
Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Felipe de J. Monroy*
El papa León XIV conoce parte de la realidad eclesial mexicana a través de una singular mirada de la organización, administración y actuación de la jerarquía eclesiástica local; primero como prior general de la Orden de San Agustín (2001-2013) y después como prefecto del dicasterio para los obispos de la Santa Sede (2023-2025). Desde ambas experiencias, el pontífice ha tenido oportunidad de escuchar aspectos que implican la valoración de los perfiles episcopales para un país tan singular como México.
Ahora, como pontífice y aún sin un sustituto en el dicasterio para obispos, tiene frente a sí el enorme reto de configurar el perfil del pastor para la República mexicana en una coyuntura nacional que exige tanto audacia como serenidad.
Por un lado, parece haber una urgencia de atender nombramientos en seis sedes diocesanas vacantes y prever los recambios de una quincena de iglesias particulares cuyos obispos ya han cumplido la edad de retiro canónico o manifiestan algunas debilidades para seguir gobernando. En total, es una quinta parte de los territorios diocesanos en transición; aunque, no es la cantidad de circunscripciones sino la magnitud de las instituciones eclesiales en juego, y la extensión y densidad de población de las iglesias que esperan recambio de pastor.
Al mismo tiempo, también hay un criterio de suma importancia sobre los obispos que habrán de tomar los próximos liderazgos nacionales o regionales: que no sólo tengan una trayectoria impecable (o por lo menos decente) sino que ofrezcan una mirada amplia, con imaginación y temple para participar de las oportunidades y los desafíos de la historia mexicana.
En su discurso para el jubileo de los obispos, el papa León XIV delineó cinco rasgos visibles para los pastores católicos: ser principio de unidad, tener una vida teologal, ser hombres de fe, de esperanza y de caridad pastoral. También los exhortó a practicar y cultivar virtudes cotidianas como vivir en la prudencia pastoral, la pobreza evangélica y custodiar la castidad de corazón y conducta propia y de sus ministros.
El Papa Prévost es profuso en las características que por lo menos él espera de sus pastores: firmes, dóciles, cercanos, coherentes, célibes, leales, sinceros, magnánimos, de mentalidad abierta, empáticos, pacientes, discretos, dialogantes, serviciales. Sus expectativas, sin embargo, se pueden resumir en tres grandes criterios: Ejercitar la «prudencia pastoral» como sabiduría práctica; vivir bajo la «pobreza evangélica» como estilo natural de vida; y sostener la «cercanía paternal» como actitud hacia el pueblo.
León XIV insiste en que los obispos están obligados a asimilar el diálogo como “estilo y método” en las relaciones humanas e institucionales; por tanto, los perfiles de pastores que actúan por su propia cuenta, en solitario, alejados de la fraternidad y la sinodalidad, procurando más su imagen en el carrierismo episcopal tan criticado por Francisco, no son los mejores candidatos para asumir responsabilidades en la nueva etapa en la Iglesia mexicana.
Hoy, las instituciones católicas enfrentan serios desafíos multidimensionales que ponen a prueba tanto su resiliencia como la influencia histórica que la Iglesia ha impreso a la nación mexicana. La Iglesia vive una lenta y sostenida erosión de fieles y adherentes; esto se evidencia en la caída estadística en los sacramentos y en la crisis de vocaciones religiosas y ministeriales. Pero también en el fenómeno poco atendido sobre la credibilidad de organizaciones y congregaciones religiosas, cuyo interés parece no enfocarse en recuperar su participación abierta, transparente y formal en la sociedad sino en refugiarse y afianzarse en el interior de las necesidades de las jerarquías eclesiásticas.
Y, por si fuera poco, es evidente el incremento de una tensión política de características dogmáticas en el entorno público; en gran medida gracias a los discursos moralizantes, identitarios, autorreferenciales, polarizadores y corporativos en el conflicto por la agenda pública. De hecho, gobiernos y poderes fácticos suelen integrar conceptos pseudoreligiosos en su legitimación discursiva y operativa en medio de graves crisis de gobernabilidad, violencia, incertidumbre económica y otras problemáticas colectivas.
Para este panorama, hoy hay casi una veintena de obispos que tienen menos de 55 años, pastores de la era de Bergoglio; la gran mayoría sirven ahora como auxiliares pastorales pero algunos ya han asumido la titularidad diocesana. El papa Francisco esperaba de ellos un sentido fuerte de unión “sin solistas fuera del coro o líderes de batallas personales”; obispos que no desean ser “noticia en los periódicos” ni que anhelan “el consenso del mundo” sino que vivan arraigados en la comunidad “rechazando la tentación de alejarse con frecuencia de su diócesis y huir en búsqueda de sus propias glorias” y esencialmente sin clericalismo que es “una forma anómala de entender la autoridad”. En ellos está buenamente depositada una esperanza de audacia e imaginación pastoral, porque se encuentran en el margen de toda una era que está concluyendo en el episcopado mexicano.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe