
Ricardo Alemán/Itinerario político
Felipe de J. Monroy*
La reciente visita a México del arzobispo Paul Richard Gallagher, titular de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, ha sido breve pero llena de implicaciones. En apenas dos discursos públicos delineó con mucha claridad el papel de México en el horizonte de la diplomacia vaticana y en el pontificado de León XIV; y además, es ineludible la reflexión sobre el informe que Gallagher llevará de vuelta al pontífice. Un informe que se antoja imparcial –casi frío– a diferencia de lo que otros miembros de la Secretaría de Estado, viejos conocidos en México –como el cardenal Parolin y el arzobispo Peña–, podrían haber llevado a Roma.
El custodio de la diplomacia de la Santa Sede participó primero de un par de reuniones protocolarias tanto con el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano como con los titulares de Gobernación y Relaciones Exteriores de México. Lo más relevante de estos encuentros lo sintetizó la secretaria Rosa Icela Rodríguez, quien confirmó la invitación formal que la Iglesia, el gobierno de México y la presidenta Claudia Sheinbaum hacen al papa León XIV para visitar el país.
Que se haya insistido sobre esta invitación formal al día siguiente en voz de Octavio Tripp, director general para Europa de la SRE, revela además la escasez de asuntos bilaterales concretos o de fondo abordados por los funcionarios mexicanos con Gallagher. La invitación, no obstante, es un buen deseo; y aunque se vislumbra difícil una visita inminente, la singular cualidad de Robert Prevost como el primer pontífice norteamericano con arraigo latinoamericano –un Papa de identidad transfronteriza– haría de una potencial visita a México todo un suceso político y diplomático.
Por ejemplo, en sus dos únicos discursos públicos en la capital de la República, Gallagher justo destacó que México y la Virgen de Guadalupe tienen un papel clave en la promoción de la fraternidad y la paz en todo el continente americano, como puente entre pueblos y naciones. Dijo que “en tiempos de fragmentación, donde las barreras se erigen más rápido que los puentes”, la Virgen mexicana “une lo que el mundo intenta dividir”. Lo anterior, leído en clave política y social, pone a México –y especialmente a su Iglesia católica– ante una responsabilidad mayúscula hacia el exterior, pero también –y quizá más apremiante– hacia su interior.
Gallagher enumeró el elenco consabido de problemáticas internas de México y en su relación con otros países: migración, violencia, corrupción, desigualdad económica, erosión de la verdad en el discurso público, etcétera; y dijo que estas “heridas silenciosas de la humanidad” se pueden afrontar con dos características notables de la historia del pueblo mexicano: su resiliencia y su esperanza.
De hecho, elogió que incluso en los momentos más críticos de la patria mexicana, los católicos optaron por la esperanza en lugar de continuar el juego de odios: “Cuando pensamos en la violencia que causa muerte y destrucción a tantas personas en tantos lugares diferentes, sabemos que puede fácilmente despertar en nuestros corazones el deseo de venganza, incluso la voluntad de violencia, deseosos de devolver daño con daño. Y, sin embargo, el Señor nos llama a algo radicalmente diferente”, dijo.
De esta forma, Gallagher explicó además una idea reiterada de León XIV sobre la necesidad de construir “paz desarmada y desarmante”, no mediante la imposición ni la dominación sino desde el servicio, el acompañamiento y la acción colegiada orientada a la dignidad humana, la subsidiariedad, la solidaridad y el bien común.
Quizá por ello, el diplomático también utilizó México como escenario neutral para delinear la crítica más profunda del Vaticano hacia los organismos internacionales vigentes; dijo que para el papa León XIV el multilateralismo sólo tiene sentido cuando se visibilizan, reconocen y escuchan las identidades de todas las naciones, todos los pueblos y todos los clamores de los más necesitados; de lo contrario, la diplomacia se convierte en “burocracia abstracta”.
Este último deseo es crucial en un momento de intensa complejidad político-diplomática en la región y en el mundo; donde parece que desde la mirada pontificia, México puede y debe ofrecer mucho a la pacificación comenzando en su propio territorio: “La política, dijo Gallagher, puede formularse no como un ejercicio de poder, sino como un acto de justicia”. Y ese mensaje del Vaticano, desde México, es de suma relevancia tanto para todos los vecinos de la patria mexicana como para todos sus actores políticos encumbrados.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe