Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Felipe de J. Monroy*
En la antigüedad se solía decir que la espada de un rey, aunque jamás hubiera sido utilizada en la guerra, guardaba los mismos demonios que la de sus generales y soldados en el campo de batalla. Y hoy sirve esa metáfora en forma de advertencia respecto a lo que ocurre en el seno de lo que siempre se ha autodefinido como “Cuarta Transformación de la vida pública de México”; pues más allá de los acuerdos o las normas alcanzadas en la cohorte morenista, los tejidos de sus blasones son inseparables de quienes aportaron en la contienda, pertenezcan o no a la nobleza partidista.
El conflicto que se cuece en el interior del movimiento político tiene dos lecturas y ambas anticipan cambios importantes: O el poder no alcanza a repartir los beneficios del triunfo a todos los aliados o el movimiento ha desaparecido para convertirse en estructura. Como sea, el ‘segundo piso’ de la Cuarta Transformación está obligado a cimentarse en redefiniciones radicales de poder y de justicia, al punto de cambiar ideales por disciplina.
Es claro que todo triunfo electoral en un contexto democrático genera euforia y renovación de confianza en los partidarios y adherentes a un movimiento político; sin embargo, cuando los principios y valores se consolidan en normas y acuerdos, reviven los Trasímacos y los Glaucos para redefinir el sentido utilitario del poder y de la justicia como se expresan en la ‘República’ de Platón.
En los diálogos platónicos, Trasímaco afirma que la justicia no es otra cosa que la “conveniencia del más fuerte”. Así, más allá de los principios o valores éticos, morales o universales que pueden revestir a la justicia, ésta se vuelve un mecanismo de interés de quienes tienen el poder. No es ninguna sorpresa que los vencedores de un proceso electoral democrático estén obligados a consolidar su poder y promover políticas que beneficien a su propio grupo incluso por encima de las búsquedas o intereses cercanos de los aliados en la contienda; sin embargo, en el proceso deben renunciar a los principios para imponer normas o acuerdos. Bajo esta lectura, el poder ya no se moviliza, se conserva; y se conceden facultades por pacto más que por intención. Este es el primer demonios de espada en el rey vencedor.
El otro personaje de los diálogos platónicos es Glauco y él plantea una reflexión complementaria a la idea de la justicia y el poder. Glauco asegura que la justicia es sólo una carga que el individuo soporta exclusivamente por temor al castigo. Al igual que Trasímaco, no considera que la justicia se ponga en práctica porque sea inherentemente buena o bondadosa; sin embargo, a diferencia de aquél, cree que no es el poder sino el riesgo de ser descubiertos o el potencial castigo el que disuade al individuo a cometer injusticias. Bajo su interpretación (y el relato del Anillo de Giges que, haciendo invisible a su portador, lo convierte en un violentador de todas las normas existentes), el único límite del poder para cometer injusticias es la visibilidad de sus actos. El segundo demonio en la espada del rey es la espada misma, la evidencia de su mal obrar.
En el fondo, el riesgo es el mismo: caer en la tentación de utilizar la justicia de manera instrumental, más para mantener orden y consolidar el poder, menos para fomentar la equidad y el respeto a valores comunes en torno a la ley y la dignidad.
Los vencedores políticos -todos- buscarán la consolidación de su poder, centralizarlo y marginar a los opositores, es parte del juego; sin embargo, si la justicia se manipula para servir exclusivamente a fortalecer al poderoso y no para abrir espacios de equidad a los débiles, no sólo se desvirtúa su propósito sino se pone en riesgo la búsqueda del bien común. Y la centralización del poder es el menor de los males para la justicia: el nepotismo, la corrupción y la instrumentalización de la misma son rasgos que pueden generar crisis no sólo de legalidad, sino de legitimidad del poder obtenido. Ello siempre deriva en la erosión de la cohesión y el tejido social y, eventualmente, en conflictos y protestas.
La conversión de un movimiento político en una estructura de poder casi siempre muta sus principios éticos y morales originales en mecanismos de control; y ahí lo único que conjura ese riesgo es el compromiso del dueño de la espada. La justicia en su uso requiere transparencia y responsabilidad. Tras un triunfo electoral, es imperativo mantener un equilibrio entre el ejercicio del poder y la promoción de la justicia, asegurando que las políticas y acciones de los liderazgos reflejen un compromiso genuino con el bienestar de toda la sociedad y no solo con los intereses de grupo o de unos pocos.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe