
Carlos Ramírez/Indicador político
“LOS QUE NO PUDIERON SALIR”
En lo que pareciera ser una ironía del destino, este jueves, Día Internacional de la Alegría, conocí, junto con otros 200 representantes de medios de comunicación nacional e internacional, el Izaguirre Ranch, porque así está rotulado, no por usar anglicismos, sino porque ese nombre le pusieron quienes, a la mala, según dicen, se apoderaron del predio, ubicado en la comunidad de la Estanzuela,municipio de Teuchitlán, en Jalisco, México.
Y es que, por iniciativa del fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, se realizó una visita de prensa, en coordinación con la Fiscalía del Estado y con la vigilancia de la Policía Estatal de Jalisco y de la Guardia Nacional; así como el acompañamiento de la Comisión Nacional de Búsqueda, de la Comisión de Atención a Víctimas del Delito y de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco; además de la presencia de integrantes de colectivos buscadores de personas desaparecidas.
Lo que más me impresionó de llegar a la comunidad de la Estanzuela, con apenas poco más de dos mil habitantes, fue que, a diferencia del revuelo e indignación que el descubrimiento del llamado rancho del terror ha causado en todo el mundo, eneste lugar la vida sigue igual: niños en bicicleta, señoras haciendo sus compras en la tienda y un anciano sentado a las afueras de una viviendaviendo la gente pasar, tal vez ajenos, o tal vez sólo resignados a lo que ahí ocurre.
Los autobuses sólo nos pudieron llevar hasta una brecha, de donde caminamos todavía cerca de 600 metros, con terrenos a medio arar a los costados, donde se aprecian todavía algunas polvorientas piezas de calzado, olvidadas y, obviamente, no procesadas por las autoridades.
Al llegar a las puertas del rancho se hizo un cuello de botella, en tanto que periodistas, camarógrafos y fotógrafos esperábamos poder pasar; pero también estaban ahí quienes sólo pretendían encontrar indicios que les dieran esperanzas de conocer la verdad de lo qué pasó con sus seres queridos, buscadoras y buscadores que también exigían su derecho a entrar.
Desde la fachada, se apreciaban impactos de balas de grueso calibre, huellas del enfrentamiento entre integrantes de la delincuencia organizada que estaban en posesión del predio y elementos de la Guardia Nacional que, en septiembre del año pasado, aseguraron el rancho, logrando detener a una decena de sujetos armados y liberando a dos hombres privados de su libertad, para después dejar el lugar en el abandono, hasta que los integrantes del colectivo Guerreros Buscadores encontraron evidencia de que cerca de, al menos, un millar de personas habría perdido la vida en el predio.
Uno de los buscadores que estaban en el lugar era José Evaristo Herrera Martínez, del colectivo Huellas de Amor, quien me dijo que, a diferencia de las autoridades, ellos tienen la motivación, la fuerza y la fe; lo que los ayuda a salir adelante, pese a la pared con la que topan, una y otra vez, cuando piden los dejen participar de las labores de búsqueda, acompañar, colaborar, sentir que no se quedan de brazos cruzados, aunque la tristeza les transforme el rostro, porque ellos nunca se dan por vencidos.
En el bodegón, donde descubrieron la mayor parte de las evidencias, así como un altar dedicado a la santa muerte y rastros de sangre todavía se aprecian rastros de tela y hasta una mochila entre la tierra escarbada, en ese punto exacto, personal de Protección Civil nos hizo un llamado de alerta para alejarnos de la barda del fondo, que con los fuertes vientos que soplaban en la zona amenazaba con venirse abajo.
Aunque, en su momento, el actual fiscal de Jalisco, Salvador González de los Santos, aseguró que la razón por la que no fue exhaustiva la búsqueda en el rancho en una primera instancia era que el predio era muy grande, la extensión del mismo es de apenas una hectárea, en la cual se mantenían áreas cercadas con cinta amarilla y banderitas rojas en el piso, para señalizar los puntos que se deben de revisar a fondo por las autoridades.
En donde se supone que había hornos enterrados en el piso, sólo se podían apreciar grandes áreas excavadas, ya sin evidencias, a la vez que, al fondo del predio, se podía ver el llamado campo de entrenamiento de los delincuentes.
Otra construcción que me llamó la atención fue en la que, por testimonios de quienes lograron escapar de ese infierno, guardaban el armamento y, a un costado había un cuarto donde asesinaban y descuartizaban a quienes se negaban a obedecer sus órdenes, conocido como “la carnicería”.
Una vez que tuve suficiente material de audio, así como imágenes para realizar mi labor periodística, cruce el portal del rancho, momento en que me di cuenta que por hacer la labor descriptiva propia de mi trabajo, no me cayó el veinte hasta que estaba afuera, cuando, a pesar de los más de 40 grados centígrados de temperatura en el ambiente, se me congeló la sangre tan sólo de pensar cuánto hubieran dado los que ahí estaba privados de su libertad por haber salido como yo con vida de ese rancho.
Cerca de ese sitio, en el mismo municipio de Teuchitlán, existe una peculiar zona arqueológica circular, casi única en el mundo, conocida como Los Guachimontones, en la que cada inicio de la primavera se reúnen miles de personas para recibir la energía positiva del sol. Sin embargo, este año no fue así, el equinoccio, que tuvo lugar el mismo día que conocí el rancho, pasó inadvertido, porque la tragedia, en esta ocasión, superó a la esperanza.