Raymundo Jiménez/Al pie de la letra
VEJEZ Y ENVEJECIMIENTO
Ser viejo no es sinónimo de estar enfermo o de estar necesariamente triste, pero con frecuencia se considera normal un descenso en el estado de ánimo de los ancianos. El envejecimiento requiere una preparación, como la requieren todas las etapas de la vida. Saber que todos envejecemos, prepararnos para hacerlo bien y sacarle mayor provecho posible a esos años, es un aspecto importante de nuestra educación.
Para muchas personas la vejez es un proceso continuo de crecimiento intelectual, emocional y psicológico, momento en el cual se hace un resumen de lo que se ha vivido hasta el momento, constituye la aceptación del ciclo vital, único y exclusivo de uno mismo. Es un periodo en el que se debería gozar de los logros personales y contemplarse los frutos del trabajo personal, útiles para las generaciones venideras.
El envejecimiento es un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable. Este proceso es impreciso. Nos vamos dando cuenta de él por el reconocimiento de nuestro cuerpo cambiante, del espejo, de la mirada del otro y de la exclusión de la sociedad en la mala interpretación del proceso productivo.
También es cierto que la vejez es una etapa caracterizada por la multiplicidad de pérdidas y la elaboración de duelos que acontecen esas pérdidas.
Algunas personas que envejecen van perdiendo interés vital por los objetivos y actividades que le posibilitan una interacción social produciéndose una apatía emocional sobre los otros, y al mismo tiempo, se encierra en sus propios problemas. Esta situación conlleva al aislamiento progresivo del anciano, esta desvinculación obedece en gran parte a las actitudes adoptadas por el entorno (familiar y social).
Como parte del imaginario social y colectivo circulan una gran cantidad de ideas erróneas acerca del envejecer y la vejez, funcionando como mitos y prejuicios y perjudicando de esta manera el buen envejecer así como la adecuada inserción del adulto. Estos prejuicios incorporados en la mentalidad de la gente, funcionan determinando actitudes negativas frente al proceso del envejecer, acentuándose aún más con los viejos.
Estas ideas y prejuicios no surgen azarosamente, sino que son producto del tipo de sociedad a la que pertenecemos, una sociedad asentada sobre la productividad y el consumo, con grandes adelantos tecnológicos, y donde la importancia de los recursos están puestos en los jóvenes y en los adultos que pertenecen a la vida productiva. Se excluye a las personas mayores, provocando en ellos malestar y complicaciones, falta de ilusión, de alegría, de ánimo; se venera a lo joven, lo bello, lo pasional y toda persona que no se incluya en este rol de comportamiento esta apartado de la sociedad.
En forma equivocada la sociedad valora todo aquello que le resulta productivo, por lo tanto fácilmente se considera que las personas mayores no aportan nada, o que por el contrario representan una carga para la sociedad. A diferencia de lo que muchos creen, la mayoría de las personas Adultas Mayores (60 y más años) conservan un grado importante de sus capacidades, tanto físicas como mentales, cognitivas y psíquicas. En consecuencia, exceptuando algunos grupos, se hace una valoración negativa y poco respetuosa de las personas mayores.
Por la edad o el aspecto físico se los arrincona, se les jubila y abandona a su suerte, perdiendo desde el poder adquisitivo hasta la dignidad, deteriorándose su calidad de vida. Pero el más grande sufrimiento es la soledad, estar ausente sin integrarse en el grupo social o familiar como mero sujeto pasivo que subsiste entre recuerdos y nostalgias. La falta de comunicación de afectividad y la incomprensión, son factores determinantes y creadores de tristeza y de enfermedades.
Ser mayor no es estar retirado, es por el contrario una forma diferente de participación, que es indispensable para nuestro propio crecimiento y el de nuestros hijos.
VERÓNICA RODRÍGUEZ ESTRADA
GERONTÓLOGA CERTIFICADA CON ESPECIALIDAD EN
GERENCIA DE PROGRAMAS Y SERVICIOS DE SALUD
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