Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Felipe de J. Monroy*
Por el momento, el arranque de la contienda electoral mexicana sólo contiene suposiciones, alegorías y figuraciones inasibles entre seductores y seducidos; situaciones que fascinan a los que desean ser fascinados. Esta etapa (mezcla de conquista y cortejo) es semejante a una ficción que sólo se ve odiosa desde fuera: Atendemos a la enésima función de un pésimo prestidigitador y una no menos mala audiencia que sigue fingiendo sorpresa ante un acto del que ha descubierto el truco generaciones atrás.
En fin, eso no es política, ni siquiera propaganda, es apenas marketing y esa es su profundidad. Por supuesto, hay que poner pasión en las cosas que podemos transformar; pero no tanta en las narraciones publicitarias que se nos ofrecen constantemente a diestra y siniestra.
Sin duda nos encaramos a un momento de grave decisión: la próxima elección tiene que ver con un modelo de nación que si bien unos anhelan, otros detestan y a otros más les es absolutamente indiferente. En estas circunstancias, refulgen falsos relatos que suelen estar más motivados por intereses de propaganda (o publicidad, porque más que ideas, el marketing vende productos) que de búsqueda honesta de la verdad. Nadie duda del ‘poder’ que tiene un buen relato pero no se puede obviar su alto grado de ficción, su simplismo y la condescendencia para decir lo que el respetable quiere oir.
Pero, aunque los relatos publicitarios no lo digan, detrás de escena sí que se juega algo más valioso que la imagen: el conflicto que tenemos es por el modelo de nación que somos y el que podemos ser.
En los últimos años, hemos visto un peculiar drama de las democracias ‘políticamente correctas’ e ‘hiper-institucionalizadas’, su crisis se deriva de procesos que no eligen políticos, sino gerentes: como si nada debiera transformarse, sólo administrarse. Por lo tanto, la injusticia, la desigualdad, los privilegios, las castas, la corrupción o las violencias no se atienden ni se transforman, sólo se mantienen y administran para evitar sobresaltos. Y ahí es donde se diluye toda acción política real.
Quizá por ello, la publicidad de los candidatos hoy está en niveles etéreos pocas veces vista. Y es comprensible por qué nadie aún ha sembrado camino para contrastar ideas, sistemas de valores, conciencia, costumbres y hábitos para el pueblo mexicano. Hoy, toda la conversación se limita a pareceres sobre aciertos y errores de la administración; pero no sobre los postulados que deben conducir la soberanía nacional.
Para la conversación del modelo de nación se requiere plantear otras dinámicas: las diferentes colisiones ideológicas actuales; las perspectivas históricas del pueblo y nación que hemos sido; las influencias culturales que dominan nuestro contexto y las que se diluyen entre nuestras prácticas; los paradigmas económicos y los sistemas políticos; la función de la educación y de los avances tecnológicos en la vida cotidiana; y, por supuesto, nuestra implicación en el orden global desde una identidad nacional.
Sólo ahí, fuera de los eslóganes y la publicidad podremos ayudar a discernir en esta lucha por el modelo de nación; y para ello, es preciso tomar distancia de las narrativas publicitarias llenas de triunfalismos y aire caliente.
Director VCNoticias.com
@monroyfelipe