Carlos Ramírez/Indicador político
«Yo no me llamo Javier (Duarte)»
Cómo no recordar a «Los Toreros Muertos», peculiar grupo español que nos hizo cantar canciones como «Mi agüita amarilla» y «Yo no me llamo Javier». Hoy, en Veracruz, ninguno más se llama Javier, aunque por muchos años varios portaron con orgullo, convenientemente, el sello «duartista» en la frente; ahora se dan por «muertos» antes que ser reconocidos como seguidores de Duarte, de ese mismo que sí se llama Javier, aunque en este momento, prófugo, quiera nombrarse de mil formas distintas, supongo.
Expulsaron a Duarte de las filas del PRI y en Veracruz ya quieren los siguientes pasos: su captura, encarcelamiento, y principalmente, devolución del dinero que debería estar en hospitales, escuelas y combate a la pobreza. En tierra jarocha, si trajeran al Gobernador con licencia, harían enormes filas, esperarían mil horas por el sólo hecho de reclamarle, cara a cara, el insultante saqueo que perpetró.
Me dicen que en la Federación trabajan a marchas forzadas por dar con su paradero. No es El Chapo, pero se sienten igual de ofendidos porque les aseguró, «viéndolos a los ojos», como solía decir Javier, que tanto su esposa como él eran inocentes, que todo era producto de una campaña en su contra, que respondería a la justicia y demostraría, con pruebas en mano, lo equivocados que estaban todos.
Cuando Javier Duarte jugó golf en Veracruz, antes de darse a la fuga, ya había decidido que si le liberaban una orden de aprehensión, tomaría sus cosas y se iría. Todo indica, como también refiere mi amigo columnista, Salvador García Soto, que alguien bien ubicado al interior de la PGR le avisó que «cocinaban» el temido documento. El cordobés no dudó, sacó las maletas que tenía preparadas «por si acaso» en el clóset, y se fue.
Además de todas las falacias que ya ha dicho, Javier Duarte salió de la propia oficina del Secretario de Gobernación mintiendo de nuevo, y ahora, por si fuera poco, al número dos del País. Sabía que el mundo se le venía encima, que el manoseado «aquí no pasa nada» era insostenible. Le habían ordenado pidiera licencia a su cargo porque era imposible ayudar a Veracruz, en seguridad y finanzas, si su incómodo prestigio seguía despachando como Ejecutivo.
Cuando dejó las instalaciones de Bucareli, Javier Duarte sabía que al otro día anunciaría su licencia como Gobernador de Veracruz, algo que con su sonrisa irónica negó cuantas veces quiso en todos los foros posibles. No le quedaba de otra. «Yo me voy hasta el 30 de noviembre, y tendrán noticias mías el día del cambio de poderes, estaré en otro cargo importante ahí mismo, en Veracruz», dijo. Le creo que estará en otro lado, quizá aún prófugo, quizá tras las rejas.
Javier Duarte provocó, con su esperada fuga, (o inesperada para otros), que los mexicanos crean, en su mayoría, que la Federación lo dejó escapar, que incluso ese podría haber sido el mentado «acuerdo»: darle margen para huir. Me sostienen desde Bucareli que nunca han pactado con delincuentes, ni con los «presuntos»; en pocas palabras, me dicen que Duarte huyó precisamente porque nunca hubo el acuerdo que buscaba, el de inmunidad, el de «dejar pasar, dejar hacer».
«¿Crees que si agarramos a un delincuente como El Chapo no haremos lo mismo con un Javier Duarte que no tiene gran estructura de escape y encubridores? Estamos trabajando, tendrá que caer», me señalaron.
Más le vale a la Federación capturarlo antes de las elecciones del 2017, de otra manera, en Veracruz, la renovación de las alcaldías será muy castigada para el tricolor, con miras, por supuesto, hacia el 2018, donde difícilmente lograrán votación diferenciada para Gobernador y Presidente de la República. Como en los pasados comicios, el sufragio veracruzano podría jalar parejo contra el PRI, gracias, de nuevo, al factor «Javier Duarte».