Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
La derrota de los independientes y opositores es abrumadora. Sería un error participar de la actitud de señalar a quienes compitieron por lo que sucedió; asimismo, despreciar la capacidad del ganador para prevalecer y todavía menos culpar a la sociedad por optar por lo que se piensa que al país no le conviene. Buscar la trampa en los comicios no sólo es ocioso, sino contraproducente. Además, no asumir la derrota en todo lo que implica significa llevarla a cuestas.
La narrativa del obradorismo es convincente a los ojos de la mayoría. Vendió bien la descalificación del pasado a través de su transfiguración extrema recreando el rencor social que le dio para gobernar en el abuso de poder y con amplio consenso con la complacencia de las élites; la continuidad del proyecto fue la consecuencia. Los grandes fracasos de la administración –inseguridad, corrupción y deterioro de la calidad del gobierno– han sido transferidos al régimen democrático y el resultado de la elección indica que se está de acuerdo. Se asume que la independencia de la Corte, el contrapeso de los órganos autónomos, la transparencia y la rendición de cuentas obstruyen al gobierno que se quiere.
El mandato mayoritario inequívoco es acabar con la democracia que una minoría importante aprecia y está decidida a proteger y defender de la embestida autoritaria. La derrota electoral no debe llevar a la renuncia de lo que se quiere y cree; hoy más que siempre será necesario luchar con persistencia y determinación. Ya no es tarea de votos, la política habrá de transitar a los espacios de debate y del quehacer político.
La resistencia es lo de ahora. No es fácil porque requiere tiempo y es probable que el oficialismo obsequie a su líder moral la reforma constitucional por él impulsada antes de que abandone el cargo. ¿Qué hacer para defender la causa de la democracia cuando se ha fracasado hacerlo por la vía de los votos? ¿la movilización es posible después del desgaste el proceso electoral? ¿qué se puede hacer o decir que no se haya hecho? ¿es legítimo disputar un proyecto que tiene el aval democrático?
Las respuestas obligan a pensar en dos planos: el de los valores o convicciones, que otorga el derecho de defender lo que es fundamental. Hay que partir de la premisa que no hay nada que pueda imponerse sobre los principios, ni votos ni decisiones legislativas. Debe quedar claro que los temas sustantivos son innegociables como es la libertad, la coexistencia de la diversidad y el rechazo a la discrecionalidad y al abuso de poder. La tiranía de la mayoría simple, absoluta o calificada es inaceptable como argumento en los temas de principio.
Otro plano es la estrategia que incluye alianzas, acuerdos y negociación hacia muchos frentes para que la amenaza al régimen democrático se advierta no como rechazo de algunos, sino como un curso de acción de resistencia que beneficia e involucra a muchos, incluso a quienes están en el ámbito de la coalición gobernante. El tamaño de Morena en el ámbito legislativo es de poco más de 40%, la minoría mayor. A partir de esa condición tendría el poder para alterar el sistema de representación para volverse mayoría calificada por sí mismo y en la próxima elección volver prescindibles a los partidos asociados, el PVEM y el PT.
En todos los planos o temas de la reforma constitucional propuesta por el presidente López Obrador hay ganadores y perdedores. Algunos no tienen sustento para lograr el objetivo que se pretende, por ejemplo, acabar con la autonomía de la Corte politizando el nombramiento de los juzgadores no sirve para mejorar la justicia y afecta prácticamente a todos, especialmente a quienes más requieren de certeza de derechos frente al poderoso, con frecuencia el poder discrecional del gobernante. Sí hay que cambiar el sistema de justicia, pero no para perder lo alcanzado y sí para abatir la impunidad, tema que involucra no sólo al poder judicial, sino a fiscalías y a los gobiernos.
La oposición y su convergencia con los independientes tiene que trasladarse al terreno de la resistencia. Tarea que no puede darse en la resaca de una derrota que resultó considerablemente mayor y más profunda y trascendente de lo previsto. La lucha por el voto reactivó a una parte importante de la ciudadanía y la convergencia de voluntades otrora dispersas. Hoy más que siempre se requiere imaginación, visión y determinación.