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Quirino Moreno Quiza/Repechaje
LA VEJEZ TIENE CARA DE MUJER
El hecho de vivir y envejecer siendo hombre o mujer ha conllevado diferentes oportunidades, responsabilidades, actitudes y valores. Hace unas décadas, la experiencia de envejecer de las mujeres de nuestra ciudad, se derivaba de una trayectoria personal casi siempre centrada en el ámbito de lo doméstico y apenas presente en la esfera social. Las mujeres se ocupaban del hogar y han prestado atención y cuidados a sus allegados. Esta actividad la mantienen muchas mujeres cuando son mayores, cuidando a sus esposos y ayudando a sus hijos e hijas en el cuidado de sus nietos, nunca se jubilan.
Las mujeres en promedio viven más que los hombres, en el año 1930, la esperanza de vida para las personas de sexo femenino era de 35 años y para el masculino de 33. En 2010 este indicador fue de 77 años para mujeres y 71 para los hombres, en 2014, se ubicó en poco más de 77 años casi igual para las mujeres, y en 72 años para los hombres; pero tiene más posibilidades de presentar discapacidad y una peor calidad de vida. También, es más probable que vivan solas y pobres.
Se pone de manifiesto que las mujeres necesitan acceder a recursos profesionales socio-sanitarios para desarrollar estilos de vida saludables, desde la dimensión de la salud física, emocional y mental, así como del bienestar personal y la participación social. Esto contribuirá a mejorar sus capacidades para retrasar la aparición de discapacidad.
Asimismo, es necesario que la vida en soledad no conlleve aislamiento, ni percepción de soledad y depresión. En este sentido, se requiere tanto la promoción de hábitos que favorezcan o promuevan la inclusión en actividades socio-recreativas, como el fortalecimiento de redes comunitarias que, mantengan los vínculos con los vecinos, amigos, familiares; fomentando estas relaciones interpersonales con la vida social, se hacen más necesarias cuanto mayor es el grado de vulnerabilidad de las mujeres.
En este mismo sentido, muchas mujeres mayores están acomodándose –y muchas lo hacen eficazmente- a nuevos patrones de relación derivados de los cambios de las nuevas estructuras familiares, regreso al hogar de hijos migrantes o divorciados, nietos de padres/ madres distintos.
Por otro lado, existe el interés de muchas mujeres mayores por iniciar o continuar experiencias de aprendizaje, que les ponen en contacto con nuevos conocimientos y por tanto con nuevas posibilidades de desarrollo.
Esto muestra que las actuales mujeres mayores, a pesar de haber tenido oportunidades limitadas de desarrollo personal, instrucción formal y de participación social han desarrollado, o desarrollan, en muchos casos recursos que pueden ayudarles a envejecer bien.
Se puede pensar, que las mujeres adultas mayores actuales, que han dispuesto de más posibilidades de desarrollo personal, experimentarán el envejecimiento de un modo distinto a como lo han hecho sus madres. Al igual que ellas tendrán que afrontar cambios no deseados en ellas mismas y en lo que les rodea. Sin embargo, es posible que su trayectoria vital les haya permitido un mayor grado de reconocimiento de sus posibilidades. El efecto de las desigualdades de género a lo largo de la vida se agrava con la vejez y con frecuencia se basa en normas culturales y sociales hondamente arraigadas. La discriminación que sufren las mujeres mayores suele ser el resultado de una distribución injusta de recursos, maltrato, abandono y restricción del acceso a servicios básicos.
Por último, el diseño de cualquier actuación, debe considerar la heterogeneidad de las mujeres mayores, los grupos de edad, nivel de instrucción, el entorno de residencia (rural, urbano o indígena) para establecer objetivos, actividades y procedimientos de intervención.
Mtra. Verónica Rodríguez Estrada
Gerontóloga Certificada con Especialidad en Gerncia
de Programas y Servicios de Salud para Mayores
e-mail: [email protected]