Carlos Ramírez/Indicador político
Si quisiera encontrarse una razón del fracaso de Fidel Castro como un jefe de la revolución cubana, entonces habría que atender la psicología del poder absoluto y no tanto la lucha de clases ni el desarrollo histórico de las fuerzas sociales. El problema de Fidel fue su autoasunción como un líder histórico por sí mismo y su inclinación al ejercicio personal del poder al margen de la dinámica de las clases productivas.
Al atender la figura del presidente John F. Kennedy con la que simpatizaba, el escritor disidente Norman Mailer creó el concepto de “héroe existencial” como aquél en que su existencia precedía a la esencia. Es decir, que era héroe sólo por existir, aunque toda su vida política estuviera llena de insuficiencias, insatisfacciones e incapacidades.
Castro se asumió como un héroe existencial. El ejercicio personal del poder fue su vicio y su perdición, pues se colocó por encima de su precaria formación marxista y de su incomprensión en la realidad de la dialéctica política e ideológica y desde luego quiso ser el motor de las contradicciones sociales que debían derivar del sistema productivo y no de la sumisión ante el caudillo.
A lo largo de su vida política, desde el asalto al cuartel Moncada en 1953 a su muerte en 2016, Fidel Castro fue fiel a sí mismo y nunca pudo entender, en enfoque marxista, el significado de la dinámica productiva y de clases sociales de Cuba. El verbo castrista de plaza pública sustituyó la dinámica de la lucha de clases como motor de la historia y se convirtió en el justificante de sus errores y aciertos como gobernante.
El modelo comunista de Cuba no respondió a la propuesta marxista-leninista, sino que se forjó a base de un voluntarismo personal, autojustificante e irrebatible. Cuba perdió muchas oportunidades durante el castrismo para potenciarse como país dinámico en el comercio y la producción mundiales. Y la culpa fue de un Fidel Castro que se negó a insertar a Cuba en la dinámica de los países del campo socialista soviético y siempre obligó a Moscú a financiar sus caprichos como gobernante y como líder de masas.
A pesar de los errores de comprensión estratégica del Gobierno norteamericano y de sus oficinas de inteligencia, la Casa Blanca no se equivocó en la percepción original de lo que representaba Fidel Castro en la dinámica ideológica de Occidente. El primer reporte conocido de la CIA sobre Cuba encontró en 1960, a un año de la toma del poder por Fidel Castro, las raíces personales de lo que significaba y buscaba Fidel como gobernante revolucionario
Un memorándum del director de la división del hemisferio occidental de la CIA, J. C. King, fechado el 11 de diciembre de 1959, once meses después de la victoria revolucionaria y la toma de la Presidencia, reveló que Fidel Castro era perfilado ya como un dictador de izquierda marxista y que había emprendido ya acciones de expropiaciones. A partir de esta percepción la CIA desarrolló tres estrategias clandestinas para derrocar a Fidel Castro y cinco acciones directas para aislar a Cuba de la comunidad internacional.
El modelo de héroe existencial de Fidel Castro se percibió con claridad en la construcción de una imagen totémica de ídolo histórico, alguien que ni siquiera Cuba y los cubanos merecían. Fidel hablaba y decidía para la historia y no para un modelo de construcción de una Cuba desarrollada. Cuando los presidentes Clinton y Obama propiciaron acercamientos diplomáticos con Cuba, se encontraron con el obstáculo de la imagen idolatrable de Fidel Castro por encima de la búsqueda de entendimientos bilaterales que superarán los conflictos de 1961 a 1963 y lograran definir un camino de salida de Cuba de la presión ideológica marxista del comunismo castrista.
El peso histórico de Castro ha obstaculizado la salida de Cuba del Rincón pretérito de 1959. A la desaparición de Fidel, Cuba se encontró con Fidel redivivo en la imagen decrepita de Raúl Castro, un combatiente militar sin capacidad de reflexión ideológica y sin pensamiento estratégico, ni enfoque geopolítico como para negociar con Obama la reanudación de relaciones diplomáticas. Raúl ha contribuido a ese intento frustrado de endiosamiento de Fidel y ha sido incapaz de construir un camino de transición de Cuba del comunismo soviético tipo Brézhnev a un comunismo contemporizador con la nueva realidad de la globalización comercial. Inclusive, la apertura de Cuba a inversión turística ha estado condicionada a la sumisión al marxismo más estalinista que se conozca la historia, inclusive más intenso que el propio Stalin.
Lo ocurrido en las protestas recientes revela las contradicciones políticas del liderazgo gubernamental en Cuba. Hasta donde se tienen evidencias, las protestas no tuvieron un origen perverso, sino que representaron el hartazgo social. El gobierno estadounidense se montó sobre la dinámica del conflicto, pero también sin una propuesta estratégica de promoción de un cambio político ideológico en la isla. La movilización obligada de cientos de miles de cubanos en apoyo al gobierno mostró la incapacidad política de Raúl y su intendente Díaz-Canel para entender la oportunidad de la crisis como una forma de restructurar el proyecto socialista cubano.
La única manera de que Cuba salga de la trampa castrista se encuentra en la desaparición física del nonagenario Raúl y en la posibilidad de que se destruya la tumba simbólica de Fidel Castro –como la momia de Lenin– para desaparecer su influencia en el inconsciente colectivo cubano. El mensaje de las protestas recientes se localiza en la percepción de que Fidel ha perdido su influencia cultural y que Raúl y la dirección cívico-militar de Cuba no pudieron mantener la imagen del caudillo De la Sierra maestra.
Los héroes existenciales duran hasta que la esencia aplasta a la existencia.
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