Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
La capitulación del empresariado mexicano ante López Obrador deriva de la pasividad de los afectados y la cobardía de sus representantes o interlocutores ante el gobierno. El miedo, resultado del uso de los instrumentos de intimidación del poder, especialmente la UIF y la Procuraduría Fiscal de la Federación, juega su parte. Quienes podrían alzar la voz prefieren ir deshojando el calendario a la espera del fin de la pesadilla.
El empresariado mexicano está en su peor momento en su circunstancia más desafiante. La postura de López Obrador es ideológica, va contra la iniciativa y la empresa privadas; su visión es que la generación de riqueza es esencialmente corrupta. Su reproche al “aspiracionismo” de las clases medias es auténtico, eso es lo que cree, la pretensión de mejorar pervierte el alma. La militarización de la vida pública, el ataque a los órganos autónomos y la idea de someter todo al poder presidencial es el marco para la derrota de la empresa privada y de las libertades. Muchos mexicanos acompañan al presidente en sus creencias antiliberales, bien sea por rencor social, por la documentada relación indebida entre el poder político y el económico o por ignorancia. Además, militarizar es popular en una sociedad que, mayoritariamente, desprecia la ley y las propias libertades.
Los empresarios y, sobre todo, sus representantes debieran aprender de López Obrador en que no basta con creer que se tiene la razón, también hay que luchar decididamente por ella. Es una batalla permanente y de persistencia. No se trata de mimetizarse en los malos modos y la intolerancia, sería tanto como convalidar al presidente; se requiere saber decir no, resistirse, con la ley y con la razón en la mano. Desinhibirse del miedo que inmoviliza y exponer con claridad lo que se defiende. Apoyar lo razonable, rechazar lo indeseable.
López Obrador obtiene lo que quiere de ellos: en el mejor de los casos silencio, en el peor, falso apoyo. A diferencia de otros gobernantes su preocupación está en el poder, en la política, en los votos no en la economía, para eso tiene otros datos y le ha dado resultado. El empresariado le hace creer que invertirán en términos históricos y ha hecho justo lo contrario. El presidente no tiene problema al respecto en la medida en que el deterioro económico no afecte las variables que motivan sus objetivos políticos. Para él todo es política y en ese terreno dirime sus batallas.
López Obrador, a diferencia de su partido, no es frágil. Su éxito descansa en la complacencia de las élites y en el miedo de los actores que limitan al poder presidencial, trátese de las oposiciones formales o de los factores de poder que funcionan en toda democracia. Él sabe quiénes son sus adversarios, de allí su hostilidad a toda forma de organización civil o política independiente. Ningún presidente ha tenido tan claro que la hegemonía política se construye desde la base social.
El presidente constató en la elección intermedia que su popularidad no se traduce en votos. 35 por ciento de los sufragios vs 65 por ciento de popularidad, y se acentuará en 2024. Sabe que puede ser derrotado en las urnas y, más aún, que pese a su parcialidad y desbordado protagonismo político no podrá trasladar su popularidad hacia la opción preferida.
Bajo la aparente popularidad arrolladora de López Obrador subyace el agotamiento de su proyecto. Tres años para ver resultados es mucho tiempo, ni qué decir de seis. El saldo del abuso del poder será el de un país más pobre y desigual, con persistente venalidad, violento, con mayor impunidad, con un sistema de salud devastado, con un aparato educativo en profunda crisis, y con una sociedad polarizada y enfrentada.
Los empresarios ven el fin del túnel, pero no advierten la magnitud de su derrota ni parece importarles la debacle del país. Creen que todo será causa y culpa de quien gobernó. No entienden que también lo es de quienes debieron resistirse para defender ya no principios ni valores, sino sus propios intereses y patrimonio. Dejan que otros y el tiempo les hagan el trabajo. Su derrota es total y, en opinión de no pocos, merecida.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto