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Carlos Ramírez/Indicador político
Al mismo tiempo comenzaron a fallarme la vista del ojo izquierdo y la caja automática de velocidades de mi viejo automóvil. Con diferencia de dos días acudí, primero al taller de la agencia automotriz donde me hicieron un presupuesto de reparación, por $17,000.00 y luego al oculista, quien por una operación de catarata, dijo que me cobraría $15,000.00. Resultó cierto el dicho de que mantener un Renault cuesta más que un ojo de la cara. En plática de sobremesa le comenté a mi mujer lo que ocurría y ella se ofreció para pedirle a su sobrino Rubén quien tiene una concesionaria Renault en Puebla, que me hiciera la reparación del coche en mejores condiciones económicas; respecto a mi ojo no sugirió nada porque no tiene parientes oculistas, pero yo pensé hablar con mi hermana que es doctora, para que me recomendara un médico de ojos fregón y baratero.
Por la noche soñé que: Estaba en Puebla dejando mi carro en el taller y “pidiéndole el favor completo” a mi sobrino Rubén, de que me facilitara un vehículo para regresarme a Xalapa, y él muy comedidamente me prestaba una “avalancha”. Esas tablas con cuatro ruedas, un pequeño volante de tirantes y unas recargaderas para apoyar las nalgas y los pies. Como yo lo mirara con incredulidad, suponiendo que me estaba haciendo una broma, él me ponderaba las virtudes de la máquina, haciéndome ver que no se trataba de un juguete para irse de bajadita, sino de un auténtico carro deportivo, que tenía un pequeño dispositivo (del tamaño de un clip) que si se le sumía en una diminuta abertura parecida a una conexión de computadora, corría un demonial. Pero además, como equipo adicional, me ofrecía unos lentes que mejoraban la vista, un gorro muy cubridor y una bufanda… (Debo de haber tenido frío cuando soñaba esto).
Pues, ahí vengo para Xalapa sobre mi avalancha, hecho la cochinilla, volándome la bufanda por los aires, dejando atrás kilómetro tras kilómetro. (Pero como hace mucho tiempo que no he ido a Puebla ni al D.F., tengo la memoria de los caminos que existían hace más de quince años, así que no tuve modo de soñar con la autopista y me vine por el camino viejo).
Cruzando por Apizaco, me ve pasar como bólido un patrullero de la federal de caminos, y de inmediato me persigue sin poder darme pronto alcance; yo escucho la sirena de la patrulla y me doy cuenta que estoy siendo perseguido, pero la avalancha no tiene acelerador, solamente el dispositivo ese en forma de clip, así que al maniobrarlo con apuro, sin destreza y a toda velocidad, en vez de acomodárselo se lo chispo, vuela por los aires, se pierde y mi avalancha comienza a perder ritmo y la patrulla a darme alcance poco a poco, me rebaza y ya en el mero centro de Huamantla, se me cruza y me arrincona contra una banqueta. (Mero enfrente de una cantina en donde ciertamente solíamos pasar mi compadre Lalo Aburto y yo, cuando en aquellos tiempos, viajábamos de México a Xalapa a visitar a nuestras novias).
Yo no me moví de mi avalancha, me quedé sentado dignamente, ya con la bufanda flácida y los lentes llenos de mosquitos estrellados, esperando que el patrullero se bajara a levantarme la consabida boleta de infracción; pero, el oficial al descender de la patrulla se me acerca, me mira con sorpresa y me dice interrogativo: ¿Tío? Entonces me doy cuenta que el uniformado es nada menos que mi sobrino Alain (hijo de mi hermana, a quien había pensado pedirle recomendación para un oculista fregón y baratero). –“¡Pero tío, vienes hecho la mocha!”- Me dice Alain- y yo le respondo: -“Date de santos que se me chingó el dispositivo, que si no, ya estaríamos en Xalapa”.