Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Felipe de J. Monroy*
No podemos regatear ni un ápice de la dimensión histórica de lo que ocurre en México en estos días. No se trata sólo de la asunción de la primera presidenta en esta República cuyo largo periplo y avatares políticos acumulan gravísimos momentos como guerras, crisis, invasiones, dictaduras, masacres y divisiones (divisiones profundas, territoriales, no sólo las manifestaciones de distancia por animosidad respecto a los personajes políticos vigentes); se trata, además, de un singular momento político en el que el mando y el liderazgo en una transición democrática se imbrican en fronteras muy poco claras.
Pero vamos por el principio: Que una mujer venza viejas fronteras construidas por el temor o la costumbre es una buena noticia, aunque nuestra nación llegue tarde al concierto global y liberal en el que las mujeres representan de manera natural la principal magistratura de un país para ejercer el poder que los conciudadanos le confieren. Eso en sí mismo, para nuestra patria, es histórico y muy importante para desmontar atavismos y prejuicios.
Desde esa relevancia, es necesario reconocer el esfuerzo de Claudia Sheinbaum por haber caminado –no sin ciertas condiciones favorables– toda la ruta de formación política: la lucha social, la contienda política, el ejercicio de la función pública y la campaña para erigirse como símbolo que represente en su persona el poder. Me viene a la mente el fragmento de poema que escribió Dolores Correa en 1887 a Matilde Montoya, la primera doctora graduada de la Escuela de Medicina en México: “Con tu siglo, con tu alma y con la ciencia / luchar venciendo, cual venciste altiva, / es cambiar por ti misma tu existencia / de suave, perfumada sensitiva / en astro de brillante refulgencia”.
La presidencia de la República incluye, sin debatir, un sitio preponderante en la historia nacional; no importa si el pasar de ese mandatario es ilustre, glorioso, gris o ignominioso; la vida de todo un país –a veces injustamente– se divide en los periodos de sus gobernantes y precisamente por ello es importante dilucidar el tipo de administración, el liderazgo y el comando que la primera mandataria habrá de implementar, no para los demás, sino esencialmente para ella.
Desde su triunfo en las urnas hasta el día de su toma de posesión, la “transición” desde el sexenio de López Obrador hacia su gobierno, Sheinbaum Pardo ha debido de habitar un singular –y quizá incómodo– proceso: sin dejar de admirar y confiar en el liderazgo puro de su mentor, predecesor y comandante, seguro se ha planteado innumerables veces esa frase de Dolores Correa: “luchar venciendo… es cambiar por ti misma tu existencia”.
Lo anterior nos lleva al segundo punto de esta reflexión: ¿Cómo entender el mando y el liderazgo en este momento tan singular donde un sexenio parece no empezar y el anterior parece no concluir? Hace justo cien años, en el periódico ‘El Nuevo Orden’, Antonio Gramsci escribió sin titubeos: “Todo Estado es una dictadura. Cada Estado no puede no tener un gobierno, constituido de un reducido número de hombres, que a su vez se organizan en torno a alguien con mayor capacidad y sagacidad. Así, mientras sea necesario gobernar a los hombres surgirá el problema de tener líderes, de establecer al líder”.
El politólogo comprendía que, incluso la dictadura de las mayorías busca organizarse en torno a una y solo una persona, en alguien que condense las búsquedas de su grupo o las necesidades colectivas. Sin embargo, también se cuestionaba si existe la posibilidad de que la historia otorgue cierta “brillante intuición” a aquel político para ejercer un método infalible y un instrumento de extrema precisión –el gobierno– para explorar el futuro, para conducir eventos masivos, dirigirlos y dominarlos.
Así que a la primera presidenta de México no sólo le toca colocarse en la historia por la singularidad de su género sino porque, para ser líder de un pueblo, debe también convertirse en administradora de las fuerzas que lo dirigen; ser, además de mandataria, la cabeza visible en el liderazgo ante el cual las fuerzas políticas se sometan como un promotor expansivo de una patria siempre en construcción y no como el control represivo de otro liderazgo que busque gobernar a través de su interpósita persona.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe