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Teresa Gil/Libro de ayer y hoy
* Para eso me gustabas
«Que dice mi mamá que siempre no».
Sólo así, en esos términos se puede explicar la postura de un oscuro personaje, supuestamente militante del PRI, que de pronto consideró necesario dirigirle una carta al dirigente nacional de su partido, para avisarle que ya estaba harto de las irregularidades que él había detectado en el organismo que era su vida.
El cargo político de mayor relevancia que ha ostentado Roberto López Delfín en la administración pública, es el de secretario particular del entonces Gobernador Miguel Alemán Velasco. Antes de eso fue «el de la maleta», el solícito y servil auxiliar del poderoso político.
Él, sin embargo, a diferencia de otros aspirantes a políticos de altos vuelos, tuvo que retirarse del servicio público mucho antes de que concluyera su período de bonanza.
Herencia de los privilegios ganados como alguien «cercano» al mandatario estatal, Roberto López Delfín se hizo de una buena cantidad de predios en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, todos ellos producto de las donaciones que la empresa Petróleos Mexicanos -en ese entonces paraestatal- le hizo al gobierno de Miguel Alemán Velasco, el mismo personaje del que él había sido secretario particular.
Meses más tarde, y a cambio de información que el nuevo gobernador requería, López Delfín consiguió que Fidel Herrera le concediera una patente como Notario Público (la número 35 del puerto de Veracruz) y a partir de ahí se dedicó a «vivir de sus rentas».
Pero los que de esto saben advierten que nadie se retira de la política sin pagar las consecuencias y eso pasó con el personaje de marras. Fidel Herrera no sólo le concedió una notaría pública a él. De hecho saturó esas opciones y convirtió en un «mal negocio» el trabajo de fedatario. Quien quisiera progresar debía retornar al servicio público.
Roberto López Delfín lo intentó. El problema es que había sembrado discordia y terminó cosechando desdén. Ya lo conocían, ya sabían de su negativo talante y, por lo tanto, le sacaban la vuelta.
Quizá pensando que dominaba los conceptos del «timing» y que su curriculum lo protegía, Roberto López Delfín aspiró a retornar a la vida pública una vez que se confirmó que la «fidelidad» había perdido vigencia. El problema es que se percató de que había dejado de ser un factor definitorio en el nuevo mapa político de Veracruz.
– ¡Ah! ¿No me quieren? Pues ahora van a ver de lo que se están perdiendo.
López Delfín redactó una carta dirigida al dirigente nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones, en la que se dijo «harto» de usar guayaberas, de «los halagos inmerecidos», de «la hipocresía y pretensión de muchos de discursos del partido». También se dijo cansado de «la ritualización de las cargadas, los acarreados y los abrazos teatrales».
De pronto dejaron de gustarle las «larguísimas presentaciones de presídiums interminables», y ese PRI que, al menos en Veracruz, se convirtió en «un factor de corrupción e impunidad».
Graves, delicadas las acusaciones de este priista que creyó haber alcanzado los más altos niveles de influencia en la administración estatal.
Era un platillo demasiado atractivo como para que el abanderado del PRD y del PAN, el expriista Miguel Ángel Yunes, no lo aprovechara. Esa era -quizá- la jugada que buscaba el lacayo del alemanismo.
Nunca se enteró de su vulnerabilidad. Nunca se acordó de que lo tenían sujeto de la parte más sensible de su humanidad. Pasó horas, días, haciendo antesala en la Secretaría de Gobierno. El titular, Flavino Ríos, prolongó su agonía todo lo que quiso. Al final, cuando calculó que el sujeto de marras se había rendido, lo recibió.
¿El resultado?
Roberto López Delfín, el notario público, quien fuera secretario particular de Miguel Alemán Velasco, aquel que -según el periodista Arturo Reyes Isidoro- perdió el piso cuando se sintió con poder, dio marcha atrás a su «jugada política».
Roberto López Delfín se disculpó y repudió a Miguel Ángel Yunes Linares.
Para eso me gustaba.
*Este texto es responsabilidad absoluta del autor.