Raúl López Gómez/Cosmovisión
La guerra fría ideológica de Estados Unidos en América Latina no terminó con la disolución de la Unión Soviética en 1991, sino que continuó como mecanismo de dominación ideológica de la Casa Blanca sustituyendo al comunismo con la guerra terrorista contra el radicalismo musulmán, con el crimen organizado transnacional y ahora con Ucrania.
En términos de seguridad nacional de Estados Unidos, la primera guerra fría tuvo un componente militar, lo que explicó el fortalecimiento de los mecanismos de dominio castrense sobre los gobiernos latinoamericanos, llegando inclusive a la realización de golpes de Estado impulsados por la CIA y el Pentágono para llevar al extremo lo que hoy está reviviendo el gobierno de Biden: la doctrina Monroe que se resume en la definición del territorio latinoamericano como patio trasero de Estados Unidos y el rediseño de la seguridad nacional de cada país de la región para subordinarse a los criterios de la estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca que se publica cada año desde 1987 con Reagan.
En términos estrictos, América Latina no es prioritaria para los modelos comunistas de Rusia y China, aunque en la práctica estos dos países han ampliado su penetración económica y de comercio de armas, pero sin que implique un modelo de cuña como el aplicado en Afganistán y ahora en Ucrania.
A la vuelta de los años se han acumulado pruebas y evidencias de que la Unión Soviética quiso instalar misiles en Cuba apuntando hacia el territorio estadounidense, pero con la certeza de que no iban a durar por la previsible respuesta de tensión bélica de la Casa Blanca. El descubrimiento anticipado de los primeros silos de misiles llevó a la crisis de octubre de 1962 y Moscú no vaciló en sacrificar a la Cuba de Castro cuando no pudo terminar la disponibilidad de esas armas ofensivas.
Cuba también aportó las pruebas para entender la imposibilidad de una presencia estratégica de la Unión Soviética y hoy Rusia en América Latina por las dificultades estructurales de instaurar regímenes comunistas en sociedades atrasadas y sin desarrollo industrial y con clases políticas con aspiraciones de poder solo para objetivos de corrupción.
De todos modos, la Casa Blanca está agitando el fantasma del comunismo detrás de las acciones de Rusia en Ucrania y sus alianzas estratégicas con China para terminar de liquidar las débiles posiciones progresistas latinoamericanas, en una situación de inexistencia real de una ideología comunista como motor de la construcción de regímenes sociales. Los gobiernos populistas latinoamericanos se están ahogando en la desviación a la construcción de gobiernos personalistas sin bases sociales de clases productivas.
Los contactos de Putin y Jinping con gobiernos populistas de América Latina son insuficientes para que los actuales liderazgos locales pudieran jugarse su futuro como territorio de una. nueva guerra fría. En los últimos sesenta años, la CIA y el Pentágono han establecido mecanismos de relación directa con los ejércitos latinoamericanos, inclusive al margen del perfil de los gobiernos locales. La Junta Interamericana de Defensa y la Conferencia de Ejércitos Americanos mantienen autonomía relativa en las relaciones militares EU-AL, con excepción de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Los gobiernos populistas latinoamericanos han sido incapaces de definir modelos estatales de desarrollo, siguen dependiendo de las inversiones extranjeras estadounidenses, han fracasado en la construcción de un pensamiento económico independiente y sus bases educativas y tecnológicas locales se han desviado hacia la ideología antineoliberal y capacitan a sus jóvenes en universidades estadounidenses. La influencia educativa de la Unión Soviética y China en la primera guerra fría 1961-1991 se asfixió en cursos de educación ideológica y guerrillera que nunca pudieron aplicarse en sus respectivos países.
La estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca de Biden se basa en la defensa ideológica y económica del american way of life o modo de vida estadounidense o de manera sencilla el confort de 25% de los americanos, pero manteniendo a los países latinoamericanos como zona de exacción de recursos para la sociedad del despilfarro.
En este sentido, la crisis en Ucrania representa un desafío para las diplomacias latinoamericanas no tanto para detener una guerra contra la cual no tienen ninguna posibilidad de influir, sino para evitar el aumento del dominio ideológico, económico y militar de Estados Unidos sobre América Latina.
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Política para dummies: La política detrás de la guerra es la guerra política contra los países dependientes.
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