Raúl López Gómez/Cosmovisión
CAMBIAR LAS LEYES… O SUCUMBIR ANTE LOS CRIMINALES
El asesino de la niña, la víctima más reciente, asesinada en el Estado de México, había estado preso por violación. Cada día son detenidos en la Ciudad de México más de 150 delincuentes, la mayoría han tenido tres o más ingresos a prisión o han sido presentados en varias ocasiones ante los jueces.
¿Por qué criminales confesos, o que han sido detenidos en el momento de realizar un delito son puestos en libertad?
Raymundo Collins declaró hace pocos días que no hay que cambiar a los jueces, que no está pidiendo esto, sino que “cambien las leyes”.
En este contexto se inscribe la petición de que sea un delito utilizar armas “falsas”, de juguete, en asaltos. Lo que se ha convertido en práctica común en la Ciudad de México.
Hace pocos días, durante un curso, escuché a un adolescente, diecisiete años, que purga una condena por asesinato, que lo único que va a hacer al salir de la cárcel es seguir asesinando, porque le gusta y lo sabe hacer. Que ha ya ha matado a treinta.
Esto sin asomo de remordimiento.
O sin conciencia alguna sobre temas morales o separación entre el “bien y el mal”. Me pregunto cuántos delincuentes pensarán así.
No tenemos penas suficientemente severas para los delitos que estamos padeciendo. Y, tal vez, ni siquiera contamos con leyes que protejan lo suficiente a los ciudadanos.
También en días pasados, Raymundo Collins entregó ante la autoridad judicial a policías a quienes se les había comprobado el robo de 500 mil pesos. En pocas horas quedaron en libertad, pese a todas las pruebas en su contra. ¿Cómo podemos dormir tranquilos con esta realidad?
La percepción de inseguridad en la Ciudad de México bajó, según las encuestas del INEGI. A esto tiene que haber contribuido las más de 13 mil detenciones que se han hecho en los poco menos de tres meses que lleva al mando Collins. A su cultura de “Cero Tolerancia” que pone ante los jueces cívicos a más de 200 personas cada día, a los cientos de motocicletas que son llevadas rutinariamente al corralón, quitándoles así el instrumento donde realizan los robos.
¿Es suficiente?
Es obvio que no. Pero ni siquiera será el principio del cambio que tanto necesitamos en tanto los jueces pongan en libertad a quienes nos matan, nos violan, nos asaltan, nos agreden todos los días. Y que vuelven a hacerlo una y otra vez ante la impunidad de que gozan.
Queda claro que no son los jueces sino las leyes. Y, también, queda totalmente claro, establecido, entendido que se están tardando mucho los responsables en cambiar estas leyes.
¿Cuántos asesinatos, asaltos violentos, violaciones tendrán que pasar antes de que entiendan la realidad?
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