
Raúl López Gómez/Cosmovisión
En tiempos de sobrexposición, donde cada movimiento puede amplificarse o diluirse con la misma velocidad con que se desliza el dedo en una pantalla, la imagen pública de un presidente electo se construye más allá del discurso: se cimenta en los gestos, las rutas y los silencios que decide no dejar vacíos.
Cuando un presidente electo regresa a las localidades que le dieron su respaldo en las urnas, no está sólo agradeciendo: está refrendando el contrato social que lo llevó hasta ahí. Visitar comunidades alejadas del centro administrativo tras la victoria no es una simple cortesía, es un mensaje. Un gesto que comunica continuidad, lealtad con la base y voluntad política de escuchar antes que mandar.
Los medios, atentos al desarrollo del liderazgo, han comenzado a registrar una serie de acciones que escapan al guion tradicional del político que se encierra tras la elección. Retirar personalmente la propaganda colocada durante la campaña, por ejemplo, no es sólo un acto de cumplimiento legal; es una señal de que el ejercicio del poder debe iniciar con responsabilidad sobre la imagen que se deja en el espacio público. Limpiar una ciudad también es despejar simbólicamente el camino del gobierno por venir.
Al sostener encuentros con figuras clave en el Congreso del Estado, al dialogar con presidentes municipales electos de la región y al mostrarse disponible para los medios, el mensaje es claro: hay intención de construir gobernabilidad desde el territorio, desde la pluralidad, desde el respeto institucional y desde la apertura al escrutinio público.
Lo que se está comunicando, con acciones más que con palabras, es que la política también puede sostenerse en la escucha, la presencia y la coherencia. No se trata de una agenda de promesas vacías, sino de señales que apuntan a la elaboración de un Plan Municipal de Desarrollo con base en las necesidades reales y no en escritorios aislados de la realidad.
La ciudadanía lo nota. Los medios lo registran. La clase política lo observa. Hay gestos que, cuando se sostienen, se convierten en narrativa. Y cuando la narrativa coincide con los hechos, entonces aparece el liderazgo auténtico.
En un escenario donde el poder muchas veces se ejerce desde la distancia, hay liderazgos que eligen otra ruta: la de volver al origen, al barrio, al rostro de quienes votaron y esperan. Cuando la imagen pública se alinea con los actos concretos, se construye algo más profundo que aprobación mediática: se cultiva confianza. Y eso, en política, vale más que cualquier campaña.
Porque quien entiende que las calles también gobiernan, que los oídos también mandan, y que cada paso que se da en público lleva consigo un mensaje, está más cerca no solo de ejercer el poder… sino de honrarlo.