Raymundo Jiménez/Al pie de la letra
* Promesas de candidato
Lo dijo en Córdoba el senador Héctor Yunes Landa, cuando acompañó a Marco Antonio Aguilar Yunes a uno de sus cinco actos de arranque de campaña el pasado domingo.
Se los dijo a los simpatizantes ahí presentes: “No les pregunten a los candidatos qué harán si consiguen -con el apoyo de sus votos- la diputación federal. Si se los preguntan, les dirán lo que ustedes quieran oír. Mejor pregúntenles qué han hecho, pues será su trayectoria la que les dará una idea sobre la certeza de sus compromisos”.
Y es que bien dice la conseja popular: “Prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila”. Y se ha devaluado tanto el papel de los políticos, se ha perdido tanto la confianza en sus palabras, que ya el acto de prometer se ha devaluado.
Hay quienes pretenden capitalizar esa desconfianza y prometen… no prometer nada. Se quedan, así, en El Limbo. Como no prometen nada, en caso de que la Divina Providencia los haga diputados, no están obligados a hacer nada. De todas formas no les quedarán mal a quienes los favorecieron con su voto.
A los candidatos se les critica porque prometen hasta cosas que no están en sus posibilidades conseguir. Se olvidan los detractores que los diputados federales no sólo se dedican a hacer y reformar leyes. También aprueban el presupuesto del Gobierno Federal, también vigilan la correcta aplicación de recursos y programas, también tienen responsabilidad en la labor de gestión para solucionar los problemas de sus distritos. Son muchas las facetas que tocan los diputados federales y, por tanto, son muchas las cosas que pueden prometer.
Para que la promesa de un candidato tenga verdadero impacto, debe contar con varios ingredientes. Primero, debe conocer las necesidades más sentidas de quienes habitan en su distrito; segundo, debe identificar de ellas, las que pudieran estar a su alcance para resolver; tercero, deben hacerla (la promesa) en el lugar y el momento adecuados.
Así, cuando Adolfo Mota Hernández habla de convertir a Naolinco en un Pueblo Mágico, lo hace con conocimiento de causa, sabe lo que se tiene que hacer para darle esa categoría –y los beneficios que representa- a una población que ha sabido conservar la riqueza de sus tradiciones, de su cultura, de su historia.
Cuando Marco Aguilar, en Córdoba, habla de legislar para proteger a las madres solteras, a los ancianos, para ampliar los servicios del Seguro Popular, o cuando habla de promover inversiones y reactivar el empleo en su Distrito, es porque sabe cómo hacerlo, tiene la formación académica y la experiencia profesional que se requieren para cumplir con esos compromisos.
Cuando Elizabeth Morales habla de detonar el arte y la cultura para convertir a Xalapa en un modelo de ciudad, es porque ha trabajado en ese sentido desde otras trincheras, y no desconoce el tema.
Édgar Spinoso reconoce el potencial del Distrito de Martínez de la Torre y se compromete a detonar esa región; Anilú Ingram habla de promoción de inversiones y gestión eficiente, porque entiende que eso es lo que requiere Veracruz.
Son propuestas concretas, alcanzables, exigibles por la sociedad. No se trata de prometer que lloverá oro, que se acabarán los problemas. Se trata de prometer que se promoverá la inversión y se enfrentarán los problemas.
A los ciudadanos les toca distinguir entre las promesas concretas, asequibles, realistas, o la superchería, las bravatas, las lisonjas baratas.
Nadie va a “meter a todos los pillos a la cárcel”. Suena bonito, pero es una volada.
Nadie va a “acabar con la corrupción en el gobierno”. Ya quedó demostrado que los corruptos están en todas partes.
Se puede prometer un combate frontal a la delincuencia, con mano firme y sin miedo. Se puede hacer el compromiso de revisar el origen y destino de cada peso que pase por las manos de los servidores públicos.
Hablar claramente de lo que se puede, y lo que no se puede cumplir.
Hablar de frente, con la verdad.
Sólo eso le pide el votante al candidato.