Gabriel García-Márquez/Sentido común
En una de las escenas clave de la primera parte del Guasón, el payaso es entrevistado por uno de los conductores más queridos por su irreverencia y su capacidad de humillación a los invitados. Y luego de un intercambio de profundo sentido sociológico, el Guasón le dice al conductor el programa:
–¿Qué obtienes cuando cruzas a un solitario mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura? ¡Te diré lo que obtienes! ¡Obtienes lo que te mereces!” […]Y el Guasón sacó un arma y mató al conductor cuando el programa estaba al aire. Por razones obvias, el asesino fue enviado aún psiquiátrico y de ahí se escapó de manera violenta, pero al salir se encontró una fiesta de personas disfrazadas de Gasones que salieron a reventar la violencia.
Lo ocurrido la tarde del sábado 13 de julio en un mitin del candidato Donald Trump en Butler, Pensilvania, tuvo una víspera: el inicio hoy lunes y terminando el jueves de la convención republicana en la que se va a elegir el candidato que enfrentará al presidente Joseph Biden, aunque sin que Trump tenga enfrente a ningún otro aspirante que se quiera atrever a disputarle la nominación.
El intento de asesinato de Trump puso en claro el escenario de violencia —preludio de una guerra civil que ha sido llevada al cine recientemente– que ha liquidado el que en algún momento dado quiso ser el símbolo de la democracia, pero que tiene en su haber un modelo imperial que se consolidó de la conquista del oeste americano a sangre y fuego, asesinando a millones de habitantes indios originarios de las praderas y de los búfalos y conquistando también con violencia no democrática la parte del territorio que pertenecía a México, de Texas a Nevada.
Aunque todavía falta un largo tramo para investigar a fondo el atentado a balazos del sábado, la realidad estadounidense se presentó en toda su dimensión de violencia que nada tiene que ver con el ejercicio de la democracia, pero también habrá que articular estas prácticas internas con las decisiones de los presidentes en toda la historia de Estados Unidos para imponer su dominio y control por la fuerza de las armas.
La disputa por la presidencia entró en el último año en una lógica de confrontación no democrática: el expresidente Trump ha utilizado la estrategia de la polarización interna y ahí habría que buscar la reorganización de los grupos en pugna que tienen la solución en la violencia, pero también habrá que incluir los comportamientos del presidente Biden para arrinconar a Trump en el espacio de la confrontación rupturista.
Muchas especulaciones se pueden tejer alrededor de lo ocurrido en Filadelfia –cuna del Estado norteamericano porque ahí se firmaron la Declaración de Independencia y la Constitución–, pero han tenido prioridad aquellas que tienen que ver con la radicalización político-ideológica violenta que ha padecido Estados Unidos desde el grave conflicto político-social del reconocimiento de los derechos de la minoría afroamericana en los años sesenta.
El magnicidio ha sido una solución radical a los conflictos que carecen de solución en el escenario ideológico imperial y racial de Estados Unidos, lo mismo contra presidentes y políticos que contra disidentes.
Faltan por aclarar muchas cosas: el mecanismo de seguridad de los presidentes de EU implica una vigilancia visual con drones, helicópteros y francotiradores en un radio suficiente como para permitir el alcance armas especializadas de francotiradores policiacos, por lo que comenzaron a preguntarse en Estados Unidos qué tan distraídos estaban los francotiradores vigilantes que no percibieron en un techo cercano la figura en el piso de una persona con actitud sospechosa, con el dato adicional que la reacción oficial fue tan rápida que en segundos asesinaron al asesino.
El servicio secreto fue, en el lenguaje mexicano, chamaqueado: no supo establecer un círculo de vigilancia, su distancia de Trump les hizo perder segundos de reacción, el expresidente se tiró al suelo, luego se levantó y volvió a poner su cuerpo al desamparo de cualquier otro tirador, sin que los agentes del mítico servicio secreto tuvieran a la mano sus portafolios-escudo con material blindado que con toda naturalidad exhiben ya presidentes latinoamericanos. Por su altura física. Trump fue un blanco fácil desde que se levantó del podio hasta que se subió a la camioneta y aún en el vehículo los agentes secretos chocaban unos contra otros sin tener ninguna idea de reacción ante estas eventualidades.
Y queda por analizar la reacción del sector político liberal y de la prensa correlativa que tardaron horas en aceptar que se había tratado de un intento de magnicidio, insinuando posibilidades de un autoatentado.
El lenguaje político puede decirse que Trump cerró su campaña victoriosa en el mitin de Pensilvania.
Política para dummies: la política habla el lenguaje de la violencia.
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@carlosramirezh