La despolitización del pueblo y sus nefastas consecuencias
La fuerza de la palabra está por encima de las leyes y las convenciones sociales; esta idea aplica para todos los menesteres privados y públicos, como para la política. Es fuente de certeza y confianza. En México, culturalmente, palabra y verdad se tasan en la medida de la conveniencia e interés del poder. Hoy, mentir se vuelve moneda de cambio regular desde la más elevada oficina pública.
Ahora se degrada la palabra porque el régimen se ha instalado en un sentimiento de guerra; y, como suele suceder en tales circunstancias, la primera baja es la verdad. Ayer la palabra degradada se acompañaba del cinismo, lo que provocó un profundo agravio. En estos tiempos se miente porque la causa es superior a todo, incluso a la verdad. En realidad, se vive ahora una nueva moral, no a partir de sus virtudes, sino de su contraste con un pasado socialmente repudiado. Asumirse diferente, es suficiente.
La nueva moral no tiene referentes ideológicos, ni siquiera programáticos. Remite a lo que dice el líder, sin vacilación ni miramiento, sea la lucha contra la corrupción, la pobreza o la desigualdad. La aceptación se asocia a las intenciones del líder, aunque los resultados muestren que la venalidad persiste y se encarece, y la desigualdad aumenta. Capítulo especial merece la lucha contra el crimen y la violencia, la voz presidencial declara éxitos inexistentes; mientras, el delito crece y adquiere preocupantes expresiones en el tejido social.
Tres son las condiciones de eficacia de la nueva moral pública: en primer término, el descontento social con lo existente; que, a su vez, convalida lo diferente, no lo mejor y permite cuestionar la institucionalidad y las reglas de contención al autoritarismo. En segundo, el protagonismo mediático presidencial, con la concurrencia de los medios en la reproducción de la propaganda oficial, expresión de la tercera condición, la connivencia de las élites con el presidente y la ineficacia de la oposición para contener el abuso del poder.
La mayor amenaza a la nueva moral es la libertad de expresión. Por eso el presidente López Obrador se ocupa en desacreditarla y combatirla, incluso más que al crimen organizado. No hay represión en sentido convencional, pero injuriar y calumniar a medios y periodistas tiene consecuencias, además, le blinda del escrutinio crítico, aunado al temor que inspira, y a la victimización a la que es tan propenso López Obrador.
El fatalismo se ha hecho presente a pesar de la resistencia popular de las clases medias y en los sectores populares de las zonas densamente pobladas. Se declaran derrotas cuando la contienda aún no inicia. No es un tema de partidos ni de candidatos realmente competitivos, que no hay en uno ni en otro lado. Es importante porque el futuro será definido por la magnitud del descontento y si éste que tanto ha llegado a la clase gobernante de ahora. De ocurrir así, lo menos que se puede esperar en 2024 es el retorno de la pluralidad, proceso nada desdeñable si se acompaña de una propuesta de la oposición que no recree el pasado corrupto.
Es previsible que el régimen planteará la disputa por el voto a partir del presente de logros y futuro promisorio, frente al pasado ominoso de corrupción y desigualdad representado por los mismos de siempre. A pesar de haber disminuido la capacidad de engaño de López Obrador y de que su aceptación popular es intransferible, no son pocos los seducidos por sus formas y modos autócratas.
Por su parte, una oposición unificada no será suficiente, se necesita superar el maniqueísmo polarizador del régimen; la tarea es renovar en forma y fondo para revalorar la palabra a partir de la realidad y el apego a la verdad. Implica disputar los referentes que han dado fortaleza popular al actual proyecto como son la austeridad y el combate a la corrupción y a la desigualdad. Debe iniciar con una modalidad democrática e incluyente en la selección de candidatos; en campañas que conecten con las mayorías; en el perfil renovador de candidato(a) presidencial, y en la propuesta para abrir -por primera vez en la historia-, el gobierno de coalición con un líder comprometido con los principios y valores de la democracia.