Raúl López Gómez/Cosmovisión
Por la supervivencia
Nadie, el menos en Veracruz, lo había conseguido: Trascender a su período como Gobernador y mantener su influencia política por varios años más.
Fernando Gutiérrez Barrios, quien fue un poderoso Gobernador durante dos años, impuso a su sustituto, Dante Delgado, pero marcó una sana distancia y lo dejó gobernar. Nunca más influyó en la vida política de su estado natal.
Hasta hoy el único que lo ha logrado ha sido Fidel Herrera Beltrán, aprovechando –eso sí- circunstancias que otros no tuvieron, como el hecho de que la Presidencia del país estuviera en manos de otro partido.
Gracias a eso, y a sus buenos oficios en materia electoral, Fidel Herrera pudo imponer al candidato para sucederlo, y lo llevó de la mano hasta conseguir la victoria.
Javier Duarte es producto de la corriente política bautizada por su líder como “La Fidelidad” y en cada una de sus decisiones, en cada una de sus acciones, se percibe ese sello.
Y si Fidel Herrera fue el primero en imponer, en las urnas, a su sucesor, Javier Duarte quiere ir más allá, y pretende hacer lo mismo, pero convenciendo a un Presidente priista de que él tiene a la mejor opción para dirigir los destinos de Veracruz.
La Fidelidad lleva ya once años y el próximo alcanzará la docena, y aunque Alberto Silva no es la versión más fiel de lo que pretendía el hoy cónsul de Barcelona, sigue siendo de ese grupo, de ese equipo de políticos veracruzanos que se congregaban en una minúscula oficina en la capital del país, para abrevar de la sabiduría de su jefe.
Pero bien dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, y cada vez son más las voces que se levantan para demandar que la política en Veracruz cambie de rumbo y que se busquen caminos distantes al llamado “orgullo de Nopaltepec”.
Uno de los argumentos más fuertes para impulsar a Silva como la apuesta de Duarte hacia el 2016, ha sido, precisamente, su alejamiento del redil. El exalcalde de Tuxpan, que trabajó por muchos años cerca de Fidel Herrera, fue relegado del gabinete original, en el 2004, y exiliado en la capital del país.
Fue hasta que Javier Duarte tuvo la anuencia para formar el equipo con el que habría de transitar por la gubernatura, que volvió a aparecer Alberto Silva. Su primera encomienda fue “operar” con los alcaldes veracruzanos la bursatilización de la parte municipal del impuesto a la tenencia vehicular.
Del Instituto de Desarrollo Municipal pasó a la subsecretaría de Desarrollo Social, a cargo del programa de los llamados “pisos fieles”, plataforma desde la que se impulsó para obtener su primer cargo de elección popular, la alcaldía de Tuxpan.
Todos estos pasos los consiguió Silva Ramos con el apoyo de Javier Duarte, y en muchas ocasiones a pesar de la resistencia de Fidel Herrera. De los “chamacos de la Fidelidad”, el menos fidelista es el hoy dirigente del PRI en Veracruz.
El que tiene más pegada esa etiqueta, del fidelismo, es sin lugar a dudas, Érick Lagos, a quien todos consideran un “clon” del hoy cónsul en Barcelona. Jorge Carvallo tiene también esa losa en su espalda.
Esa es la propuesta de Javier Duarte, que es respaldada por la estructura electoral que él mismo ha construido, y por los operadores políticos que han sobrevivido becados por la administración estatal y no tienen la intención de dejar ese cómodo y jugoso sustento.
Todos los que, en mayor o menor medida, han recibido los beneficios de “La Fidelidad”, tienen claro que la única opción con la que hoy cuentan para seguir gozando de esos privilegios, es respaldar con todo al “delfín” de Javier Duarte.
Esa es la apuesta.
A ver si les alcanza.