Raúl López Gómez/Cosmovisión
Cobra factura el haber anticipado los tiempos de la sucesión por parte del presidente López Obrador. Además, decidir que el método para seleccionar candidata(o) será la encuesta ha dado lugar a una precampaña en cámara lenta y, por lo mismo, a un fraude electoral igualmente en cámara lenta al quebrantar los tiempos legales de campaña (Roger Cornelio). Morena ha ganado ventaja según los estudios de intención de voto como efecto de las ostensibles campañas que realizan los aspirantes, especialmente, Claudia Sheinbaum.
Tiene razón el secretario de gobernación, Adán Augusto López, sobre la dificultad de realizar debates cuando todavía no hay prospectos formales ni convocatoria, y no puede haberla porque significaría una violación abierta a los tiempos legales. La iniciativa de Marcelo Ebrard de dar lugar a debates y que los interesados se separen de sus cargos no es mala, pero sí ilegal, a la medida de sus necesidades, y que nace de su desesperación. Él sabe bien, porque en su momento llegó a superar a López Obrador en acuerdo y opinión, que a Sheinbaum le favorece la exposición pública de gobernar la Ciudad de México, y buscará mantenerse en la responsabilidad tanto como sea posible.
Ebrard no sólo necesita libertad para actuar, sino que le pesa acompañar al presidente en sus decisiones de política exterior. No renuncia porque sabe que sería su muerte política y hasta posible persecución judicial. Pretende que todos los demás se retiren del encargo y así ganar ventaja a partir de lo que representaría para todos abandonar el cargo, incluso para el mismo Ricardo Monreal; así, el presidente perdería a su operador político, a la gobernante de la ciudad de México y al coordinador de la mayoría en el Senado de la República. Perder a su canciller, a pesar de su talento y oficio, no debe preocuparle por su escaso interés en la política internacional.
La resistencia de Sheinbaum de no debatir hace eco de López Obrador en la campaña de 2006, quien declinó a participar en el debate de candidatos para no comprometer la ventaja en la intención de voto. Se dice que quien va ganando no debe debatir porque el debate tiene un efecto igualador, además del riesgo de las heridas autoinfligidas.
El debate como tal es imposible, al menos en términos de libertad de expresión. Ninguno, con excepción de Monreal estaría en posición de diferenciarse del hacer y decir de López Obrador. La continuidad les impide mostrar qué propone cada uno si fuera presidente. Además, los debates de precandidatos privilegian no la propuesta sino la persona y, con frecuencia, resultan sangrientos, como bien ocurrió recientemente en Coahuila, donde uno de los más cercanos colaboradores del presidente, Ricardo Mejía, acusa al ganador de la encuesta, el senador Armando Guadiana, de colaboracionismo. En Coahuila no hubo debate, pero sí precampaña en el marco de un fuerte enfrentamiento personal.
Debatir a partir de la experiencia de cada prospecto en el gobierno de la 4T representa una clara ventaja para Ricardo Monreal y para Adán Augusto López, no tanto para Claudia Sheinbaum y todavía menos para Marcelo Ebrard. Las ventajas van asociadas a los buenos resultados desde la perspectiva presidencial y del conjunto del país. La política exterior es un desastre, no por la falta de destreza del canciller, sino por su temor a contrariar a López Obrador. A él y a Claudia afecta el colapso de la línea 12 del Metro. La política interior da mayor margen de maniobra y la operación política en el Senado habilita al senador Monreal a incursionar en todos los temas de la vida pública, con el activo que representa haber renunciado abiertamente a la polarización alentada desde la presidencia de la República.
Efectivamente, la capacidad de debatir depende no sólo de destreza, habilidad y experiencia, también de la disposición de presentarse tal cual es, sin inhibiciones, sin simulación ni imposturas. Por esta consideración el debate -que no habrá-, favorecería al senador y al secretario de Gobernación.