
Bernardo Gutiérrez Parra/Desde el Café
Los coqueteos de México con el Grupo BRICS nada aportan a la economía mexicana ni al comercio de esas naciones. Y en lo geopolítico, tampoco sirven para que México adquiera una nueva capacidad de negociación con EU. Al final, sólo podrán ser utilizados para provocar a Washington a cambio de nada.
Los 125 puntos de la Declaración de Río de Janeiro del 6 del Grupo de los BRICS han querido rescatar el viejo modelo que México ya exploró con López Portillo del Sur planetario subdesarrollado y la búsqueda de modelos de producción y comercialización con el Norte que quisieran estimular la el crecimiento económico y sobre todo las plantas productivas nacionales de países subdesarrollados, en vías de desarrollo o desarrollo dependiente de la economía y la tecnología industrial de Estados Unidos.
El modelo de países Norte-Sur fue atropellado a finales de 1989 por el Consenso de Washington que globalizó la economía y aún ahora, con gobiernos nacionalistas que pugnan por redinamizar el Sur geopolítico, las naciones siguen dependiendo del eje productor, comercializador y de consumo de Estados Unidos.
China y Rusia, por muy buenas intenciones antiimperialistas que sigan teniendo, carecen del factor estimulador de su comercio; China está dando el paso de la economía maquiladora que explota el bajo costo de la mano de obra a la economía sofisticada y altamente tecnificada que en los hechos no estimula a otras naciones a aumentar su capacidad de producción de bienes de consumo demandado en todo el planeta.
El discurso de desarrollo social del grupo BRICS –concepto de siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– desempolva viejos pronunciamientos que vienen desde la Conferencia de Bandung en 1955 entre países asiáticos y africanos, pasando por los acuerdos latinoamericanos y las protestas violentas contra la Organización Mundial de Comercio y su línea de acción globalizadora.
La reunión del fin de semana del grupo BRICS en Río de Janeiro no pudo reproducir el modelo del Foro de Sao Paulo de 1990 que significó el arranque de un movimiento progresista, anticapitalista y antiglobalizador contra el significado justamente de la globalización que había traído consigo el Consenso de Washington en 1989, justo en la coyuntura histórica y simbólica del desmoronamiento del Muro de Berlín y el principio del fin de la Unión Soviética.
El Foro de Sao Paulo representó un gran avance de reflexión social sobre la economía internacional, pero se encontró que la capacidad de producción de los países miembros y su falta de autonomía comercial por depender del mercado norteamericano era insuficiente para cambiar el tono de la globalización los mercados internacionales integrados. México comenzó la negociación del Tratado con Estados Unidos en febrero de 1990 con el avance logrado en 1984 al incorporar a México al GATT o tratado de aranceles y comercio que controlaba Estados Unidos y que fue el primer paso de la integración mexicana al mercado de consumo estadounidense.
La presencia del canciller Juan Ramón de la Fuente Ramírez en Río limitó el significado de la presencia mexicana porque la diplomacia es el ámbito natural de los no-compromiso. De haber querido México un involucramiento real, debió de haber enviado al secretario de Economía, Marcelo Ebrard Casaubón, quien tiene en sus manos –se supone– el modelo de desarrollo productivo y la negociación con otros bloques económicos y comerciales.
Además, el enviado mexicano llevaba más pasivos que activos. De la Fuente fue secretario de Salud del gabinete del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León y por ello participó de la estrategia salinista de globalización de mercados y del entonces Tratado de Comercio Libre, además de que Zedillo fue el que acuñó la caracterización de globalifóbicos a los grupos y países del Foro de Sao Paulo que se oponían a la OMC y a la estrategia de comercio de Estados Unidos. En la cancillería –y se supondría que De la Fuente habría hecho su tarea para revisar expedientes– están registrados todos los tratados de comercio de México con más de 50 naciones y el mamotreto del TCL/T-MEC y una lectura estratégica de esos documentos llevará a la conclusión de que en México no tiene ningún espacio –ni geopolítico, ni de producción industrial para la exportación– para la aventura de Rusia y China como pivotes únicos del Grupo BRICS.
La gran prioridad de México está muy clara: la necesidad de construir –no reconstruir– un nuevo modelo de desarrollo industrial nacional con alta competitividad en los mercados internacionales y dejar de andar picoteando por aquí y por allá con bloques geopolíticos y comerciales que no ayudan a su participación en el T-MEC.
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