La despolitización del pueblo y sus nefastas consecuencias
Este martes, asumió oficialmente el poder al frente de la Nación la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, primeramente rindiendo protesta ante el Congreso de la Unión y, más tarde, de una manera simbólica, nada más, recibiendo el bastón de mando (sí, igualito al que ya le había dado su antecesor en el cargo) de parte de un grupo de representantes de pueblos originarios.
Sin embargo, el reto apenas comienza y es que es ahora el momento de legitimarse, de demostrar que puede hacer una diferencia para bien, para el bien de todos los mexicanos, no sólo de los partidarios de Morena y sus aliados (incluyendo a las mexicanas desde luego, pero ya bastante es deformar el idioma español con el termino presidenta como para seguirlo destruyendo en aras de un falso feminismo), es momento de demostrar que no llegó por dedazo, que no fue premiada sólo por su lealtad sino, sobre todo, por su capacidad.
Si bien ya era el momento (desde hace mucho, según mi punto de vista) de que México tuviera una presidenta, sencillamente porque la mayor parte de la población en nuestro país es femenina, pero más allá de eso, porque las mujeres se han ganado a pulso espacios que, tradicionalmente, estaban reservados para hombres y no solamente en el ámbito de la política. No obstante, si nos circunscribimos a este rubro, los ejemplos son más que claros, independientemente de la filiación partidista, en cuestión de días, asumieron sus cargos, con una diferencia de sólo unos días, Claudia Sheinbaum, en la Presidencia de la República; Libia García, en la Gubernatura de Guanajuato y Verónica Delgadillo, en la Presidencia Municipal de Guadalajara, sólo por citar algunos casos.
De igual forma, la experiencia en la gestión pública no es tampoco una garantía en el caso de la doctora Scheinbaum, ya que pasó sin pena ni gloria en su encomienda al frente de la Secretaría del Medio Ambiente en el entonces Distrito Federal, durante la administración de López Obrador como jefe de Gobierno y, posteriormente, ella misma, durante su período al frente de la Ciudad de México tuvo más penas que glorias, con temas tan lamentables como el accidente de la Línea 12 del Metro o el caso de la caída del colegio Rebsamen, ocurrido años antes, cuando aún era delegada en Tlalpan.
Tampoco, por más que lo usen como justificación para modificar la Constitución a diestra y siniestra, dejando un Poder Judicial a modo, la votación obtenida durante las elecciones del pasado 2 de junio la legitima, porque pudo haber vencido en los comicios, pero son muchos más los mexicanos que no votaron por ella, por las razones que gusten, pero no lo hicieron. Y si bien van a alegar que más de 35 millones de votos le dan derechos plenipotenciarios y absolutos, yo alegaría que Mayito obtuvo casi 40 millones de votos, cuando ganó el reality show de la Casa de los Famosos y no por eso le vamos a poner la banda presidencial (por favor, no se les vaya a ocurrir hacerlo).
Es por todo lo anteriormente expuesto que reitero mi punto, la legitimidad de Claudia Sheinbaum la tendrá que ganar día a día, con sus acciones de gobierno, con la toma de decisiones, cruciales, no siempre cómodas, pero sí necesarias para que el país no se siga cayendo a pedazos en aspectos tan básicos como la seguridad, la salud y la economía.
Debe Sheinbaum Pardo, a partir de ya, de dejar de repetir los discursos retóricos del expresidente López Obrador y copiar con calca sus políticas de estado, porque lo cierto es que Morena es el partido de un solo hombre, que la mal llamada Cuarta Transformación sólo está en la cabeza de quien ahora promete irse a vivir a Palenque, pero la responsabilidad de ella ahora es gobernar para todo un pueblo, porque la misma Claudia Scheinbaum lo dijo en su toma de posesión “la historia nos ha juzgado”, al referirse a su movimiento, y no, no se engañen, hasta ahora lo que han hecho se acerca más a una traición a la patria que un acto heroico.