un secuestro.
Vaciaron su casa, y se llevaron su camioneta, que tanto quería la señora Adela. Al cabo se enteró que el vehículo fue vendido en Puebla, una señora le habló, que la había visto, que quería comprarla, “y cómo no, si mi camioneta está hermosa, pero aguas, porque me la robaron”.
Dio parte a las autoridades, pero ya no encontraron nada, lo más probable, cuenta, es que la hayan deshuesado y vendido en partes.
Los colectivos
Adela tiene muchas amistades que la quieren bien, de hecho, en medio de la entrevista, se despide del dueño de una radiodifusora en la capital, y quien le pasa el primer contacto de los colectivos de desaparecidos es su amiga y exalcaldesa Teresa Torres Chaires, “ella me vivió mi angustia, a veces hablaba por teléfono con ella y me ponía a llorar, con toda la paciencia, y un día me dice, conozco a un muchacho que está en un colectivo”.
Fue después de la presentación del libro México 2010, diario de una madre mutilada, de la académica de la Universidad Veracruzana, Esther Hernández Palacios, el 5 de diciembre de 2012, allí le presentaron a Anahís Palacios, representante del Colectivo por la paz, “y a una víctima, Donají, de ahí me empiezan a ayudar, a hacer acompañamientos”.
Hay de todo en los colectivos, protagonismos e intereses, pero también compañerismo y mucha dedicación a los casos, tienen juntas cada semana para tomar decisiones, para revisar avances o expedientes.
De las personas que la señora Adela admira está Luchy Díaz, dirigente del Colectivo Solecito, de quien dice, no tiene miedo, “una mujer fajada, no se detiene para decirle sus verdades a quien sea, me tiene confianza, la aprecio, y ella me aprecia”.
Dice que al principio, lo que buscaba era que los colectivos se unieran, pero no se logró, y cada vez salen más y más agrupaciones; al que pertenece, Colectivo por la Paz, dice que Sara González, quien aclara, no es presidenta, “porque aquí todo es consensuado”, a veces declara cosas que no debe, “Luchy se lo reclamó alguna vez, y con toda razón”.
Afirma que todo lo que se vaya a decir tiene que pensarse bien y después emitir un comunicado, “no nada más ella tiene que hablar”.
La esperanza
Adela de Anda cuenta que apenas es este año entró a trabajar a la Fiscalía General del Estado un policía “que sí es inteligente”, se trata de un comandante investigador, quien le promete hacer todo lo posible por resolver su caso.
Increíble, cuenta, que en un mes recabara información tan valiosa que las autoridades no lograron en 4 años de investigación. Inmediatamente acude al lugar de los hechos, y se gana la confianza de las personas del barrio, “y por medio de unos vecinos, le dicen que ahí en ese departamento donde había estado mi hijo, con el otro muchacho, seguido olía a droga”.
Un vecino se da cuenta que hay luz en el departamento, y le llama al Ejército, acuden además, elementos de la Marina y de la Policía Estatal, los sacaron con lujo de violencia, a Carmelo y su amigo, hay testimonios de esto.
A la señora Adela le parece inconcebible que nunca hayan ido al lugar de los hechos. “Sí iban, pero no se acercaban, eran unos miedosos”.
Otro dato: a unos metros del departamento había una base de la Marina y del Ejército. Dice que ya tienen identificadas las camionetas, que las investigaciones siguen avanzando, porque aún hay muchos pendientes.
Julián, con quien iba su hijo, en su declaración señala los plagiarios ya sabían por quiénes iban, “un negro de pelos lacios… mi hijo estuvo en un momento en el que no debió haber estado”.
Adela de Anda no pierde la esperanza y no escatima cualquier recurso que pueda ayudarle a encontrar a Carmelo. “Lo que pienso sinceramente, de todo corazón, que mi hijo tenía un perfil diferente, no los agarran y los matan, yo sé que les va a servir, es como agarrar a un enfermero, a un médico, no lo voy a matar, éste me a servir”. Ahora, quiere ir a las cárceles militares, quiere buscar en todos lados.
Finalmente, cuenta que en su búsqueda, no repara en quien le pueda dar información, así es como llega con una vidente.
“Es una señora que vive por Plaza Ánimas, muy buena la señora, me dijo, sin abrir los ojos, ‘qué es lo que quieres’, yo tengo a un hijo desaparecido, pero no quiero que me vaya a decir nada que me vaya a lastimar, ‘a tu hijo se lo llevaron, lo tienen en entrenamiento’, ¿no sabe en dónde? ‘Se ven caminos largos, pasan muchas camionetas, él está muy triste, pero está bien’ Pero entonces, ¿por qué no se llevaron al otro muchacho, ‘porque el otro no les servía, no tienes más que pedirle a Dios porque no sabemos cuánto se va a tardar para que lo vuelvas a ver’”.