La despolitización del pueblo y sus nefastas consecuencias
Los intocables
Nadie, en sus cabales, puede minimizar el impacto de las mega-marchas del 20 de noviembre… tampoco dejar de mirar el rostro encapuchado de la violencia provocada por los grupos “anarquistas”.
La presencia de los violentos en el Zócalo reventó la expresión de hartazgo de una sociedad vibrante, reacia a doblegarse ante el abuso, corrupción, negligencia e irresponsabilidad de las autoridades y la clase política en general.
La democracia está viva tanto como la indignación, sin embargo las manifestaciones legítimas, en el contexto de los derechos constitucionales, es vulnerable al secuestro por la maldad desaforada de grupos vandálicos.
Es tan reprobable la violencia como la inacción de las autoridades que renuncian a cumplir con su responsabilidad primordial: garantizar los bienes, el patrimonio y la vida e integridad de las personas.
Los anarco-impunes son renglones torcidos a la sombra de una patología social, aparentemente vinculada con la desesperanza por la falta de destino; otros, simplemente son vividores, profesionales de la pesca en río revuelto, sin olvidar a los más peligrosos, los subversivos en busca de mártires quienes pretenden hacer la revolución y estirar la liga hasta reventarla…
¿Por qué el gobierno no toca a esos dizque “anarquistas”? ¿Por qué tolera esa clase de impunidad, como otras iguales o peores?
Porque el Cisen, la PGR y demás órganos institucionales de investigación e inteligencia del Estado siguen manejando la vieja inercia del poder depositado en un solo hombre, la última instancia justiciera, el gran señor de los bienes y los males, quien dicta la última palabra sin contrapesos.
¿Son burócratas quienes no se atreven a pensar?, preguntaría la filosofa judía Hannah Arendt.
A nivel federal y de la Ciudad de México, quienes nos gobiernan desde el 1CDMx (1 de diciembre de 2012) saben quienes son los violentos y conocen sus métodos y objetivos.
Pero la condena y la dureza oficiales parece solo estar en el discurso. El Presidente de la República, horas después de los disturbios del Zócalo, aseguró que su administración no permitirá el caos, reconoció como responsabilidad del estado, “garantizar que las manifestaciones no sean secuestradas por quienes actúan con violencia y vandalismo”, dijo que es responsabilidad de todas las autoridades, colaborar para hacer valer la ley y garantizar el derecho a reunirse y expresarse en paz.
La convicción del discurso se confronta con la realidad de los hechos; los focos rojos estaban encendidos mucho antes del jueves. Todos conocíamos la amenaza, la idea de violencia sembró el miedo entre miles de capitalinos que de antemano descartaron salir a la calle o enviar a sus hijos a la escuela.
Quienes a decir del gobierno buscan desestabilizar, logran su objetivo. Basta con mencionar el petate del muerto para crear psicosis, aprovechando el pesimismo y la desconfianza socia; basta un rumor para ponerse en guardia.
El jueves pasado, los violentos buscaron un múltiple objetivo; el miedo sólo es parte del afán desestabilizador denunciado desde lo más alto del poder; el incendio, las bombas molotov y el ataque salvaje a los elementos policiacos significan la materialización del desafío a las instituciones.
Ahora, el gobierno federal lucha por convencer a la opinión publica que los detenidos la noche del jueves son verdaderos saboteadores y no simples estudiantes como reclaman sus familiares y defensores. La PGR tiene la obligación de acreditar con creces la responsabilidad de los consignados, porque el tigre del descrédito oficial no aguanta una raya más.
EL MONJE LOCO: ¿Todas las expresiones de solidaridad con los víctimas de Ayotzinapa son reales?. Nunca faltan los aprovechados en calles, plazas, púlpitos y escenarios como el Grammy Latino. ¿Cuántos comentarios son sinceros?. ¿Cuántos son pose frívola para llamar la atención?. Habrá que preguntarle a Gael García… y también al Presidente de Uruguay, quien no calla lo sabido; dice que México es un estado fallido. Para criticar a la patria madre bastan sus hijos.
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