
Pablo Jair Ortega/Columna sin nombre
Coatepec no está esperando un milagro. Está esperando justicia, orden, futuro. Y esa esperanza, tan sobria como ardiente, no se deposita en un salvador providencial ni en un caudillo iluminado, sino en un hombre de carne y hueso que, sin poderes sobrenaturales, ha decidido ponerse al frente de una misión profundamente humana: rescatar lo que parecía a la deriva.
Faltan seis meses para que inicie oficialmente su encargo, pero ya se comporta como el líder que ha comprendido la magnitud del desafío. No hace alarde, no promete imposibles, no simula grandeza. Lo que hace —y no es poca cosa— es estar presente. Camina, escucha, recorre infraestructuras olvidadas y celebra reuniones con quienes, desde trincheras técnicas, políticas o sociales, pueden sumar a la reconstrucción de Coatepec. Algunas de esas reuniones son públicas y nutridas de fervor popular; otras se realizan en privado, con sigilo estratégico, y son compartidas después en redes sociales, no para presumir, sino para transparentar. Y en cada imagen, en cada reacción, en cada testimonio, hay algo que se repite: la gente se siente representada, tomada en cuenta, por fin escuchada.
Este nuevo liderazgo no nace del capricho ni del oportunismo. Nace de la urgencia. Venimos de una crisis institucional donde la administración actual, pese a ciertas obras puntuales, dejó en el imaginario colectivo una estela de desconfianza, lejanía y fragmentación. Frente a ello, el nuevo presidente municipal —quien asumirá en enero de 2026— aparece no como protagonista de un espectáculo personal, sino como la expresión legítima de una necesidad colectiva: la de recomponer el tejido social, reconstruir las bases del municipio y proyectarlo hacia un porvenir mejor.
Cabe señalar que, si bien el cabildo no se encuentra aún conformado en su totalidad, se proyecta que la futura administración cuente con el respaldo de la sindicatura y al menos cuatro regidurías afines, lo que puede generar una mayoría funcional en el ayuntamiento. Esto no es menor. En un contexto de pluralidad y fragmentación, disponer de un equipo cercano, aunque parcial, permite abrir una ruta de gobernabilidad desde el inicio. El presidente municipal electo no llega solo: llega acompañado por liderazgos que comparten visión y urgencia por actuar.
No puede hacerlo solo. Y no lo hará solo. A su alrededor, comienza a consolidarse un cabildo dispuesto a sumar. Un cuerpo colegiado que comprende que servir al pueblo no depende del color de su bandera, sino del compromiso con el bienestar. Esta alianza, bajo la directriz de quien alguna vez ondeó nuevamente la bandera con el águila republicana, será una de sus mayores fortalezas: el entendimiento de que gobernar no es pelear, sino construir.
Porque lo que está en juego no es un trienio, ni siquiera una administración. Lo que está en juego es el alma de Coatepec. Su identidad. Su dignidad. Y en este momento, la figura que encabeza este tránsito —con carisma, sí, pero también con humildad y método— representa algo más que una victoria electoral: representa la posibilidad de reencontrarnos con la grandeza perdida.
Aún no empieza el gobierno. Pero ya comenzó el camino. Y ese camino, si lo recorremos juntos, nos llevará a otro tipo de sociedad. Una donde el poder no se impone, se comparte. Una donde la autoridad no se teme, se respeta. Una donde gobernar no sea mandar, sino servir.
Epílogo: el mensaje político detrás de la acción
Desde la perspectiva legal, el artículo 115 constitucional y la legislación veracruzana establecen con claridad que un presidente municipal electo no puede ejercer funciones formales hasta que rinda protesta. Sin embargo, el marco normativo permite —y de hecho alienta— la preparación ordenada de la transición. Y ahí es donde el nuevo alcalde está desplegando una estrategia comunicativa e institucional notable.
Sus actos no son simbólicos ni protocolarios: son mensajes. En comunicación política, cada visita a una comunidad, cada reunión técnica, cada asamblea abierta o privada que se documenta y difunde, transmite lo siguiente:
No voy a improvisar. Las decisiones se están fundamentando desde ya con diagnóstico y escucha directa.
No hay tiempo que perder. Aunque la ley marca los plazos, la realidad social exige presencia inmediata.
Soy distinto a lo que había. Sin confrontar abiertamente, la comparación con la gestión saliente es inevitable.
La legitimidad no espera. Aunque el poder formal llegará en enero, el liderazgo ya está ejerciéndose de facto, desde la confianza popular.
Lo que estamos viendo es la construcción meticulosa de un capital político previo al ejercicio institucional. Y eso, si se administra con ética, técnica y constancia, puede convertir a esta administración no solo en eficaz, sino en ejemplar.
La historia no se escribe sola. Pero a veces —solo a veces— hay momentos donde el liderazgo correcto aparece justo a tiempo. Y todo lo demás depende de lo que hagamos con ese tiempo.