Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Del presidente López Obrador todo se puede esperar, particularmente ante las malas noticias. Quienes le conceden una extraordinaria habilidad política debieran incluir en sus apreciaciones al menos dos palabras: abuso y astucia. Si a lo anterior se le suma el inventario escaso de escrúpulos se tendrá un mejor perfil de quien gobierna y sus cualidades, más si se incorpora en la evaluación que los factores de influencia, por miedo o interés, marchan al son del mandatario.
Las malas noticias están en muchos frentes. La que más habrá de preocuparle es la elección, la encuesta de El Financiero de ayer lunes no le debe de resultar alentadora. La elección no será día de campo para Morena ni para Claudia Sheinbaum. Como lo señalamos el día de ayer, si no corrigen las encuestas su pronóstico de triunfo arrollador del oficialismo como ocurrió en la elección de 2012, la industria deberá dar una explicación y pasará a la sospecha por la grosera manipulación de la realidad.
El reporte de Oxfam en el marco del evento de Davos Suiza, una institución confiable y creíble en el ámbito internacional sobre el combate a la pobreza deja al descubierto que los beneficiarios del régimen obradorista han sido los más ricos de los ricos. A quienes respaldan al presidente y a sus políticas en función de la causa de los pobres, el informe los deja sin argumento. El problema es doble, los ricos muy ricos son mucho más y a diferencia de otros países, son concesionarios, contratistas o asociados al gobierno. Los datos contrastan con el incremento de los muy pobres y el colapso del sistema de salud, así como con el deterioro generalizado de la educación pública, la mejor vía para la superación personal y colectiva.
Las transferencias monetarias directas a la población no compensan el costo para obtenerlas. El beneficio se vuelve inexistente ante los problemas en el sistema público de salud y la ausencia de un servicio médico razonablemente funcional; igual que el incremento de los salarios, anulan el beneficio la falta de vivienda, el colapso del sistema educativo y el deterioro de la respuesta del IMSS o ISSSTE. Además, más de la mitad de la población activa vive en la informalidad y, por lo mismo, no es beneficiaria de aumentos.
El presidente no podrá ocultar lo evidente: México es tan corrupto o más que siempre. No sólo se trata de lo que ocurre “abajo”, también arriba y lo debe de conocer bien, salvo que prefiera ignorarlo. El escandaloso tráfico de influencia va de la mano de la discrecionalidad en la asignación de obra y contratos públicos. La falta de transparencia institucional hace que las filtraciones propias e inevitables hagan de la investigación periodística una fuente recurrente de escándalo. Abundan esqueletos en el clóset, y el presidente parece no estar preparado para tantas revelaciones sobre la corrupción generalizada en su gobierno. Sus costosas obras emblemáticas han sido un sonoro fracaso y fuente de venalidad. Los reportes de las autoridades constatan lo primero y los medios lo segundo, de allí la agresión presidencial al periodismo de investigación o a la libertad de expresón.
Las peores noticias se dan en la seguridad pública. Los homicidios dolosos persisten, las masacres se repiten cotidianamente, los narcotraficantes ganan terreno y amenazan ser actores relevantes en el proceso electoral, como denunciara el magistrado del Tribunal Electoral, Felipe de la Mata.
Otra mala noticia es la indignación por la salida de Azucena Uresti de Milenio, que dejó al descubierto la perenne autocensura y censura en la relación del gobierno con los medios. La libertad de expresión ha estado bajo recurrente acoso por el régimen y el presidente. El asunto ya escaló, no sólo es un tema de insensibilidad o intolerancia, sino de amenaza grave por el acecho del crimen organizado a los medios de comunicación con la complacencia presidencial.
Las malas noticias serán lo que viene. El 5 de febrero el presidente pretenderá definir la agenda de las campañas con sus iniciativas de reforma constitucional, que difícilmente logrará porque es inevitable que el debate se centre en el balance de su gestión. El 18F saldrá la ciudadanía a manifestarse en su contra. Las malas noticias seguirán imponiéndose, no por diseño ni estrategia opositora, simplemente como saldo de la acción u omisión gubernamental. Debe preocupar la respuesta porque allí hay y sobra astucia, abuso y malicia.