Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Se acabó el sexenio y comienza desde el lunes el juicio de la historia.
Que cada uno haga sus evaluaciones. Aquí se adelantan algunas.
1.-No, no hubo cambio de régimen, ni nuevo sistema político, ni nuevo Estado o nueva Constitución. El Gobierno de López Obrador se concretó a restaurar –para bien y para mal– el modelo político posrevolucionario 1917-1982.
2.- Ni siquiera la reforma judicial alcanzó la dimensión de una reestructuración de régimen, pues solo cambió el modo de designar a ministros magistrados y jueces y funcionará con las mismas leyes, con la propuesta audaz de separar al Poder Judicial constitucional de su dependencia del Ejecutivo en complicidad con el legislativo, y propuso una verdadera autonomía de la justicia,
3.- El modelo político de gobierno de López Obrador tampoco puede ser caracterizado como populista, sobre todo si se aplica la metodología del politólogo Arnaldo Córdova –un autor que debiera comprender, más que leer, su hijo Lorenzo Córdova Vianello–: el populismo se basa en un movimiento de masas de los sectores laborales como clase productiva.
4.- En todo caso, el modelo político de López Obrador se acercó más a un bonapartismo –en modo de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Karl Marx–, pues se basó en un liderazgo personal, en bases mayoritarias desclasadas como lumpenproletariado y sin influencia en el modo de producción ni con indicios de atemorizar a la burguesía productiva, y un poder basado en el liderazgo unipersonal y voluntarista del titular del Poder Ejecutivo, solo participación electoral.
5.- La gran victoria de López Obrador fue reposicionar la hegemonía de poder y el liderazgo político del Estado sobre el poder económico, regresando a los tiempos de la rectoría del Estado en donde los empresarios estaban sometidos a la autoridad gubernamental, sin fuerza para imponer a manotazos o a la fuga de capitales su dominación. El hombre más rico de México –Carlos Slim Helú– quedó reducido a un mero contratista que acudía a Palacio Nacional a cada llamado perentorio del presidente de la República y llevaba bajo el brazo los expedientes de sus inversiones productivas en obras pequeñas o grandes del Gobierno.
6.- López Obrador construyó una presidencia comunicativa, convirtiendo sus conferencias mañaneras en el verdadero ejercicio del poder presidencial: castigaba, despreciaba, eludía, alineaba y fijaba la línea de gobierno todas las mañanas. Con las mañaneras, López Obrador destruyó el poder simbólico y complementario que representaba la prensa de opinión, muchas veces inventada, consolidada o acunada desde el poder para tener una legitimación mediática que dependía de la subordinación de los medios a la publicidad oficial o al poder del puño presidencial.
7.- López Obrador reconstruyó el modelo de sistema político priista: el presidente de la República con poderes ordinarios y extraordinarios, constitucionales o metaconstitucionales, legales o arbitrarios; el partido como la movilización de las masas electorales aunque sin organización corporativa y solo con el voto social individual, evitando la creación de organizaciones obreras, campesinas y populares que dejaron de tener importancia en la correlación de fuerzas productivas dentro del modo de producción; y el asistencialismo con capitalización electoral.
8.- El presidencialismo priista entró en colapso con el populismo estatista de Echeverría y López Portillo y las crisis provocadas en 1976 y 1982, y empezó su declinación con presidentes que no salían del seno del sistema/régimen/Estado/Constitución. De Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto, el presidencialismo sacrificó poder en nombre de una supuesta democracia que nunca existió y creo nuevos equilibrios y contrapesos con la casta dorada de burocracias también dependientes y disfrazadas de organismos autónomos.
9.- López Obrador quiso regresar –aunque no le alcanzaron las decisiones, enfoques y reformas– al modelo posrevolucionario del Estado como el dinamizador de las reformas económicas, políticas y sociales –tesis de Arnaldo Córdova– y como el factor de distribución de la riqueza y los beneficios que en teoría correspondían a la lucha de clases en el modo de producción y que el Estado asumió como decisión autoritaria.
10.- En sus seis años, López Obrador sentó las bases de reconstrucción del viejo Estado posrevolucionario, aunque perdió tiempo y fuerza con la obsesión de obras personales que se comieron el presupuesto que debió de haber reactivado la actividad económica general.
Esta es la herencia –que no legado– de López Obrador y será el gran desafío de Claudia Sheinbaum Pardo para continuarlo o para fijar su propio modelo de Estado.
-0-
Política para dummies: la política es el espejo del poder
El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.
@carlosramirezh