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Teresa Gil/Libro de ayer y hoy
* ¿Cómo se quita la mancha?
De primera impresión, suena lógico el reclamo del diputado federal panista, Juan Bueno Torio.
Se queja de que cada que hay elecciones, o cada que él menciona su interés por buscar la gubernatura de Veracruz, alguien saca el tema de los añejos señalamientos de corrupción durante su paso por Pemex.
Y suena lógico el reclamo. Más o menos en ese sentido fue el argumento que hace ya casi tres años se utilizó para prohibir que se estableciera como requisito para dar un trabajo, que el solicitante presentara una carta que diera fe de que no tenía antecedentes penales.
“Alguna vez en mi vida cometí un error y lo pagué conforme lo dictan nuestras leyes. Yo ya saldé mi deuda con la sociedad, ¿por qué insisten en revivir ese estigma cada que intento conseguir un trabajo honesto?”, era el reclamo de los que alguna vez cumplieron una condena.
La queja de Juan Bueno es parecida:
“Cada vez que digo que quiero, siempre hay un grupo de políticos que reacciona, responde con temas del pasado en medios de comunicación. Cuando la Auditoría Superior de la Federación, la misma PGR, el órgano de control interno de Pemex demostró que mi desempeño en Pemex Refinación fue claro y transparente”.
La queja es parecida, pero la circunstancia no es igual.
Juan Bueno nunca pagó por los actos de corrupción que sí cometió en su paso por Pemex Refinación. Que las autoridades hayan dicho que su comportamiento fue “claro y transparente” obedece a la práctica de los gobiernos panistas de encubrir las pillerías de sus correligionarios.
Juan Bueno no pagó con cárcel su paso deshonesto por el servicio público, pero le queda algo tan grave como la celda misma: el desprestigio.
Efectivamente, cada vez que Juan Bueno hable de buscar el apoyo popular para ganar un cargo donde administre recursos públicos, habrá quién le recuerde su oscuro pasado.
Vaya, que le sucede lo mismo que a otro “distinguido panista”, el actual secretario de Gobierno de Veracruz, Gerardo Buganza Salmerón. El estigma de traidor no se lo podrá borrar, ni mudándose a la iglesia.
Tal vez a algunos se les haya olvidado. Traicionó en el 2010 al PAN, el único partido en el que ha militado, tentado por el oro que le ofreció el hoy reaparecido Fidel Herrera. Aceptó el apoyo de la “fidelidad” para competir en la contienda interna de Acción Nacional contra Miguel Ángel Yunes Linares por la candidatura a gobernador.
El problema es que su actuación fue en extremo burda. Su último informe como diputado federal panista, Gerardo Buganza lo realizó en el World Trade Center, inmueble que controla el gobierno estatal. Semanas antes de ese evento, los letreros espectaculares que suele usar el Gobierno de Veracruz para promover sus planes y acciones, se utilizaron para anunciar el evento del hoy secretario de Gobierno. El recinto se llenó, gracias al acarreo de panistas cordobeses, los que fueron trasladados a Veracruz en camiones de los que suele usar el gobierno estatal.
La lógica fidelista era que la mejor forma de derrotar en las elecciones a Yunes Linares era impidiendo que se registrara como candidato. O sea, derrotarlo en la interna panista.
La estrategia casi dio resultado. Sin embargo, pudo más la decisión del Presidente del PAN, Gustavo Madero, quien contra viento y marea sostuvo que el abanderado de su partido sería el mayor de la dinastía Yunes.
Pero Fidel ya había previsto ese escenario y el acuerdo con Buganza fue que debería llevar la impugnación hasta sus últimas consecuencias y, una vez exhibida la imposición del Comité Nacional, debía renunciar de manera estruendosa a su partido, para causarle el mayor daño posible al candidato de ese órgano político.
Así lo hizo y meses más adelante terminó mostrando el cobre: se sumó a la campaña de aquel contra el que pretendía competir, Javier Duarte.
Hoy vive de los intereses que le generan las treinta monedas de plata (o su equivalente al tipo de cambio actual) por las que vendió a su partido en el 2010.
No hay forma.
Ni Juan Bueno, ni Gerardo Buganza podrán quitarse las manchas de su deshonestidad.
Debieron anticipar que esto sucedería, antes de permitir que sus alas tocaran el pantano. Su plumaje no es de esos.