
José Luis Enríquez Ambell/Café de mañana
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No estamos ante una simple alternancia partidista ni ante el reciclaje de élites en el poder: estamos frente a un nuevo proyecto civilizatorio que ha logrado, en menos de una década, lo que muchos regímenes no pudieron en generaciones. Los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo no sólo han reducido la pobreza de manera histórica —como lo reconocen incluso organismos internacionales—, sino que han empezado a redibujar el mapa político con una visión profundamente humanista.
No es el “Calderonato” con su guerra sin paz, ni el “peñismo” de las reformas sin pueblo, ni la administración de los amigos de Fox. Es un esfuerzo sistémico que se organiza desde abajo, dialoga con todos los sectores y sostiene su fuerza en la movilización permanente.
La Cuarta Transformación se construye, se deconstruye, se defiende y va en pos de profundizar respecto a lo que no solo es justo, sino necesario. Cada estado gobernado por Morena tiene sus matices y sus retos. Hay municipios mejor evaluados que otros, pero incluso en los más rezagados algo se ha hecho bien.
Ese “algo” no es menor: significa que hay una base de trabajo honesto, una voluntad distinta, una siembra que, tarde o temprano, dará frutos. En un país tan desigual, eso ya es una forma de justicia. Y si es cierto que los nuevos liderazgos políticos emergerán del ámbito municipal, entonces el reto es claro: elevar el nivel de formación, fortalecer la estructura, blindarse contra el oportunismo y acompañar la transformación desde lo local.
En ese sentido, es muy positivo que durante la VIII Sesión Extraordinaria del Consejo Nacional de Morena se hayan aprobado cuatro decisiones estratégicas que marcan un antes y un después en la consolidación del partido-movimiento:
Estos mecanismos no son un capricho burocrático: son una respuesta concreta al riesgo de desnaturalizar el movimiento. Morena no puede permitirse ser invadido por personajes impresentables, ni usar la política como plataforma de lucro individual. La renovación moral pasa también por depurar, formar y evaluar. Por eso adquiere enorme relevancia el trabajo del Instituto Nacional de Formación Política de Morena, una instancia que ha logrado tejer una red de educación militante con sentido ideológico, ofreciendo talleres, círculos de estudio y diplomados tanto virtuales como presenciales, donde se discute desde Marx hasta Bolívar, desde el zapatismo hasta el obradorismo contemporáneo.
En redes sociales puede verse la evidencia: jóvenes, mujeres, trabajadores, campesinos, profesionales y líderes comunitarios tomando cursos, leyendo, debatiendo, formándose.
Pero de poco sirve si cada participante no entiende que su paso por ahí no es para obtener una credencial o quedarse en subir una foto, sino para comprometerse con un camino político que exige claridad ideológica, disciplina organizativa y congruencia ética.
La fuerza de Morena como movimiento no sólo está en las urnas ni en los números. Está en su capacidad para articular demandas legítimas de una sociedad desigual, y también —y, sobre todo— en su vocación formativa, en la pedagogía política que despierta conciencias. Porque el verdadero poder se construye con el pueblo. Morena lo ha entendido, y por eso ha dejado de ser sólo un vehículo electoral. Hoy es una causa histórica con futuro, brújula y raíz.
Y eso, cuando la voluntad popular lo abraza, es imparable.