
Raúl López Gómez/Cosmovisión
Felipe de J. Monroy*
Un par de amigos me han hecho llegar un video suyo en el que son entrevistados en un programa de televisión. La presentadora habla con ellos, gesticula, se dirige a la audiencia al otro lado de la pantalla, es entretenida; les hace preguntas interesantes y alterna entre ellos en el diálogo; mis amigos responden y los puedo notar serenos y cómodos en el tono y el timbre de la voz que les reconozco. Todo es falso.
Los colegas no hablan ni entienden el idioma en que aparecen en el video, la presentadora no existe, tampoco el set de televisión ni la entrevista; las preguntas y respuestas fueron redactadas por un programa de cómputo que evaluó las mejores narrativas para ‘enganchar’ a ciertas audiencias y, como pueden imaginar, todo el video, las luces, el cambio de cámaras, la sincronización de los labios al texto y el envío de todo este artificio dirigido a mi persona fue armado por una extraordinariamente accesible inteligencia artificial.
Ya no extraña esta calidad de falsificación de la realidad y cada vez cuesta más trabajo el discernimiento para evaluar la autenticidad de lo que las herramientas tecnológicas ofrecen como ‘hechos’. Estamos frente a lo que Baudrillard definió como un “simulacro puro”, una simulación avanzada que borra toda distinción entre lo real y lo ficticio; y es que, en el fondo, este tipo de productos de consumo digital no pretenden imitar la realidad sino sustituirla.
La hiperrealidad que la IA es capaz de producir –y nosotros de consumirla– cumple con las cualidades de las etapas de los simulacros planteados por Baudrillard: pueden hacer representaciones fieles de la realidad, copiando cada aspecto que nosotros mismos validamos como ‘verdadero’; pero también facilitan la perversión de dichos aspectos, distorsionando esa realidad como lo hace la propaganda (hacerle creer a la audiencia alguna cualidad falsa sobre realidades representadas). Estos simulacros al alcance de la mano de casi cualquier neófito tecnológico pueden generar existencias sin relación alguna a la realidad o incluso pueden preceder a la realidad, anticipando la existencia de una realidad erigida sobre simulaciones.
De hecho, mientras escribo esto, el procesador de textos me sugiere “ayudarme a escribir” lo que quizá no quiero escribir y lo escribirá aunque jamás yo lo hubiera pensado. Me ofrece un comando simple para que los algoritmos (lo que sea que eso signifique) me sustituyan a mí mismo redactando alguna idea que proviene de un sitio no sólo desconocido sino auténticamente inexistente.
Todo esto ha generado un intenso debate ético sobre cuáles son los márgenes de la realidad que se deben respetar al utilizar las tecnologías hoy accesibles y, por supuesto, es muy necesario; sin embargo, no todos tenemos el mismo optimismo sobre las cualidades del consenso o de la vigilancia que habrán de regular la indiscriminada construcción histórica de ficciones cuyos efectos terminen condicionando la naturaleza de la existencia humana.
Hoy, la resistencia a los simulacros propuestos por algoritmos y modelos para satisfacer las dinámicas de los modelos de consumo es una habilidad indispensable de lo que se denomina como “alfabetización digital”; pero por desgracia, reconocer los trazos de realidad y defenderlos en un complejo e inabarcable universo de simulacros se ha convertido en un acto incómodo, como el de un profeta veterotestamentario que advierte lo que ve aunque los demás no puedan verlo:
Es decir que, mientras estas simulaciones sigan produciendo la realidad compartida, la verdad seguirá siendo irrelevante; serán los efectos sociales gestionados por los simulacros los que terminarán determinando la experiencia humana, su historia y su propósito.
Observo por enésima vez el video de mis amigos y pienso en el futuro, en la absurda cantidad de información digital almacenada que intentará explicar nuestro presente y me pregunto si en el futuro querrán discernir si lo que estarán mirando habrá sido verdad o no. Y la única respuesta lógica que encuentro es que para ellos, toda nuestra realidad y sus simulacros tendrán aún menor valor que ahora.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe