Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
El mundo al revés
¿Son los medios un poder?
De tiempo atrás se ha dicho como declaración que los medios representan “un cuarto poder”, en una suerte de paráfrasis a la teoría de la separación de poderes de Montesquieu. Esa expresión se ha repetido más veces de las que se ha analizado con alguna exhaustividad. Sigue como una asignatura que hoy en día se ha vuelto más compleja por el arribo de las nuevas tecnologías de la información, por la descentralización de fuentes informativas y por la inflación del anonimato como un arma de doble filo en esta trama de la información. El mercado de las ideas queda a deber en el tratamiento de esta temática. Lo cierto, empero, es que hay muchas interrogantes y pocas respuestas: ¿Cuáles son ahora los medios y qué es poder? ¿Constituyen los medios un cuarto poder? Si no son el cuarto poder, entonces ¿Cómo es que definen la agenda de la discusión pública? O más precisamente: ¿Cómo sin poder pueden orientar en buena medida el sentido final de la opinión pública? Jorge Carpizo abordó de forma pionera este tema en su clásico ensayo «El poder: su naturaleza, su tipología y los medios de comunicación masiva», (Boletín Mexicano de Derecho Comparado, número 95, IIJ-UNAM). En esa obra, Carpizo revisa distintas definiciones del vocablo “poder” y emite la suya propia: «El poder es la manera de ordenar, dirigir, conducir, o la posibilidad de imponerse».
Para Carpizo «los medios de comunicación masiva son un poder porque poseen los instrumentos y los mecanismos que les dan la posibilidad de imponerse; porque condicionan o pueden condicionar la conducta de otros poderes, organizaciones o individuos con independencia de su voluntad y de su resistencia… Los instrumentos que utilizan los medios los definen dentro de la tipología del poder como una clase de poder ideológico, ya que, a través de la coacción psíquica, del conocimiento o de ambos, obtienen que otro poder, el grupo o la persona, se comporten en una forma determinada».
Y uno puede coincidir o no en la naturaleza del poder de los medios, pero es difícil negar que carecen de poder, como se puede advertir todos los días.
No falta quien afirme que ahora los medios tienen menor impacto que en el pasado, pero habría que responder que aquí no se hace referencia a una concepción tradicional de medios, sino a las más distintas (y con poder diverso, por supuesto) poleas de transmisión de informaciones y opiniones. Desde la prensa, la radio, la televisión y los medios digitales hasta las plataformas de redes donde hay verdaderos y loables esfuerzos por crear espacios de información ciudadana e independiente. Pero también las facilidades tecnológicas están siendo utilizadas para generar fakenews o noticias falsas, destruir derechos de la personalidad (vida privada, honor y propia imagen) y generar falsas tendencias que generan manipulación informativa en donde el derecho a la información se vuelve una caricatura o un mero formalismo. Esta circunstancia es más grave en un país como México donde hay un terreno fértil para moldear, en mayor o menor medida, la formación de la opinión pública; es decir, la creación de percepciones de la realidad sobre distintos temas que en un momento determinado se va a traducir en pautas de conducta. Recuérdese que la recepción crítica de medios, la alfabetización mediática y digital y las veedurías u observatorios de medios son la excepción a la regla y los derechos de las audiencias son más formales que eficaces en la práctica.
En los poderes públicos hay límites, si se quiere con oportunidades de mejora, con las leyes de responsabilidades de los servidores públicos, los apartados sobre el servicio público en los códigos y normativas penales, pero en el caso de los medios las responsabilidades no están tan claras y se entremezclan con el discurso de la libertad de expresión que, es necesario decirlo una y otra vez, no es absoluto ni en México ni en ningún país del mundo porque debe armonizarse con otros bienes públicos y privados que el derecho protege o debe proteger. El tema es generar ese equilibrio razonable en donde coexista la mayor libertad de expresión que sea posible con la mínima restricción que sea necesaria en una sociedad democrática.
@evillanuevamx