Raúl López Gómez/Cosmovisión
ÚLTIMOS DÍAS DE MIS PADRES
Con un nudo en la garganta y un vacío en el pecho terminé de leer el más reciente libro de Mónica Lavín, «Últimos días de mis padres». Desde las primeras líneas el lector se identifica con el sentimiento de la autora al ver cómo las vidas, de su padre primero y de su madre después, se fueron apagando a pesar de los diagnósticos optimistas, pero erróneos, de los médicos.
Al dolor de perder a sus progenitores se fueron sumando los remordimientos por no brindarles la atención que en vida demandaron.
Un minuto de atención pudo haber sido suficiente, para satisfacer un deseo tan simple como complacer a su padre con un paseo en silla de ruedas por los pasillos del hospital de sus últimos días o darle lectura a uno de sus poemas de amor que se rehusó a leer tan solo por pensar que su padre lo escribió inspirado por una musa que no era precisamente su madre.
La autora se reprocha no haberles preguntado tantas cosas sobre su vida, sus sueños y secretos, quedando dudas que ahora ya nadie podrá responder.
Hay pasajes en esta historia autobiográfica y novelada, que conmueven y también hacen reaccionar a los lectores, para prestar atención a nuestros propios padres y no hacer oídos sordos a sus deseos por muy pequeños o imprudentes que nos parezcan.
Mónica Lavín, con esa pluma extraordinaria que posee, nos entrega una historia muy personal, que deja ver su vida familiar como abriendo las ventanas de su casa paterna y nos permite reconocerla, no nada más como la gran escritora consagrada que es, sino también como una mujer de familia de carne y hueso, con todos los defectos y virtudes que todo ser humano puede llegar a tener.
En esta novela vemos a Mónica Lavín girar alrededor de sus padres e incluso de sus hermanos, mostrando todos los ángulos de una familia como muchas, que de pronto pierden el rumbo, para recuperarlo después con el timón, controlado primero por su padre y luego, aunque por muy poco tiempo, con ese golpe de timón que tuvo que dar su madre al quedar al frente con un reinado bastante corto.
Cuando terminé de leer «Últimos días de mis padres» descubrí una narrativa poética, que da cuenta de una escritora plenamente consagrada, que es digna de ser considerada la mejor escritora mexicana de la actualidad.
Basta con leer algunos fragmentos como este para corroborarlo:
«La orfandad es perder un papel virtuoso. Ya no ejerzo de hija. He perdido un oficio, he perdido un lugar. El único donde se me amaba conociéndome, aconsejándome, a veces lastimándome, espejos al fin, prolongaciones de lo que ellos han querido o no han querido que sea. Acompañantes. Soy esa sin papel que quiere rescatar los mendrugos de hija en funciones».
Recomiendo a los amantes de la lectura y en especial a quienes todavía les sobreviven sus padres, leer esta historia que les permitirá verlos con otros ojos, acompañarlos en momentos en que el miedo al sufrimiento hace temblar a cualquier ser humano que se percata de que se le está yendo la vida.
Dice Mónica Lavín en su novela: «El momento de la muerte no es la ausencia, es el golpe. El despojo. La ausencia llega con suavidad y es inclemente. Es como la resaca del mar, el agua que se retira después de que la ola azota contra la arena. Solo que en la ausencia no hay vaivén, el agua se hunde se hunde en la masa oceánica, se difumina y se vuelve parte del todo, pero ya no es de uno. La ausencia es más difícil que la muerte». Nada tan cierto como esto.
Aprovecho este espacio para felicitar a Mónica Lavín por su entrañable novela y le agradezco haber sido en un tiempo colaboradora de lujo del Liberal del Sur, donde la recordamos con afecto y admiración. Así que ¡Viva Mónica!