Carlos Ramírez/Indicador político
* Se pierde el orden
Este lunes el Presidente Enrique Peña Nieto reunió a su gabinete. El Jefe de la Nación les recordó a sus colaboradores el compromiso de “trabajar con estricto respeto y apego a la legislación electoral”. También se aprovechó la ocasión para revisar los resultados que registran distintos indicadores económicos y sociales al primer cuatrimestre del año, según el comunicado de prensa.
Dicho documento menciona que Peña Nieto encargó también a sus colaboradores “redoblar los esfuerzos que permitan avanzar en el cumplimiento de los cinco grandes objetivos que el Gobierno trazó para 2015”.
Fue, en realidad, una reunión de ajuste y evaluación del equipo de trabajo. De esas que se tienen que dar con cierta regularidad para “remachar la cerca” y que el ganado no se desbalague.
A propósito de la cercanía de la jornada electoral, el Presidente aprovechó para sugerirles a sus colaboradores que no sean tan burros como para meterse en temas que no les competen y que, en caso de hacerlo, que lo hagan con pulcritud, sin dejar huella. (Esto último, por supuesto, no se menciona en el comunicado).
Algo así debería suceder en estos días en Veracruz.
El Gobernador Javier Duarte de Ochoa debe llamar a todos sus colaboradores y exhortarlos con firmeza a que se conduzcan con seriedad y disciplina… y que no anden armando escándalos como el que escenificaron Juan Antonio Nemi Dib y Fernando Benítez Obeso. (Reclamos verbales, a todo pulmón, de Juan Antonio a Fernando, durante el acto luctuoso a Rafael Hernández Ochoa).
“El bebé es chillón y lo pellizcan”.
Pareciera una obviedad pero cabe insistir en que el ambiente electoral ha subido la temperatura política, y cualquier incidente es retomado en redes sociales y en medios de comunicación, para dar “la nota”.
El tema no es si Toño Nemi es culpable de lo que se le acusa, o si Benítez Obeso ha sido quien ha proporcionado la información para alimentar el golpeteo. El caso es que esta guerra, que inició desde que Nemi Dib encabezaba la Secretaría de Salud, exhibe la suciedad y el desorden en el que está sumida la actual administración estatal.
Es el clásico pleito de comadres en el lavadero de la vecindad, en el que se sacan todos sus trapitos sucios pero, llevando el ejemplo a otro ámbito, como en cualquier partido de futbol, si dos rivales se enfrascan en un pleito, al silbante sólo le queda separarlos y mostrarles, a ambos, la tarjeta roja.
Lo importante es que eso suceda ya, antes de que salgan a relucir datos que compliquen aún más el prestigio del gobierno estatal.
No son tiempos de tocarse el corazón. Hoy los sentimientos deben quedar a un lado. La máxima autoridad en el Poder Ejecutivo debe dar un fuerte golpe al escritorio y poner las cosas en orden. El que manda es él, y quien no esté dispuesto a someterse a la disciplina, que pague las consecuencias.
Esta guerra que durante muchos meses fue subterránea, ya salió a la superficie, y todo lo que suceda de aquí en adelante tendrá un impacto directo a la credibilidad de las autoridades.
Con pleitos como este nadie gana. Sus protagonistas deben entender que están sujetos a las reglas del juego, esas reglas no escritas que dicen que “se perdona el pecado, pero no el escándalo”.
¡Orden, señores!