Raúl López Gómez/Cosmovisión
Uruapan y los límites de la imaginación.
La frontera de la imaginación en todos los campos es bastante elástica. Pero en materia delincuencial en nuestro país esta continua expandiéndose siempre con creatividad horripilante. Los grupos criminales han llevado su guerra a extremos cada vez más sanguinarios y crueles. No sólo buscan aterrorizar a las pandillas contrarias, en el fondo pretenden doblegar la moral de la sociedad y arrodillar a las instituciones del Estado, o sea, sí tienen estrategia de guerra. Su mayor anhelo es el abatimiento de las instituciones y diluir por completo toda cultura de legalidad de tal manera que el único valor dominante sea el del máximo poder criminal.
Los carteles, para mala fortuna, han escogido a Uruapan como escenario para librar mortales vendettas con actos atroces y repugnantes. Desafortunadamente esa es la realidad que generan las pandillas frente a un Estado que aún no ha dado con la estrategia para encararlos y derrotarlos. La puesta en marcha de una nueva estrategia nacional de seguridad pública y la creación de su instrumento predilecto la Guardia Nacional, no han frenado hasta ahora el baño de sangre, dolor y desesperación que se vive entre la ciudadanía, pero tampoco los llamados presidenciales a deponer las armas, al cuidado maternal sobre los jóvenes delincuentes y el ofrecimiento de abrazos ha dado resultados.
De la agenda crítica que tanto preocupa a los mexicanos el punto de la seguridad es al que menos gracia de tiempo conceden los ciudadanos para su cumplimiento. El gobierno federal a 8 meses -que en términos de inseguridad son años- tampoco parece haber dado con la clave para frenar el baño de sangre. Los 8 ejes de la Estrategia Nacional de Seguridad Pública se orientan al ámbito de las causas estructurales: 1.- Erradicar la corrupción y reactivar la procuración de justicia; 2.- Garantizar empleo, educación salud y bienestar; 3.- Pleno respeto y promoción de los derechos humanos; 4.- Regeneración ética de la sociedad; 5.- Reformular el combate a las drogas; 6.- Emprender la construcción de la paz; 7. Recuperación y dignificación de los centros penitenciarios, y; 8. Seguridad pública, seguridad nacional y paz. Pero son factores complejos que pueden tardar en atenderse mucho más de seis años y eso si las acciones son atinadas y la economía nacional no sufre descalabros.
Los indicadores de violencia pocas veces se corresponden territorialmente con los de pobreza y pobreza extrema como se puede verificar consultando el último informe del Coneval y los informes regulares del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Hay una parte de esta realidad que no ha sido suficientemente conocida y estudiada considerando otros indicadores como el nivel de descomposición social a partir de la pérdida de valores que carcome a toda la sociedad y no sólo a los grupos sociales empobrecidos. Hasta ahora los resortes más íntimos que disparan la violencia criminal no han sido abordados. El paradigma con el que se estudia el problema debiera ser ajustado para que los resorte singulares puedan ser comprendidos y atendidos con eficacia.
El plano de las causalidades estructurales es importante para no perder de vista el fondo del problema, pero quedarse en él sin acciones viables para desactivar ahora las motivaciones singulares de quienes al margen de los valores por el respeto a la vida y la legalidad, se han decidido a asesinar y propagar el terror y el caos social, es un error que implica un alto costo para los ciudadanos, más allá del costo político para los gobernantes.
En febrero de 2008 en el discurso de toma de posesión el gobernador michoacano Leonel Godoy anunció una política pública para atender el problema de la inseguridad y la criminalidad. Igual que ahora el gobierno federal, insistió en los factores estructurales y de manera particular se comprometió a atender el problema con educación y empleo. Desde entonces han pasado 11 años, todos sabemos lo que ocurrió ese mismo año en septiembre y luego el azote templario, y sin embargo el problema sigue ahí. Sí deben atenderse los factores estructurales en un largo, tal vez muy largo plazo, pero la sociedad necesita resultados ahora, porque es ahora cuando ocurren los crímenes, y eso solamente se atiende con acciones finas para desarticular, debilitar, acotar a las pandillas y proteger el derecho de los ciudadanos.
Ha dicho el presidente que «no caerá en una guerra y continuará su programa de atención a las causas». Bien dicho ¿Pero mientras tanto qué? Atender esas causas puede llevar años ¿El crimen, entonces, tiene permiso mientras tanto? ¿Debemos esperar a que se erradique la corrupción, a qué se generen empleos, haya mejor educación, se logre una regeneración ética de la sociedad (con la cartilla moral de Alfonso Reyes y cursos de civismo)? Más bien, lo que tenemos es que no existe una estrategia precisa para contener la criminalidad de cada día.
«No necesitamos que nos digan que la violencia en México ha sobrepasado los límites de la imaginación», se dice en la Estrategia Nacional de Seguridad Pública del gobierno federal. Es verdad, ese es el sentir indignado de los ciudadanos y está bien representado, sin embargo, lo que falta es que ese sentir sea igualmente representado con acciones que superen la imaginación criminal, es decir, que los expertos (que sí se necesitan) en materia de seguridad, generen una estrategia fina y eficaz que frene la carnicería, claro sin dejar de atender el ataque a las causas estructurales de fondo. El reto es cómo frenar ahora la ola delictiva mientras se atienden las causas estructurales, es decir, cómo evitar que se repita o escale el cuadro de horror de Uruapan.